El ingreso de alimentos y otros productos genéticamente modificados a Argentina se transformó en una política de Estado según el Gobierno. Mediante la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, la Casa Rosada se jactó de la cantidad de autorizaciones que avanzaron en ese sentido en los últimos dos años.
Según datos oficiales, el mercado argentino percibió el ingreso de al menos 38 productos de modificación genética desde fines de 2023 a esta parte. En su mayoría, se trata de cultivos destinados a la producción de alimentos, aunque también hay otros como bacterias creadas para la fabricación de biocombustibles.
La cifra, un récord desde que se implementaron las autorizaciones oficiales en 1996, constituye cerca del 28% del historial argentino con permiso a los productos mencionados. En total, el país contempla una nómina de 134 productos autorizados desde entonces, en un área sumamente sensible para la salud pública a nivel global.
Alimentos de laboratorio
Según Agricultura, el proceso de aprobación cumple con estándares estrictos impulsados por las autoridades de aplicación como Senasa y Conabia. En ambos casos, se analiza la viabilidad de los productos y su condición inocua para salud tanto animal como humana, además de su impacto en el ecosistema local.
Los beneficios centrales de esas políticas son percibidos directamente por los productores agropecuarios, que se aseguran trabajar con cultivos más resistentes a condiciones adversas. Muchos de ellos han sido creados a nivel local, mientras que otros son de origen importados.
Uno de los casos es el de la soja, cultivo que hace años cuenta con versiones “mejoradas” en los laboratorios. De hecho, la Unión Europea incursionó este año en la aprobación de su uso para consumo humano y animal por un periodo de diez años, tras un largo proceso de pruebas.
Cultivos transgénicos, mitos y realidades
La modificación genética de cultivos destinados para alimentos ha sido una materia controversial para la industria alimenticia. Frecuentemente asociados a enfermedades derivadas como cáncer y otras patologías, los transgénicos han sido objeto de estudio durante décadas para monitorear el impacto real en la salud humana.
En ese sentido, la comunidad médica internacional todavía no arribó a un consenso referido a posibles efectos negativos por su consumo. De hecho, muchos de esos productos han atravesado procesos de monitoreo incluso más estrictos que otros “comestibles”, sin arrojar resultados malignos para las personas.
Al respecto, el consenso científico enfocó su preocupación en torno a la utilización de pesticidas en cultivos de consumo más que en la propia manipulación genética de estos últimos. Una batería de 900 estudios inspeccionados por la Academia Nacional de Medicina de Estados Unidos no lograron relacionar la aparición de enfermedades con el consumo de alimentos transgénicos.
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