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EL PODER SE DISFRAZA

De armas a streetwear: el gigante militar Lockheed Martin entra en la moda y sacude a la industria

Lockheed Martin, empresa militar y aeroespacial de USA, se vuelve tendencia en Corea del Sur y reabre el debate sobre ética, moda e influencia cultural.

La moda, el poder y la política vuelven a cruzarse en un territorio inesperado. Lockheed Martin, uno de los principales contratistas militares y aeroespaciales del mundo, encontró un nuevo canal de expansión simbólica lejos del campo de batalla. A través de una línea de streetwear licenciada, la compañía ingresó al circuito de la moda urbana, generando polémica por la forma en que la industria resignifica símbolos ligados a la guerra.

Durante años, esta operación se desarrolló casi sin ruido fuera de Asia. Hoy, es en Corea del Sur donde la marca se integró con naturalidad al consumo urbano joven, y donde camperas técnicas, buzos y remeras de estética militar comenzaron a circular como piezas funcionales y aspiracionales. La procedencia de la firma, ligada a la industria bélica, quedó en segundo plano, absorbida por una lógica de tendencia que normaliza símbolos de guerra dentro del lenguaje cotidiano de la moda.

La discusión salió del ámbito comercial cuando el caso fue expuesto por Ly.as, uno de los creadores de contenido más influyentes del circuito de la moda actual. El influencer francés apuntó directamente contra Business of Fashion, que días atrás había publicado un artículo sobre el ‘inesperado ascenso’ de la línea de streetwear de Lockheed Martin. Para Ly.as, el enfoque del medio no solo era problemático, sino sintomático de una industria que comienza a tratar la guerra como una estética más.

¿Qué es Lockheed Martin?

Lockheed Martin es una de las mayores productoras de armamento militar y tecnología aeroespacial del mundo. Fundada en 1995 tras la fusión de Lockheed Corporation y Martin Marietta, la compañía diseña y desarrolla sistemas avanzados para gobiernos de todo el planeta, con Estados Unidos como principal cliente. Su actividad abarca desde aeronaves de combate y sistemas de misiles hasta soluciones espaciales y ciberseguridad.

Además de su rol central en la industria de defensa, la empresa participa en proyectos estratégicos vinculados a la NASA, como el desarrollo de módulos para misiones espaciales tripuladas, y en programas de integración tecnológica como el JADC2, que busca conectar en tiempo real a todas las ramas de las fuerzas armadas estadounidenses. No se trata solo de fabricar armas, sino de estructurar la infraestructura tecnológica que sostiene la guerra contemporánea.

Ese poder no es abstracto ni lejano. Uno de sus desarrollos más conocidos, el F-35, es hoy una de las aeronaves de combate más utilizadas por fuerzas armadas aliadas de Estados Unidos. Su imagen aparece directamente referenciada en prendas de la línea de streetwear que se comercializa en Corea del Sur, trasladando un símbolo de guerra activa al terreno del consumo cotidiano y despojándolo, al menos en apariencia, de su contexto político.

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Lockheed Martin, uno de los principales actores de la industria militar y aeroespacial, con participación en misiones espaciales de la NASA.

Lockheed Martin, uno de los principales actores de la industria militar y aeroespacial, con participación en misiones espaciales de la NASA.

El enfoque de Business of Fashion y el éxito comercial

El artículo de Business of Fashion abordaba el fenómeno desde una lógica estrictamente comercial. Según el medio, Lockheed Martin Apparel logró consolidarse en Corea del Sur dentro del circuito de streetwear técnico, con lanzamientos que se agotan rápidamente, una tasa de recompra en crecimiento y pop-ups que superan los objetivos de venta fijados por su licenciatario local.

La nota contextualizaba este caso dentro de un ecosistema mucho más amplio. En Corea del Sur, unas pocas decenas de fabricantes de indumentaria operan más de 600 marcas bajo licencia de compañías internacionales, en su mayoría estadounidenses. Entre los ejemplos más visibles aparecen National Geographic, Discovery Channel, Kodak o MLB (Major League Baseball), firmas sin vínculo original con la moda que encontraron en el outerwear y el streetwear un negocio multimillonario. Algunas de ellas llegaron a tener cientos de tiendas físicas en el país y a expandirse por Asia antes de mostrar señales de desgaste.

En ese escenario, Business of Fashion señalaba un punto clave: frente a la saturación del mercado y al deterioro de la imagen de Estados Unidos entre los consumidores jóvenes (con una caída del 16% en la percepción favorable y un aumento del 20% en la negativa, según datos citados del Pew Research Center), Lockheed Martin Apparel comenzó a redefinir su posicionamiento. La estrategia apunta a desligar la marca de su origen político y nacional, reforzando una narrativa centrada en la innovación aeroespacial y el diseño. Para muchos críticos, ese desplazamiento no resuelve la contradicción, sino que la profundiza: mientras el producto se celebra, el poder que lo sostiene queda deliberadamente fuera de foco.

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La crítica de Ly.as: cuando la guerra se vuelve branding

La polémica escaló cuando Ly.as decidió volcarse a redes para cuestionar el enfoque del medio y la naturalización del fenómeno. El influencer francés apuntó directamente contra Business of Fashion, aclarando que el problema no sería el tema en sí, sino el modo en que fue tratado: lejos de una lectura crítica o irónica sobre el uso de símbolos militares en la moda, el artículo se presentaba, a su entender, como una validación (cuando no una forma de promoción) de la marca.

“Por favor, no convirtamos la guerra en una estética”, dice Ly.as en el video que reactivó la discusión. “Lockheed Martin es uno de los mayores fabricantes de armas del mundo. Venden remeras con un F-35 impreso, el mismo avión que hoy se utiliza para bombardear civiles en Gaza y Yemen”. Para él, no se trata de una lectura creativa del contexto político global, sino de una operación directa de blanqueamiento simbólico.

El influencer fue aún más lejos al cuestionar el título del artículo, que hablaba de “un ascenso improbable y un futuro incierto”. “Espero que sea incierto”, ironiza. “Cuando la violencia se convierte en branding, se normaliza el complejo militar-industrial y se vuelve culturalmente aceptable”. En ese punto, su crítica conecta con una idea más amplia: la forma en que el poder se infiltra en la vida cotidiana a través de la cultura, el consumo y la estética.

Lejos de una denuncia aislada, Ly.as plantea un problema estructural. La conversión de la guerra en mercancía no sería un error, sino una estrategia: hacer que lo militar deje de incomodar, que se vuelva familiar, aspiracional y deseable. Una lógica que remite a los mecanismos de hegemonía cultural descritos por autores como Foucault o Raymond Williams, y que hoy encuentra en la moda un canal inesperadamente eficaz.

En ese cruce entre moda, consumo y poder, el caso de Lockheed Martin expone una pregunta incómoda: ¿qué sucede cuando los símbolos de la guerra dejan de generar rechazo y se transforman en objetos de deseo? Más que una tendencia pasajera, el fenómeno obliga a mirar con atención cómo la cultura contemporánea puede convertirse en un terreno fértil para normalizar aquello que, hasta no hace tanto, resultaba imposible de estetizar.

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