Google convirtió a YouTube en una máquina de espionaje infantil durante casi siete años, y ahora paga las consecuencias. Los 30 millones de dólares que desembolsará para cerrar esta demanda colectiva no son más que calderilla para Alphabet, que facturó 186,7 mil millones en el primer semestre de 2025.
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El negocio perfecto: convertir la infancia en datos de Google
Desde julio de 2013 hasta abril de 2020, YouTube funcionó como un aspirador digital que absorbía información personal de millones de menores estadounidenses. Canciones de cuna, dibujos animados, contenido "inocente" que servía como carnada perfecta para que los algoritmos de Google violaran sistemáticamente la ley COPPA en USA, diseñada específicamente para proteger la privacidad de los menores de 13 años.
Lo más perverso del esquema no radica solo en la recolección ilegal, sino en la estrategia deliberada. Google sabía perfectamente que YouTube era territorio infantil, pero siguió operando como si fuera terra nullius digital. Los padres de 34 niños que iniciaron esta batalla legal no pelean solo por dinero: luchan contra un modelo de negocio que monetiza la inocencia.
La cifra de 45 millones de potenciales afectados debería generar escalofríos en cualquier ejecutivo tecnológico. Sin embargo, Google niega todas las acusaciones mientras acepta pagar. Esta contradicción corporativa típica nos demuestra que para las Big Tech, admitir culpa cuesta más que 30 millones de dólares.
David contra Goliat: cuando los algoritmos pierden
Los abogados de los demandantes calculan que cada menor afectado podría recibir entre 30 y 60 dólares, una suma ridícula comparada con el valor comercial que Google extrajo de sus datos durante años. Mientras tanto, los letrados se quedarán con hasta 9 millones del acuerdo. La justicia tiene precio, y aparentemente es bastante accesible para quienes manejan los hilos de internet.
Este caso marca un precedente crucial: ya no alcanza con esconderse detrás de términos y condiciones que nadie lee. La era de la impunidad digital llegó a su fin, al menos parcialmente.
YouTube seguirá siendo el parque de diversiones favorito de los chicos, pero ahora sus padres saben que cada clic tiene un precio oculto.
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