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CON EL NIVEL DEL MAR EN ALZA

Cambio climático y ciudades costeras: la ONU vuelve a poner en foco a Oceanix City

El aumento del nivel del mar reactiva el debate urbano y vuelve a poner en foco a Oceanix City, el proyecto presentado en la ONU.

Mientras las ciudades costeras discuten cómo adaptarse al cambio climático y algunos fantasean con vivir fuera del radar fiscal, la Organización de las Naciones Unidas vuelve a aparecer como marco de referencia en un debate cada vez más urgente: qué hacer frente al avance del nivel del mar. En ese contexto, resurgen ideas que anticiparon este escenario, como la posibilidad de desarrollar ciudades flotantes capaces de convivir con un océano en expansión. No se trata de ciencia ficción ni de un render aislado, sino de modelos urbanos pensados para problemas que ya son concretos.

La preocupación no es menor. Según estimaciones citadas por organismos internacionales, para 2050 cerca del 90 por ciento de las grandes ciudades costeras estará expuesto al aumento del nivel del mar. Es a partir de ese dato que reaparecen proyectos conceptuales como Oceanix City, presentado en su momento en la Organización de las Naciones Unidas como una propuesta urbana autosuficiente y modular, alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el conjunto de metas impulsadas por Naciones Unidas para promover ciudades más resilientes, inclusivas y ambientalmente responsables. Detrás del diseño está Bjarke Ingels Group, junto a ingenieros y especialistas en urbanismo marítimo que desde hace años trabajan en soluciones habitables sobre el agua.

En ese marco, Oceanix City no busca reemplazar a las ciudades existentes ni ofrecer una respuesta inmediata, sino funcionar como referencia para regiones vulnerables, territorios sin margen de expansión y comunidades amenazadas por inundaciones y fenómenos climáticos extremos que ya están en marcha.

Pensando más allá de la costa

Oceanix City fue presentada originalmente en 2019 en el marco de una iniciativa liderada por ONU-Hábitat, la agencia de Naciones Unidas dedicada al desarrollo urbano sostenible. El proyecto se dio a conocer durante una mesa de trabajo en Nueva York, donde arquitectos, ingenieros y responsables de políticas públicas debatieron alternativas frente al avance del cambio climático y la creciente presión habitacional en zonas costeras.

El diseño fue desarrollado por Bjarke Ingels Group en colaboración con el Center for Ocean Engineering del MIT y Studio Other Spaces. El objetivo fue claro desde el inicio: crear un modelo urbano flotante capaz de resistir condiciones climáticas extremas y, al mismo tiempo, construirse, ampliarse y gestionarse de forma sostenible a lo largo del tiempo.

Durante la presentación, Bjarke Ingels sostuvo que el océano “ya no puede pensarse únicamente como una frontera natural, sino como un posible espacio urbano del futuro”. En un contexto marcado por el cambio climático, las migraciones, la urbanización acelerada y los conflictos territoriales, la reflexión apunta a repensar dónde y cómo se construyen las ciudades. Para Naciones Unidas, el valor de Oceanix City no reside solo en su innovación arquitectónica, sino en su potencial como modelo replicable para ciudades costeras que hoy enfrentan inundaciones, escasez de suelo y desplazamientos forzados de población.

Oceanix City.
Render conceptual de Oceanix City, una ciudad flotante pensada para convivir con el aumento del nivel del mar y los nuevos desafíos urbanos del cambio climático.  

Render conceptual de Oceanix City, una ciudad flotante pensada para convivir con el aumento del nivel del mar y los nuevos desafíos urbanos del cambio climático.

¿Cómo funciona Oceanix City?

Pensada como una ciudad flotante modular, Oceanix City se construye a partir de plataformas hexagonales flotantes que se agrupan para formar barrios y comunidades completas. Cada módulo tiene una superficie aproximada de 12 hectáreas y puede albergar viviendas, escuelas, centros de salud, comercios y espacios públicos, replicando la lógica de una ciudad tradicional, pero sobre el agua.

Las islas se organizan en conjuntos de seis alrededor de un puerto central, dando lugar a pequeñas aldeas autosuficientes que pueden crecer de manera progresiva. Este diseño modular permite que la ciudad se expanda con el tiempo, sumando nuevas plataformas sin alterar el equilibrio general del sistema ni depender de grandes infraestructuras fijas.

Uno de los pilares del proyecto es la autosuficiencia. Oceanix City integra sistemas de energía renovable como paneles solares, turbinas eólicas y generación eléctrica a partir del movimiento del agua. La producción de alimentos se apoya en agricultura comunitaria y cultivos hidropónicos, mientras que la gestión del agua y los residuos sigue un modelo circular orientado a reducir al mínimo el impacto ambiental.

Desde el punto de vista estructural, las plataformas se anclan al fondo marino mediante sistemas flexibles que acompañan el movimiento del océano y permiten resistir tormentas severas. Los edificios mantienen una altura limitada, por debajo de los siete pisos, para reducir la exposición al viento y garantizar estabilidad frente a condiciones climáticas extremas.

En su presentación inicial ante la Organización de las Naciones Unidas, el concepto también fue planteado como un posible proyecto piloto en aguas cercanas a Nueva York, vinculado al ecosistema urbano de la ciudad y al trabajo de Naciones Unidas en materia de desarrollo sostenible. No se trató de un anuncio de construcción inmediata ni de una futura sede institucional, sino de un escenario experimental pensado para demostrar cómo una ciudad flotante podría integrarse a grandes áreas metropolitanas costeras.

El resultado es un modelo urbano que no busca reemplazar a las ciudades existentes, sino funcionar como extensión adaptable de ellas. Una propuesta que apunta especialmente a regiones vulnerables, donde el crecimiento urbano, la presión demográfica y el cambio climático empiezan a dejar cada vez menos margen de maniobra.

El aumento del nivel del mar como conflicto global

El aumento del nivel del mar ya no es una hipótesis futura, sino un fenómeno medible. Según datos citados por la Organización de las Naciones Unidas y el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), el nivel medio del mar subió entre 20 y 23 centímetros desde 1880, y el ritmo de crecimiento se aceleró de forma sostenida en las últimas décadas.

Las proyecciones actuales indican que, incluso en escenarios moderados de reducción de emisiones, el nivel del mar podría aumentar entre 30 y 60 centímetros hacia 2050. En escenarios más extremos, el incremento podría superar el metro hacia finales de siglo, afectando de manera directa a zonas costeras densamente pobladas.

El impacto urbano es significativo. Naciones Unidas estima que cerca del 90 por ciento de las grandes ciudades costeras del mundo estará expuesto a inundaciones recurrentes, erosión del litoral o pérdida de suelo habitable en las próximas décadas. Hoy, más de 680 millones de personas viven en áreas costeras de baja altitud, una cifra que podría superar los 1.000 millones en 2050 si se mantienen las tendencias actuales de urbanización.

El problema no es solo ambiental. El aumento del nivel del mar presiona sobre infraestructuras críticas, encarece los seguros, acelera procesos de desplazamiento forzado y reduce las opciones de expansión urbana. En ese contexto, el desafío ya no pasa únicamente por frenar el cambio climático, sino por adaptar las ciudades a un escenario en el que el océano seguirá avanzando durante décadas, aun si se cumplen los compromisos climáticos actuales.

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Un proyecto que vuelve a circular

En los últimos dias, Oceanix City volvió a ganar visibilidad en redes sociales y espacios de debate urbano, impulsada por un contexto cada vez más inestable. El avance del cambio climático, los terremotos recientes en zonas costeras y la sucesión de eventos extremos reactivaron el interés por modelos que piensan la ciudad más allá de la tierra firme.

Ese renovado interés no es solo teórico. Mientras Oceanix City funciona como referencia conceptual, el enfoque flotante empezó a materializarse en proyectos piloto. Uno de ellos es Oceanix Busan, un prototipo urbano flotante en desarrollo frente a la costa de Corea del Sur, concebido como laboratorio real para poner a prueba estas ideas.

En el caso de Busan, no se trata de un salto al vacío ni de un proyecto ajeno a Oceanix City, sino de una continuidad natural. Detrás del desarrollo vuelven a aparecer los mismos actores clave, con Bjarke Ingels Group liderando el diseño junto al estudio coreano SAMOO, y el acompañamiento de Oceanix, ONU-Hábitat y el gobierno metropolitano local. La diferencia es que aquí la idea baja al territorio: Busan funciona como un laboratorio urbano real para probar, a escala concreta, cómo podrían operar comunidades flotantes en contextos costeros vulnerables.

En ese cruce entre crisis climática, urbanismo y tecnología, Oceanix City vuelve a circular no como una promesa futurista, sino como una advertencia. La pregunta ya no es si estas ideas son viables, sino cuánto tiempo más pueden las ciudades costeras seguir ignorando un escenario que dejó de ser hipotético.

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