ANÁLISIS Mohammed Bin Salman > Arabia Saudita > Medio Oriente

EL TIEMPO NO LE DIO RAZÓN

El delirio del príncipe Mohammed bin Salman por el que Arabia Saudita gastó fortunas

El mega proyecto futurista de Arabia Saudita del príncipe Mohammed bin Salman se desmorona. Una utopía millonaria que pasó a ser un espejismo en el desierto.

Arabia Saudita quiso romper todos los moldes con Neom, el proyecto futurista del príncipe Mohammed bin Salman que iba a reinventar el desierto y el destino del país. Pero en un Medio Oriente acostumbrado a los excesos, el sueño del príncipe se topó con la realidad: ni la plata, ni el poder, ni la fe alcanzaron para construir el futuro.

La ciudad de Arabia Saudita que quiso flotar y se hundió en la arena

The Line, la joya de Neom, tenía un poco de promesa tecnológica y otro poco de megalomanía: una ciudad sin autos, sin calles y sin contaminación, donde todo estaría a menos de 5 minutos a pie y el transporte sería un tren supersónico que atravesaría la estructura en minutos. En las simulaciones que mostraron se veía una muralla espejada de medio kilómetro de altura recorriendo el desierto como una cicatriz brillante. Pero aquella fantasía de ciencia ficción terminó siendo, literalmente, imposible de construir.

Como cuenta el Financial Times, varios arquitectos y expertos en ingeniería advirtieron desde el principio que el diseño era estructuralmente inviable. Al punto que uno de ellos llegó a preguntarle al director de The Line si entendía que "la Tierra gira y los edificios se mueven". Nadie quiso escuchar. La orden del príncipe era avanzar, sin importar si el proyecto tenía sentido o no.

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Neom iba a ser una ciudad futurista pero se volvió imposible de construir. Los costos se dispararon, las inversiones desaparecieron y el proyecto quedó reducido a una maqueta abandonada en el desierto.

Neom iba a ser una ciudad futurista pero se volvió imposible de construir. Los costos se dispararon, las inversiones desaparecieron y el proyecto quedó reducido a una maqueta abandonada en el desierto.

Con el paso del tiempo, los costos se dispararon (de 1,6 a más de 4,5 mil millones de dólares) y la inversión extranjera, que debía financiar gran parte de la obra, nunca apareció. Las empresas occidentales al principio miraban con curiosidad, pero terminaron tomando distancia por el nivel de secretismo, los atrasos, las demoras en los pagos y las denuncias de abusos laborales.

Hasta llegó a haber denuncias de desalojos forzosos de comunidades locales para liberar el terreno de construcción.

El golpe final llegó este año: de los 20 módulos originales, el proyecto se achicó a tres. Una reducción brutal que equivale a admitir el fracaso, aunque nadie en Riad lo diga abiertamente. En los desiertos de Tabuk, quedan los pilotes gigantes abandonados, maquinaria cubierta de arena y un silencio incómodo. Neom, que iba a ser "el futuro", parece una maqueta rota de un país que quiso jugar a ser dios.

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El futuro era un acto de fe de Mohammed bin Salman (y de poder)

El error técnico no es lo único que hay atrás del colapso de Neom: es un derrumbe político y simbólico para Mohammed bin Salman, que había hecho del proyecto su carta de presentación ante el mundo. En su documental para Discovery Channel, el príncipe prometía que "seguiremos demostrando que se equivocan". Pero los que tenían razón eran, justamente, los que él desoyó.

Según el Financial Times y algunos testimonios de empleados y contratistas, el clima de trabajo dentro de Neom era casi feudal: nadie se animaba a contradecir al príncipe, y si se lo llegaba a cuestionar a nivel técnico, era un desleal. Así se fue construyendo una cultura de obediencia donde los renders valían más que los planos, y los PowerPoints pesaban más que los cálculos estructurales.

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El colapso de Neom golpeó la imagen de Mohammed bin Salman y expuso su gestión autoritaria.

El colapso de Neom golpeó la imagen de Mohammed bin Salman y expuso su gestión autoritaria.

Hoy, Arabia Saudita sigue tratando de venderse como "transformación verde", pero la realidad energética del país sigue atada al petróleo, y los ingresos de Aramco no alcanzan para tapar los agujeros de sus delirios urbanos. En el fondo, Neom quedó como la metáfora perfecta del siglo XXI: el intento de comprar el futuro con plata y marketing, y descubrir que ni los príncipes, ni los petrodólares, ni los algoritmos pueden torcer las leyes de la física.

Lo que queda de Neom es una advertencia: los espejismos también cuestan caro.

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