El anuncio de que Bad Bunny encabezará el show de medio tiempo del Super Bowl 2026 prendió fuego las redes y la política estadounidense. Mientras el mundo celebra su música y su cultura boricua, Donald Trump y varios conservadores no pueden creer que un latino, ciudadano estadounidense de nacimiento, vaya a tomar el centro del escenario más visto del país.
¿HIPOCRESÍA O IRONÍA?
Bad Bunny (más yanqui que Melania) al Super Bowl desata la ira de Trump y de MAGA
Bad Bunny al Super Bowl desata polémica política: Trump y MAGA critican al boricua, olvidando que él es estadounidense de nacimiento, más que Melania Trump.
El boricua Bad Bunny lleva su isla al show más visto de EE.UU.
Que el artista más escuchado del planeta sea un puertorriqueño que canta en español y no pide permiso parece demasiado para ciertos sectores del poder yanqui. Benito Martínez Ocasio, alias Bad Bunny, no llega únicamente al Super Bowl con récords y Grammys, sino con una identidad cultural que incomoda. Porque lo que está en juego es quién puede representar a "América" en su ritual televisivo más sagrado.
Desde "El apagón" hasta "Debí tirar más fotos", Bad Bunny viene construyendo una imagen donde Puerto Rico es un territorio vivo, colonizado y orgulloso. En sus letras se cuelan los coquíes, las pavas, las fiestas de marquesina, y una nostalgia que se vuelve política: la defensa de una identidad que el mercado y la gentrificación intentan borrar. Cuando en Saturday Night Live cerró su monólogo con un mensaje a puro español ("Si no entendieron lo que dije, tienen cuatro meses para aprender"), no estaba chicaneando: estaba marcando territorio cultural.
El problema es que, en Estados Unidos, hablar español en público todavía puede ser leído como un acto político. Por eso no sorprende la reacción de Donald Trump, quien declaró a Newsmax: "Nunca escuché sobre él, no sé por qué lo hacen, es absolutamente ridículo". Es decir, el presidente que nunca escuchó a uno de los artistas más populares del planeta, sí se tomó el tiempo para despreciarlo.
Lo mismo hizo la congresista Marjorie Taylor Greene, que habló de posibles "actuaciones demoníacas", o el presidente de la Cámara, Mike Johnson, que dijo que "habría elegido a Lee Greenwood, un verdadero modelo estadounidense".
Pero acá viene la parte irónica: la esposa de Trump, Melania Trump, nació en Eslovenia cuando era parte de Yugoslavia, se naturalizó recién en 2006, y ella sí es inmigrante; en cambio, Bad Bunny nació en Puerto Rico, que es territorio estadounidense, así que es ciudadano desde el día en que nació. En términos legales, él es más estadounidense que la mismísima Primera Dama.
Pero claro, en el imaginario conservador de ciertos sectores, un europeo rubio "encaja" más que un latino que habla español. Es el doble estándar de siempre: la extranjería molesta cuando tiene acento caribeño.
Contra el establishment: El show que empezó fuera del estadio
El enojo de Trump y compañía no tiene que ver con la música ni con el idioma. Lo que les duele es que un latino con poder simbólico y discurso propio ocupe el escenario más visto del mundo, sin arrodillarse ante el relato dominante.
Bad Bunny no es un "artista de protesta" en el sentido tradicional, pero cuando no incluye ciudades estadounidenses en su tour o cuando denuncia a ICE por sus allanamientos tiene un peso político enorme. En una entrevista con i-D Magazine, Benito lo dijo sin vueltas: "Estaba el problema de que ICE pudiera estar fuera de mi concierto. Y es algo que estábamos hablando y que nos preocupaba mucho."
Y si hacía falta más gasolina, desde el gobierno republicano avisaron que habrá agentes de ICE en el Super Bowl, como si un partido de fútbol americano necesitara vigilancia migratoria. La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, llegó a decir que "los agentes estarán por todas partes del evento". No podría ser más claro lo absurdo: un ciudadano yanqui, puertorriqueño, será custodiado por un operativo pensado para atrapar inmigrantes ilegales.
Pero ahí está el punto: Bad Bunny no busca congraciarse con nadie. Nunca lo hizo. Prefirió no hacer shows en EE. UU. antes que exponer a sus seguidores a un operativo migratorio. Se viste como quiere, canta en el idioma que siente, y no le tiembla la voz para criticar a quien tenga que criticar. Y eso, en el contexto actual, es revolucionario.
Mientras algunos lo acusan de "dividir", él en realidad está ampliando el mapa de quiénes pueden ser parte del mainstream global sin dejar de ser lo que son. En un país que todavía discute si el español tiene lugar en su cultura popular, Bad Bunny no pide traducción: impone respeto con ritmo, con política y con coherencia.
Cuando suba al escenario en febrero de 2026, no va a estar solo: va a estar todo un continente que entiende que el poder cultural también se disputa bailando. Y esta vez, el conejo malo ya ganó antes de que suene la primera nota.
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