En la historia política reciente de la Argentina, los partidos politicos tradicionales y las ideologías que alguna vez marcaron el rumbo institucional del país han ido perdiendo protagonismo frente a un fenómeno cada vez más dominante: el personalismo político. Una forma de ejercer el poder en la que las estructuras partidarias quedan relegadas y la figura del líder se convierte en el eje absoluto de la construcción política.
ARGENTINA 2025
La política sin partido: anatomía del personalismo de la Argentina
Argentina: De la reforma para Menem 1995 a los K, MM, y el verticalismo de Javier Milei, casi 31 años de líderes sin ideología, antropófagos de sus partidos.
Si bien sus raíces pueden rastrearse en distintos momentos del siglo 20, este proceso tomó un impulso decisivo con la llegada de Carlos Saúl Menem a la Presidencia en 1989. Bajo su conducción, el Partido Justicialista dejó de ser un espacio de debate interno y se transformó en una maquinaria electoral al servicio de su figura.
En esa misma lógica, Menem no sólo recentralizó el poder; tambien impulsó la reforma constitucional de 1994, tras el Pacto de Olivos, y convocó a la elección de convencionales constituyentes para habilitar, entre otros cambios, la reelección inmediata por un solo período.
La tendencia continuó durante el interinato de Eduardo Duhalde, quien en 2003 evitó la realización de internas partidarias, habilitando que distintas fracciones del peronismo compitieran entre sí en las elecciones presidenciales. Esa elección marcó un hito: el peronismo, dividido en 3 candidaturas —Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá—, perdió su cohesión histórica.
Los K
El triunfo de Néstor Kirchner, con apenas el 22% de los votos y gracias a la renuncia de Menem a disputar la 2da. vuelta, abrió una nueva etapa de personalismo. Kirchner no solo gobernó dejando de lado al Partido Justicialista como estructura central, sino que construyó un movimiento propio: el kirchnerismo.
Este modelo tuvo continuidad inédita en 2007, cuando Cristina Fernández de Kirchner asumió la Presidencia en una suerte de “transición matrimonial” que consolidó el control político de un mismo núcleo de poder durante 3 mandatos consecutivos.
En 2011, Cristina fue reelecta con un amplio margen, pero el kirchnerismo ya mostraba signos de radicalización y de cierre sobre sí mismo. La falta de democracia interna dentro del peronismo provocó nuevas divisiones y el surgimiento de corrientes alternativas, tales como el Frente Renovador liderado por Sergio Massa y el peronismo federal impulsado por figuras como José Manuel de la Sota.
En 2015, Cristina profundizó el personalismo al elegir “a dedo” la fórmula presidencial Daniel Scioli–Carlos Zannini.
MM
La victoria de Mauricio Macri ese mismo año tampoco significó un regreso a los partidos políticos tradicionales: si bien el PRO logró expandirse territorialmente, no funcionó como un partido con vida interna plena.
El gobierno MM se organizó en torno a la figura de Macri, y la alianza Cambiemos terminó absorbiendo progresivamente a la UCR, reduciendo su influencia política.
En 2019, nuevamente Cristina Fernández definió la estrategia presidencial de su espacio al designar a Alberto Fernández como candidato a presidente y a ella misma como vicepresidenta, en otra muestra de conducción personalista por encima de cualquier deliberación partidaria.
Milei
La elección de 2023 trajo un nuevo capítulo: la llegada de Javier Milei, el candidato de la “no política”.
Sin un partido político orgánico ni una estructura interna de debate, Milei ganó las elecciones basando su campaña en un liderazgo personal y disruptivo.
Hoy, la Argentina se encuentra nuevamente bajo un proyecto personalista: el armado de La Libertad Avanza gira en torno a la figura del Presidente y de su hermana, Karina Milei.
En este esquema, el disenso es reemplazado por la conducción vertical y excluyente de los hermanos Milei, en un modelo que refuerza la tendencia de las últimas décadas: la desaparición de los partidos como espacios de construcción colectiva y el avance de liderazgos individuales que absorben todo el poder político.
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