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ICONO CULTURAL

Las playas de Brigitte Bardot: amada en Búzios, rechazada en Torremolinos y libre en Saint-Tropez

De Brasil a la Costa Azul, Brigitte Bardot dejó huella en destinos que marcaron su vida y hoy siguen atrayendo turistas de todo el mundo.

Mucho antes de convertirse en activista y de retirarse del cine en la cima de su fama, Brigitte Bardot fue algo más que un ícono pop: fue una mujer que eligió playas como refugio, escenario y declaración de principios. En esas decisiones, a veces espontáneas y otras forzadas, dejó marcas que todavía hoy definen destinos turísticos enteros.

En los años 60, su presencia transformó un pueblo de pescadores en Brasil en un imán internacional. En la España franquista, su libertad corporal provocó rechazo y escándalo. Y en el sur de Francia encontró el lugar donde vivir lejos de las cámaras, rodeada de mar y animales. Búzios, Torremolinos y Saint-Tropez no son solo puntos en el mapa: son capítulos de una misma historia.

A días de su muerte, esos nombres vuelven a cobrar sentido. No como simple homenaje, sino como la huella concreta de una mujer que, sin proponérselo, cambió la identidad de los lugares que habitó. Playas que la acogieron, la rechazaron o la protegieron, y que hoy siguen dialogando con su legado.

Búzios, el refugio que cambió para siempre un destino

A comienzos de los años 60, Búzios no era más que una península aislada del estado de Río de Janeiro, con caminos de tierra, casas bajas y una economía sostenida casi exclusivamente por la pesca. Todo cambió en 1964, cuando Brigitte Bardot llegó al lugar buscando descanso y anonimato, lejos de la presión mediática que la perseguía en Europa y en las grandes ciudades brasileñas.

La actriz se instaló durante varios meses en la zona de Praia de Manguinhos, entonces una playa amplia, de aguas calmas y entorno rural, donde compartía comidas sencillas, caminatas por la arena y jornadas de sol junto a pescadores locales. Las imágenes de Bardot en bikini, sin artificio ni glamour impuesto, comenzaron a circular en la prensa internacional y despertaron una curiosidad que Búzios nunca había tenido.

Ese vínculo con el entorno natural no fue casual. La relación de Bardot con Búzios estuvo marcada por una vida simple, al aire libre y cercana al mar, una sensibilidad que más tarde atravesaría otros aspectos de su vida. Playas como Praia da Armação, ubicada frente al antiguo núcleo del pueblo y hoy uno de los puntos más pintorescos de la península, y Praia dos Ossos, más recogida y ligada a la historia pesquera local, se convirtieron en escenarios cotidianos de una estadía que, sin proponérselo, terminó redefiniendo la identidad del lugar.

El impacto fue inmediato y duradero. Búzios pasó de ser un enclave casi desconocido a consolidarse como destino internacional, al punto de que hoy uno de sus paseos costeros más emblemáticos lleva su nombre, la Orla Bardot, donde una escultura de bronce recuerda a la actriz sentada frente al mar, descalza y en actitud contemplativa. Tras su paso, otras figuras internacionales comenzaron a mirar hacia la península, atraídas por esa combinación de paisaje, discreción y vida bohemia que Bardot había puesto en el mapa.

Búzios escultura Brigitte Bardot
La escultura de Brigitte Bardot en la Orla Bardot recuerda el vínculo entre la actriz y Búzios, donde su paso en los años 60 marcó para siempre la identidad del balneario.

La escultura de Brigitte Bardot en la Orla Bardot recuerda el vínculo entre la actriz y Búzios, donde su paso en los años 60 marcó para siempre la identidad del balneario.

Más de seis décadas después, aquel refugio se transformó en uno de los destinos más elegidos por los argentinos. Según datos de Airbnb, Brasil concentra buena parte de las búsquedas de escapadas internacionales entre los viajeros jóvenes, con Búzios entre los destinos más recurrentes por cercanía, conectividad aérea y oferta urbana intensa. En paralelo, cifras del INDEC confirman que Brasil sigue siendo el principal destino del turismo emisivo argentino, incluso cuando conviven estadías largas con escapadas breves propias de la Generación Z.

En ese contexto, los precios acompañan la diversidad del público. En temporada media, una noche en una posada boutique en Búzios ronda entre los 90 y 150 dólares, mientras que hoteles de categoría superior y alojamientos frente al mar pueden superar los 250 a 400 dólares por noche, según ubicación y servicios. En verano y fechas pico, los valores suelen escalar.

Búzios conserva hoy más de 20 playas, cada una con su propia identidad, pero su ADN sigue ligado a aquella imagen original: un lugar donde el paisaje manda, el ritmo es pausado y la vida transcurre cerca del agua. Una identidad que empezó a construirse cuando Brigitte Bardot eligió perderse allí.

Torremolinos, escándalo bajo el sol

En Torremolinos, el paso de Brigitte Bardot no fue sinónimo de postal idílica sino de choque cultural. A fines de los años 50 y durante la década del 60, la Costa del Sol empezaba a abrirse tímidamente al turismo internacional mientras España seguía bajo el régimen franquista, con una moral pública estricta y una vigilancia constante sobre los comportamientos considerados “impropios”.

Bardot llegó al sur de España en el marco de distintos rodajes y estancias privadas. En 1958, durante la filmación de Los joyeros del claro de luna, rodada en Málaga y la Costa del Sol, y más tarde en 1968, con Shalako, que la llevó a Almería, su presencia desató un fenómeno social inusual para la época. Fotografías en bikini, paseos sin escolta y una actitud corporal libre para los estándares del momento generaron denuncias vecinales, críticas en la prensa y hasta pedidos formales para que fuera expulsada de Torremolinos por “conductas inmorales”.

El episodio revela más que una anécdota. Marca el punto exacto donde el turismo moderno empezó a tensar el orden social, no solo de España, sino también del mundo. Mientras hoteles, bares y complejos vacacionales crecían al ritmo del desembarco europeo, la figura de Bardot encarnó una libertad femenina que el régimen no estaba dispuesto a tolerar. La playa, espacio público por excelencia, se convirtió en un escenario político, cultural y simbólico.

Con el paso del tiempo, Torremolinos terminó siendo todo lo contrario a lo que intentó censurar. Hoy supera los 70.000 habitantes, recibe millones de turistas al año y es uno de los emblemas de la Costa del Sol abierta, diversa y nocturna. Mirado en perspectiva, el rechazo a Bardot funciona como un prólogo incómodo pero revelador: la antesala de una transformación turística y cultural que España ya no podía frenar.

Torremolinos
Una calle de Torremolinos, hoy integrada al circuito turístico de la Costa del Sol, en los años 60 fue escenario del choque entre la apertura al turismo y la moral del régimen franquista.

Una calle de Torremolinos, hoy integrada al circuito turístico de la Costa del Sol, en los años 60 fue escenario del choque entre la apertura al turismo y la moral del régimen franquista.

Desde Madrid, llegar hoy a Torremolinos es simple y accesible. El AVE a Málaga demora unas 2 horas y 40 minutos, con tarifas que suelen arrancar desde 30 a 60 euros por tramo según antelación y demanda. Desde la estación María Zambrano, un tren de cercanías conecta con Torremolinos en menos de 20 minutos, consolidando a la costa malagueña como una escapada directa y funcional frente a otras opciones más saturadas.

La zona ofrece, además, un mapa de playas y pueblos cercanos que amplían la experiencia. Fuengirola combina extensas playas urbanas, buena infraestructura y una vida costera activa durante todo el año, mientras que Nerja, con el Balcón de Europa, suma acantilados, calas y un perfil más contemplativo. A pocos kilómetros, Frigiliana aporta la postal de pueblo blanco andaluz, calles empedradas y ritmo lento, funcionando como contrapeso interior al movimiento de la costa. En conjunto, la Costa del Sol propone hoy una alternativa al eje catalán y a Barcelona, ciudad que concentra una de las comunidades argentinas más grandes del mundo, pero también mayores costos, saturación turística y presión urbana.

Torremolinos, alguna vez señalada por “escandalosa”, quedó definitivamente integrada al relato moderno del turismo español. Y en ese giro, la figura de Bardot aparece no como una provocación aislada, sino como una señal temprana de un cambio que ya estaba en marcha.

Saint-Tropez, el refugio definitivo

Si Búzios fue el descubrimiento y Torremolinos el conflicto, Saint-Tropez fue el lugar donde Brigitte Bardot eligió alejarse. No como estrella de paso, sino como residente definitiva. Allí construyó una vida cotidiana lejos del espectáculo permanente, en contacto directo con el mar, la naturaleza y los animales, y allí también murió, cerrando un vínculo que atravesó más de seis décadas.

Bardot llegó a Saint-Tropez a mediados de los años 50 durante el rodaje de Y Dios creó a la mujer, la película que consolidó su figura internacional y que, casi sin proponérselo, proyectó al pequeño puerto pesquero de la Costa Azul al mapa cultural de Europa. A diferencia de otros balnearios franceses asociados a un lujo rígido y exhibicionista, Saint-Tropez combinaba entonces sencillez, bohemia y una vida costera todavía poco domesticada. Ese equilibrio fue determinante para que la actriz decidiera quedarse.

Saint-Tropez
Vista aérea de Saint-Tropez, el refugio elegido por Brigitte Bardot y uno de los enclaves que definieron el imaginario del verano europeo.

Vista aérea de Saint-Tropez, el refugio elegido por Brigitte Bardot y uno de los enclaves que definieron el imaginario del verano europeo.

Su casa, La Madrague, se transformó con el tiempo en uno de los símbolos silenciosos del lugar. Rodeada de vegetación, animales rescatados y vistas abiertas al Mediterráneo, funcionó como la contracara del glamour cinematográfico que Bardot rechazó al retirarse del cine a los 39 años. No es casual que gran parte de su activismo posterior por los derechos de los animales haya tenido como base este entorno: el vínculo entre paisaje, intimidad y compromiso personal aparece aquí de forma directa y sostenida.

Saint-Tropez también cambió con ella. Lo que había sido un puerto discreto se convirtió en sinónimo de verano europeo, yates, playas como Pampelonne y vida social intensa. Sin embargo, a diferencia de otros destinos moldeados por celebridades, Bardot eligió no explotar comercialmente su imagen. Vivió detrás de muros altos, evitó apariciones públicas y sostuvo una relación ambigua con el turismo que ayudó a crear, pero del que también se protegió.

Hoy, dormir en Saint-Tropez implica otros números y otra lógica. En temporada media, una noche en hoteles boutique o casas de huéspedes ronda entre 250 y 400 euros, mientras que en verano los valores superan con facilidad los 600 o 800 euros por noche, especialmente en propiedades cercanas al mar. El destino ya no busca masividad, sino un lujo selectivo y cerrado, muy lejos del Búzios accesible que Bardot conoció o de la Costa del Sol que la rechazó.

Visto en conjunto, el recorrido por Búzios, Torremolinos y Saint-Tropez traza una geografía íntima de Brigitte Bardot. Tres lugares, tres climas y tres formas distintas de relación entre una figura cultural y el territorio. En todos los casos, el efecto fue el mismo: las playas no volvieron a ser iguales después de su paso.

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