La polémica alrededor de Homo Argentum muestra cómo el cine dejó de ser simple entretenimiento para convertirse en arena de debates políticos. Guillermo Francella protagoniza una película que, más que reflejar la realidad, sirve a Javier Milei como herramienta de propaganda, dejando en evidencia la tensión entre cultura y poder en un país cada vez más polarizado.
BATALLA CULTURAL
Francella, Homo Argentum y la proyección que Milei transformó en campaña política
El equipo de Milei convirtió 'Homo Argentum' en acto político, usando la película para criticar al "corazón woke". Ya ni el cine zafa de ser ideologizado.
Bellati, Francella y la disputa cultural que incomoda al poder
Todo empezó con un comentario de Guillermo Francella sobre el cine independiente: "Hay cine que es muy premiado, pero le da la espalda al público. Van cuatro personas nada más, ni la familia del director va. Yo prefiero no ver esas películas".
La actriz Marina Bellati (nominada al Cóndor de Plata por El gerente) reaccionó inmediatamente en C5M: "Esa idea de que el cine y el arte en general tenga que entrar en las leyes del mercado, es dañina. Que si sólo se valida si tiene una cierta cantidad de espectadores, eso está mal". Planteó un debate que no es menor: ¿el valor del arte se mide por la taquilla o por su capacidad para hacer reflexionar?
Como era previsible, la respuesta del Gobierno no tardó en llegar. Manuel Adorni, vocero de Javier Milei, publicó en X: "¿?". Minutos después, Javier Lanari, subsecretario de Prensa, remató con un mensaje que no podía ser más tajante: "Cuando un artista llora subsidio, deja de ser un artista. Pasa a ser un empleado público. Y, si además hace política con ese subsidio, es un militante rentado".
El analista Carlos Maslatón trató de ser más neutral en la discusión y opinó que no hay que llevar la película a ningún extremo. "Se está exagerando en torno de la ideología solo porque Francella es pro-Milei. La verdad es que las historias pueden ser del agrado de sujetos de ultraderecha pero también de ultraizquierda, inclusive resultan del interés de personas como yo, espantadas por la división extremista".
Pero el circo llegó a su punto máximo cuando el propio Milei proyectó la película para diputados y su Gabinete, y después escribió en X sobre la "disonancia cognitiva en el corazón woke": "Les duele mucho la película porque les presenta un espejo en el cual sale a la luz todo lo que son... casi está de más decir lo que les duele el éxito en una película sin financiamiento del Estado".
Con esta movida, Milei dejó claro que ya no se trata de cine, sino de propaganda cultural, usando a Francella y a la película como instrumento de legitimación política. La proyección oficial no fue un estreno, fue un acto de campaña: la cultura convertida en bandera, el entretenimiento en adoctrinamiento, y el público en cómplice o enemigo según su mirada política.
La Argentina reflejada en 'Homo Argentum' en 16 personajes
Homo Argentum, con Francella interpretando 16 personajes, ofrece un retrato de argentinos que va del vendedor callejero al presidente ficticio. Los críticos la acusan de presentar un país poblado por personajes "garcas, estafadores y ventajeros", mientras Milei la celebra como un espejo que refleja una sociedad incómoda para la "progresía" que desprecia lo que no entra en su narrativa.
Saliendo de la polémica, esta discusión se enmarca en un contexto social y político profundamente fragmentado. Especialistas como Vanesa Bahur y Diana Kordon sostienen que la pandemia potenció un individualismo agresivo, erosionó la confianza en instituciones y debilitó la solidaridad cotidiana. En lugar de reconstruir esos lazos, la política se ocupa de dividir aún más, y los dichos de Nicolás Márquez y Diego Spagnuolo sobre violencia de género y discapacidad muestran una indiferencia estatal frente al sufrimiento real de los ciudadanos.
En este escenario, Homo Argentum pasa a ser una herramienta de debate sobre qué argentino queremos ser, y el gobierno lo sabe. Al proyectarla como acto político, Milei convirtió el cine en instrumento de agenda pública, enseñando que en su gestión la cultura se mide por su utilidad propagandística y no por su valor artístico.
La verdadera pregunta es si la sociedad está dispuesta a enfrentarse al espejo que muestran Francella y Cohn-Duprat, o si seguirá aplaudiendo mientras el tejido social se deshilacha y la política juega al espectáculo con la cultura.
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