Primavera Sound: La amenaza del diluvio apuró la clausura

Sin embargo, a pesar del intempestivo desalojo del predio en Costanera Sur para pasadas las 10 de la noche, dos artistas brillaron en extremos opuestos y a su modo, para coronar este megafestival que llegó desde Barcelona con una grilla alternativa, pero alternativa en serio: Arctic Monkeys y Lorde.

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El paso de la banda de Alex Turner por el primer Primavera Sound Buenos Aires estuvo irónicamente aguado por los inconvenientes técnicos iniciales, pero así también con los subsecuentes desmayos en la cabecera del campo, a pesar de la excelsa calidad sonora que se logró en conjunto.

Con la sombra de las estampidas coreanas todavía presente, el conjunto inglés prefirió elegir la precaución antes que la tragedia ensombreciera su show. Con disco nuevo recién salido, The Car, los ingleses salieron a dar cuenta de lo que eran desde el vamos, el nombre más rutilante de un cartel que contemplaba nombres como Björk o Travis Scott.

En la previa sonó Last Train to London y It's not unusual de Tom Jones, mientras la llovizna comenzaba a transformarse en lluvia. Elegante como siempre, anteojos negros y saco de crooner como outfit obligatorio, Alex Turner salió a escena para cumplir con lo pactado.

En medio de Brianstorm, que comienza con un machaque veloz de batería y una guitarra endemoniada, Costanera Sur tomó más temperatura que nunca, se olvidó del aguacero y allá adelante, en las primeras filas frente al escenario principal, las cosas se pusieron espesas.

Ahí abajo, tómenselo con calma, decía en inglés Alex Turner para repetir el take it easy y advertir relax, si ven alguien que se cae, levántenlo, explicaba, mientras, por primeras vez, se sacaba los anteojos para presenciar el amasijo de los fanáticos con gritos desesperados de por medio.

Al romper con su look crooner, el cantante y guitarrista parece quedar desencajado e ingresa en otra dimensión del show, no tanto montado en el personaje sino más bien quedando pendiente del otro lado, su público.

La ecuación mal clima (en ese momento la lluvia era incesante) más el comportamiento agresivo cerca del vallado, derivaba en una frágil fórmula que podía derivar en la suspensión del show. Desafiar a Mr. Turner no era una opción.

Stop! Gritó cortando en seco Snap Out of It, escenario fundido en negro. Los tonos ocres de las luces se apagaron para generar esa caja escénica mortuoria. Den un paso atrás, por favor, ordena Turner nuevamente. La exclamación de Ya volvemos dispara las alarmas entre los presentes, mientras el grupo se retira del escenario para analizar la situación. ¿Volverán? ¿Bajo qué condiciones?

Una voz en off explica por los parlantes que la banda está preocupada por la seguridad. Cálmense y el show va a continuar. Den un paso para atrás, por favor, intenta explicar didácticamente la voz del estadio.

Con un setlist que pasea por canciones más melódicas para apaciguar el ánimo de las audiencias, Turner retorna a su performance a lo Johnny Cash, pero aunque ese despliegue escénico es simple y efectivo, está acompañada de la gran voz y gestualidad que el inglés tiene cuidadosamente ensayada.

Luego de Arabella (con homenaje final a Black Sabbath, con un fragmento de War Pigs) arremete con Potion Approaching para engarzar There´d Better Be a Mirrorball. Nuevamente, las pausas.

Los intermitentes impasse acortaron el show en demasía, destazando el setlist original, que dejó un saldo de sólo 15 canciones, cuando en chile habían llegado a casi 21 temas.

Una lástima, sobre todo porque el sonido de la banda estaba de entre los mejores del festival, sólo siendo superado por Björk con la orquesta estable del Colón. La nitidez musical podía disfrutarse incluso a la distancia.

Lorde, diosa dorada emergida de un reloj de sol

Nadie supo con certeza qué era ese monumento abstracto y ligeramente falocéntrico que se encontraba en el show de Lorde, pero pronto los presentes se dieron cuenta que era una alegoría a su más reciente trabajo, Solar Power.

Lorde emergía como la líder de un culto remotamente emparentado con el Xeneixe por sus colores, en lo alto de lo que después se supo, era un reloj de sol.

Ataviada en encaje azul con sus músicos complementaban en trajes de satén oro, la neozelandesa era una ninja bostera que subía y bajaba en ánimos o nostalgia, haciendo un recorrido tímido de su nuevo album, pero contundente con todos sus clásicos.

Pensemos en Lorde del Lollapalooza 2014. La artista a descubrir, lo suficientemente alternativa para resaltar en el mainstream, el imán para aquellos cool hunters musicales. Top negro, Oxford blanco, rizadísimo pelo azabache y los ojos casi siempre cerrados al entonar, buscando no fallar en un acotado rango vocal que tenía mucho potencial, sin haberlo encontrado aún.

Ahora, pasemos a Lorde modelo Personal Fest 2018, con aquel vestido tornasolado plateado, mucho más alegre que su versión de cuatro años atrás. Como si estuviese poseída por una Björk con energizante. La estela dark se había perdido o, al menos, ocultado por un tiempo. En cambio, el imán adolescente ya era inmediato, pero ella seguía en transición hacia la joven adultez.

Ahora, en este 2022 lejos quedó el parodiado y oscuro concepto con el que Lorde debutó en su tierna adolescencia, porque se ha convertido en la diosa dorada (melena rubia aparte) que creció muchísimo a nivel vocal, primando la belleza de canciones minimalistas pero divertidas.

El recital podría dividirse en dos bloques: el comienzo con baladas calmas, como Path o California, junto a un segundo bloque de hits que se cantaron a los gritos. Royals, Supercut y Green Light integraron el corazón del show, con picos de éxtasis por parte del publico y una sólida performance.

El agua lavó las tensiones con un luminoso sol en la pantalla de Lorde, y éste convirtió a la marea de gente en un arcoíris de emociones. Ese es el término más adecuado para definir al momento actual de la música de Lorde, junto con Solar Power, su tercer disco: Una ola empapada de optimismo, bastante diferente a su obra previa.

Pure Heroine, fue su apuesta inicial, de pop frío y minimalista, y Melodrama, su segundo disco, una reversión de su oscuridad llevada al pop expansivo, menos críptico. Pero en Solar Power está más cerca del chill out de lo que cualquiera creería, y se distingue por una fresca perspectiva veraniega.

La recta final del Primavera Sound Buenos Aires dejó desafíos de cara al futuro, y una alternativa por demás variada en cuanto a géneros y artistas, muy diferente a su popular prima Lollapalooza, que ya aboga por cantantes extremadamente masivos.

Más allá de las circunstancias que jugaron en contra (como las cancelaciones y los cambios de horarios) Primavera Sound posee un saldo positivo, un sonido claramente pulido, y una grilla de artistas heterogéneos que invita a pensar con ganas cuál será el lineup del año que viene. Hasta el 2023 será.

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