Björk a esta altura de su carrera ha trascendido lo que significa ser un cantante, o dar un concierto. Ella ofrece experiencias. Cada una de ellas son diferentes y similares entre sí, pero abogan por este misticismo de disfraces, brillos y música sumamente bien elaborada, y el Primavera Sound no fue la excepción.
GALA HIPNÓTICA
Primavera Sound: Una noche mágica con una sinfónica Björk
El viento costero fue imperceptible con la sólida estructura que la cantante islandesa Björk ofreció para los presentes en el Primavera Sound
Era la noche de un miércoles a la vera del Río de la Plata, donde el sonido y el casi inexistente viento característico de la costa porteña se esfumaron como si ella hubiera lanzado un hechizo de antemano.
La intérprete islandesa atrajo una luna llena que el director de cámaras mostró luego en las pantallas laterales, e inició con su experiencia despojada, magnética y musicalmente impecable.
Con el acompañamiento de una orquesta de cuerdas, la estable del Teatro Colón, Björk se alejó de los sintetizadores y las máquinas a las que tenía tan acostumbrado a su público: Sólo ella y las cuerdas elaboraron esta función, diametralmente opuesta a lo que un show de festival supondría, pero orgánicamente deliciosa al momento de escuchar.
De hecho, cuando la audiencia se enteró que la orquesta del Teatro Colón estaba en escena, la marea de personas se sorprendió gratamente, aunque su experiencia trabajando con profesionales argentinos no es la única.
Durante el 2012 en su gira Biophillia, la artista realizó talleres musicales educativos para estudiantes de diversos colegios, siendo Buenos Aires uno de los destinos.
Sin embargo, nadie canta como lo hace Björk y nunca nadie lo hará, lo más cercano a ello para las nuevas generaciones es la jovencita noruega Aurora que, dato color aparte, vendrá al Lollapalooza 2023.
Björk en Primavera Sound: La diosa nórdica retorna al continente
Pero volvamos a ella, la protagonista de la noche. Emulando a una deidad vikinga con cornamenta metálica y su traje multicolor desflecado, esta hada insular dejó perpleja a toda su audiencia, mostrando la altura performática que ha alcanzado.
Aunque Björk se encuentra en gira tras el estreno de su álbum hongo, Fossora, la única canción que sonó de éste fue Freefall, nuevamente todo dominado por las cuerdas, junto a la presencia escénica y camaleónica de la intérprete.
Los temas fueron danzado de un tempo a otro con una cadencia aunque repetitiva, muy efectiva, porque el objetivo no es distraer, sino atraer y conectarse con el público de forma orgánica.
Incluso cuando en Come To Me tanto la orquesta como Björk jugaron a los aires de adaggio. La única palabra que prevaleció en su inesperado español fue Gracias, con la R bien marcada, fuera de las lánguidas pronunciaciones europeas anglosajonas, y que se tornó una marca registrada de la islandesa.
Ya lo dice en su single más reciente, Atropos: Our differences are irrrrrrelevant.
Pero lejos del afrobeat y los ritmos reggaetoneros, Björk mixeó sus clásicos de los noventa con los de sus más recientes trabajos, aunque en Hunter, Jóga o Aurora, fueron canciones en las que brilló su destreza vocal, entregando sus mejores agudos.
Finalmente, tras 14 canciones en todo el concierto, la orquesta y ella cerraron con una sinfónica versión de su más grande clásico Hyperballad, un hit que hizo poguear a la gente incluso teniendo un conjunto de cuerdas delante, lo que trasmutó la energía cálida de la artista en otro fuerte Muchas grrracias.
Pero Björk no necesita agradecer. Su presencia es más que suficiente, y fue una de las performances más etéreas y maravillosas que dejó el festival Primavera Sound, en su primera edición en Buenos Aires.
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