El Día del Maestro se celebra en la Argentina el 11 de septiembre pero, también, esta fecha incluye a aquéllos maestros del fútbol argentino que marcaron un estilo y una forma de sentir este deporte.
HOMENAJE
Día del Maestro y los maestros del fútbol argentino
El Día del Maestro se celebra en la Argentina el 11 de septiembre pero, también, esta fecha incluye a aquéllos maestros del fútbol argentino.
El 11 de septiembre se celebra en la Argentina “El Día del Maestro” en homenaje a Domingo Faustino Sarmiento considerado el “padre del aula” y por sus políticas en materia educativa.
En estas últimas décadas, se considera “Maestro”, en el habla cotidiana, a aquélla persona que se destaca en alguna profesión, oficio y actividad artística.
En una fecha tan especial, el fútbol argentino recuerda a sus más destacados maestros que marcaron un estilo y una forma de sentir este deporte.
Carlos Bilardo, obsesivo, meticuloso y con fuertes convicciones
Carlos Salvador Bilardo, heredero de la escuela creada por Osvaldo Zubeldía en Estudiantes de La Plata en los años ’60, fue el futbolista que mejor interpretaba las instrucciones de su entrenador.
Instrucciones que más tarde trasladó a su rol como director técnico con gran éxito, destacando sobre todo el triunfo en el Mundial de 1986.
Después de la conquista del campeonato de 1978, Argentina era el gran candidato para obtener el siguiente torneo, en España, en 1982.
César Luis Menotti mantuvo para ese Mundial a la base del equipo campeón y le agregó a tres jóvenes jugadores que para aquel momento eran más realidad que promesas:
Jorge Valdano, Ramón Díaz y un tal Diego Armando Maradona.
Sin embargo, aquella ilusión devino en frustración. La selección cayó eliminada en segunda ronda tras duras derrotas ante Italia y Brasil.
La expulsión de Maradona ante la “Canarinha” quedó marcada como la imagen que representó aquella decepción.
Aún con ese resultado en la cita mundialista, Julio Humberto Grondona, presidente de la Asociación de fútbol argentino (AFA), tomó la decisión de ofrecerle la renovación contractual a Menotti.
No obstante, la propuesta estaba acompañada de una importante reducción salarial.
No hubo negociación y Menotti rápidamente rechazó el ofrecimiento y así terminaba una era de orden y triunfos para el fútbol argentino.
Grondona tenía en mente varios candidatos
Grondona tenía varios candidatos en mente. No obstante, la revista El Gráfico, la más importante e influyente del país en materia futbolística, también tenía algo que decir.
El director de la revista, Héctor Vega Onésime, fue el primero en sugerir a un hombre que estaba vetado por el presidente de la AFA, y que a la postre terminó siendo el elegido: Carlos Salvador Bilardo.
Bilardo dirigió en Estudiantes en dos ocasiones, siendo la segunda etapa la más recordada, tanto por el campeonato logrado en 1982 como por el juego del conjunto.
También entrenó al Deportivo Cali colombiano y a San Lorenzo de Almagro.
El 24 de febrero de 1983 comenzaba una nueva era en el equipo nacional argentino. Una era caracterizada por fuertes decisiones que Bilardo sostuvo contra viento y marea.
Su once típico en el Mundial de México 86 incluía a Nery Alberto Pumpido, el arquero elegido para el campeonato.
Su elección fue tomada con cierto escepticismo ya que Ubaldo Fillol, histórico guardavalla campeón del mundo en 1978, había sido el encargado de cuidar el arco durante el proceso clasificatorio.
En tanto, “El Pato” no fue convocado para el Mundial y Pumpido demostró ser un digno sucesor, dada la seguridad que ofrecía bajo los tres palos.
Esto, pese a que no poseía la capacidad de construcción de juego que sí tenía su antecesor.
El esquema elegido fue el 3-5-2, eliminando a los extremos y dando cabida a una función que denominó “lateral-volante”. Aunque luego sustituyó el término volante por mediocampista.
Los futbolistas que ejercían esa función tenían la libertad de modificar su posición en el campo según cada momento del partido.
No se limitaban a recorrer la raya sino que cuando el equipo lo requería, podían ocupar zonas centrales, tanto en ataque como en defensa.
Finalmente, la línea atacante estuvo integrada principalmente por Jorge Valdano y Diego Maradona.
Ninguno era un delantero centro habitual, lo que dotaba a la ofensiva argentina de la capacidad para sorprender a los rivales y permitía la llegada de rematadores provenientes del medio campo.
Cuando lo sintió necesario, Bilardo varió la forma de atacar, retrasando la posición de Maradona y dándole entrada a Pedro Pablo Pasculli como delantero centro.
Bilardo no quería dejar escapar detalle alguno y para ello ejercía un férreo control sobre cualquier aspecto que influyese en su equipo.
Se ocupó de la dieta, del descanso, del estudio pormenorizado de cada rival y hasta de definir qué jugadores compartirían habitación.
Todo estaba analizado para construir una cultura de esfuerzo idéntica a la que vivió como jugador bajo el mando de Zubeldía en Estudiantes.
Fase ofensiva
El 3-5-2 supuso una novedad en los mundiales. Con él, la selección argentina plasmó conceptos propios del “fútbol total”, como no aferrarse a la posición y jugar de manera dinámica.
Esto convertía al equipo en un conjunto casi imprevisible, en el que los jugadores alternaban sus posiciones y adecuaban su juego a las necesidades del partido.
Si bien la referencia era Maradona, todo el equipo trabajaba para llegar al arco rival.
La ausencia de un delantero centro tradicional derivó en una ofensiva fluida, en la que los futbolistas debían ocupar espacios y salir de los mismos con mucha velocidad.
Maradona y Valdano se movían por todo el ataque, muchas veces ocupando zonas cercanas a la banda y partiendo desde allí para atacar el área.
Maradona, además, retrasaba su posición para asociarse con Ricardo Omar Giusti y Jorge Luis Burruchaga, permitiendo mantener la superioridad numérica y posicional.
Así, Maradona alentaba la participación de los laterales-mediocampistas.
Sin embargo, hubo dos partidos en los que Bilardo, tras haber estudiado a los rivales, prefirió jugar con un delantero tradicional: ante Corea del Sur y frente a Uruguay.
En ambos casos fue Pasculli el protagonista. Su presencia acercó a Maradona al tiempo que Pasculli, que tampoco era un delantero estático, se complementaba a la perfección con Valdano.
Cuando el equipo jugaba en corto, Batista se constituía en una figura primordial.
Su posición le convertía en el primer pase de los centrales, y su visión de juego era fundamental para dictaminar el ritmo de cada avance.
Esto era un aspecto clave, ya que el mundial se jugó en condiciones climáticas adversas como consecuencia del calor y la altitud.
Para poder triunfar en tierras mexicanas había que medir muy bien los esfuerzos, y Batista fue el futbolista perfecto para determinar si se jugaba con pases cortos o convenía un pase largo al vacío.
Bilardo construyó un equipo sobre el liderazgo de Maradona
La selección de Bilardo convirtió 14 goles en siete partidos.
Esto fue la consecuencia de una estructura ofensiva en la que los jugadores no poseían posiciones fijas y tenían libertad para avanzar hacia el área rival.
El segundo gol ante Bélgica, por el partido de semifinales, muestra a la perfección esa dinámica.
Enrique recupera un balón cerca del medio campo y conduce hasta encontrar a Maradona, quien recibe y se perfila hacia el área.
Mientras el 10 buscaba el tiempo y el espacio para disparar a puerta, el stopper acompañó hasta el área, constituyéndose en una posible opción de pase o en rematador de un rebote.
La figura de Maradona merece un capítulo aparte.
Apoyado por una preparación especial, a cargo de Fernando Signorini, el capitán llegó a México decidido a mostrarle al mundo que era el mejor jugador de su tiempo.
Sus cualidades técnicas, su comprensión del juego y su liderazgo lo catapultaron como la figura del torneo y uno de los más grandes futbolistas de la historia.
Nunca jugó para su lucimiento personal y hasta en los momentos de mayor brillantez, como el segundo gol a Inglaterra, consideraba la opción de pasar la pelota a un compañero mejor ubicado.
Pocas veces un futbolista dominó una competición como lo hizo Diego en tierras americanas.
Fase defensiva
Otra herramienta que aportó Bilardo a su selección fue el marcaje al hombre. Contrario al ideario de Menotti, Bilardo asignaba un jugador a marcar a cada uno de sus futbolistas.
En determinadas ocasiones, esa persecución debía abarcar todo el terreno que ocupara el futbolista señalado. Un ejemplo de ello lo narró Jorge Valdano en la cadena ESPN:
“El día de la final, cuando salgo de la habitación, me encuentro a Bilardo. Cuando lo miré pensé que era mucha casualidad. Él empieza a pasear conmigo”.
“Yo no sabía de qué hablarle y le digo ‘qué partido hoy’. Me dice ‘ya está, diez contra diez, el partido está controlado y el que gane el duelo ganará la Copa’”.
“Le respondí que era verdad, que si Diego (Maradona) estaba bien íbamos a ser campeones. ‘No, no’, me respondió, ‘Diego está en el grupo de los otros diez; la pareja es Briegel y vos’”.
“Me estaba diciendo que debía hacerle hombre a hombre al alemán”.
Esa marca al hombre buscaba generar una rápida recuperación del balón y aprovechar los espacios que se generaban tras esa acción.
Como consecuencia del avance de futbolistas más defensivos hacia el área rival, la presión podía hacerse de manera inmediata con episodios en los que superaban numéricamente al adversario.
El ingreso de José Luis Cuciuffo por Néstor Rolando Clausen, a partir del segundo partido, le dio mayor seguridad a la línea defensiva que comandaba José Luis “Tata” Brown.
Con ellos en el campo, Argentina permitió solamente cuatro goles, dos de ellos en la final ante Alemania.
Terminado el torneo, la selección de Bilardo apenas recibió cinco goles.
Esto dejó en evidencia que su estructura defensiva no dependía de la cantidad de jugadores que situara en esa zona, sino de la voluntad de cada futbolista para llevar a cabo su tarea.
En las jugadas a balón parado se mantenía la marcación al hombre. Bilardo insistió en cada entrenamiento para que el área argentina fuese impenetrable por los rivales.
Para ello, además del dispositivo defensivo, fue crucial la actuación de Pumpido, quien se erigió en amo y señor del área chica.
A pesar de ser uno de los aspectos de juego más entrenados, de los cinco goles recibidos durante el torneo, tres fueron tras centros al área, y dos de ellos, en la final, producto de jugadas de pelota parada.
Defensivamente, los laterales-mediocampistas aportaron el tan ansiado equilibrio.
Los movimientos en fase defensiva y ofensiva permitieron al equipo generar superioridades numéricas en distintas zonas del terreno. Estas eran fundamentales para ejercer la presión tras pérdida.
Los movimientos de estos jugadores hacia zonas centrales respaldaban el trabajo de Batista.
Al mismo tiempo que le daban al volante central opciones de salida al ataque o de pausa para tomar oxígeno y que el equipo se reorganizara posicionalmente.
Con otro rigor táctico y una manera diferente de preparar a su equipo, Bilardo guió a Argentina a la conquista de su segunda Copa del Mundo.
Su legado, además del trofeo, fue la consagración de un equipo que, conducido por Maradona, superó todas las adversidades hasta llegar a la victoria final.
Alejandro Sabella, un maestro en todos los ámbitos del fútbol
Como jugador tuvo una cerrera extensa y riquísima. Sabella fue un excelente número 10, zurdo y de una gambeta endiablada.
Apareció en River Plate en la temporada 1974, promovido desde las divisiones inferiores por el recordado Ángel Amadeo Labruna.
Tuvo grandes actuaciones pero no pudo quedarse con la titularidad, disputada nada menos que con Norberto Alonso, uno de los ídolos máximos del elenco “Millonario”.
Tapado por el Beto Alonso, emigró a Inglaterra en 1978 contratado por el Sheffield United, de la tercera división.
Sus compatriotas Osvaldo Ardiles y Julio Ricardo Villa fueron requeridos al mismo tiempo por otro club de ese país, el Tottenham Hotspur.
Sabella tuvo destacadas actuaciones, que lo llevaron a la máxima categoría del fútbol inglés. Allí defendió los colores del Leeds United con excelentes críticas.
Estas llegaron a los oídos de Carlos Salvador Bilardo, que estaba armando un proyecto en Estudiantes de La Plata.
En 1982, el Doctor viajó a Inglaterra y logró convencer a Alex (así lo llamaban en la isla), que se sumó con gusto a las huestes pincharratas.
Con su vuelta a Argentina, los aficionados pudieron disfrutar de uno de los mejores equipos de la historia del fútbol albiceleste.
Sabella integró uno de los mejores mediocampos que se recuerden, junto a Marcelo Trobbiani, José Daniel Ponce y Miguel Ángel Russo.
Estuvo cerca de ser convocado por el mismo Bilardo para participar del Mundial 86’, pero el destino no quiso que su zurda integre el plantel campeón en México.
Precisamente en este país puso fin a su carrera como jugador en 1989, en el Irapuato.
Rápidamente, recibió el llamado de su amigo y ex compañero Daniel Passarella para trabajar en River Plate, su primera casa.
Fue ayudante de campo del Kaiser por dos décadas, inclusive en el Mundial de Francia 98’.
Recién en el 2008 se independizó como entrenador, a los 54 años de edad, requerido por su amado Estudiantes de La Plata.
Sabella cumplió una impecable campaña allí, coronada con la Copa Libertadores del 2009.
Posteriormente, sus dirigidos pusieron en jaque al Barcelona de Pep Guardiola en la final del Mundial de Clubes 2009, en Abu Dhabi.
Los platenses, comandados por las directivas del Maestro Alejandro, estuvieron a pocos minutos de doblegar a un equipazo, que tenía astros como Lionel Messi, Xavi, Iniesta, Zlatan Ibrahimovic y Piqué.
No tardó en venir el llamado para la Selección Argentina, que venía golpeada tras la salida de Sergio Batista.
Sabella acomodó el equipo, armó un grupo muy unido y llevó a Argentina a la final del Mundial de Brasil 2014.
Quedó en las puertas de la gloria, tras caer ajustadamente ante Alemania por 1 a 0, en el mismísimo Maracaná.
Después del Mundial renunció a su cargo y su salud se fue deteriorando con el paso de los años, lo que no le permitió continuar ejerciendo su profesión.
A lo largo de su fructífera carrera, Sabella fue dejando muchísimas enseñanzas, reconocidas por sus pares, jugadores, hinchas y también por el periodismo.
Sus pensamientos fueron más escuchados cuando tomó el rol de líder de un cuerpo técnico.
Daba gusto presenciar sus conferencias de prensa, siempre explicaba con lujo de detalle sus decisiones, apelando a metáforas y ejemplos concretos, con mucha humildad.
Sabella admiraba otras disciplinas deportivas
Admiraba otras disciplinas, como el rugby, y desarrollaba el porqué.
Decía que en el deporte de la pelota ovalada está primero el equipo y así lo dejó expresado: “Las camisetas no tienen el nombre del jugador atrás, lo más importante está adelante, no atrás”.
“Adelante está el escudo”. Claro, sintético y profundo en sus apreciaciones.
Marcelo Gallardo, el técnico más ganador de la historia de River
Desde su llegada a la dirección técnica de River Plate, Marcelo Gallardo se transformó en un verdadero coleccionista de títulos internacionales y logró el título que le faltaba: el de la Liga Profesional 2021.
Gallardo alcanzó como DT Millonario dos Copas Libertadores (2015 y 2018), tres Recopas Sudamericanas (2015, 2016 y 2019), una Copa Sudamericana (2014).
La Copa Suruga Bank (2015), tres Copas de Argentina (2016, 2017 y 2019) y una Supercopa Argentina (2017).
Estilo de juego
Durante su largo proceso en River Plate, Gallardo ha ido plasmando su idea futbolística de forma progresiva.
Una idea que se mantuvo en constante evolución y transformación, principalmente por los cambios que sufrió en su plantel temporada tras temporada.
De este modo, asociar la identidad de cualquiera de las etapas de Gallardo al frente de River con un esquema táctico específico sería un error.
Esta se genera a partir de principios y fundamentos que se vuelven patrones de juego evidentes.
En la vuelta post pandemia, los esquemas más utilizados fueron principalmente con una línea defensiva formada por cuatro jugadores.
El 4-3-3, con la variante de utilizar un falso nueve o un enlace que acompaña a dos delanteros, y el 4-2-3-1.
Las modificaciones desarrolladas han sido para adaptarse a la propuesta del rival con un fin estratégico, no con el objetivo de modificar su propia matriz de juego.
Ocasionalmente, utilizó una línea de tres centrales, como también la inserción de un pivote (Enzo Pérez).
Esto sirve para generar una superioridad numérica en la construcción del juego. Una última opción que le habilitaba para mantener una cobertura preventiva ante una posible pérdida de pelota.
En la estructura en fase ofensiva, cuando se enfrenta a una defensa en bloque medio o bajo, los jugadores que dan amplitud son los laterales.
Durante estos ataques posicionales, estos jugadores mantienen una altura similar y toman como referencia a la segunda línea del bloque del rival.
Así se comportan de manera reactiva de acuerdo a las posibilidades de progresión, como también de circulación de juego.
Pero siempre pendientes de ser una opción en profundidad por los carriles laterales, ya sea por ataques directos o en juego combinativo.
No obstante, no siempre los jugadores que se desmarcan hacia los espacios avanzados son los laterales.
También las rupturas en profundidad las realizaban los delanteros e interiores, partiendo desde pasillos centrales hacia los pasillos laterales.
Independientemente de los contextos de partidos y al once inicial, el River de Gallardo mantuvo marcas registradas que transcendían a los esquemas.
Incluyeron la buena ocupación de los espacios en los pasillos internos, los intercambios de posición, la paciencia en el juego para luego ser agresivo cuando se generaban los espacios.
Los cambios de orientación para atacar el lado débil del rival (arriba).
Todo ello ejecutado con una alta velocidad en la circulación de la pelota, a la que acompañaba la intencionalidad y calidad en el pase para favorecer siempre la progresión.
También, la orientación del receptor del esférico de cara al arco contrario.
Los espacios que buscaba ocupar de forma permanente con diferentes movimientos son los que se generan por detrás de la segunda línea y toman como referencia los pasillos interiores.
La primera intención era ocuparlos con mediocampistas que se desmarcan desde segunda línea.
En su defecto, con descensos de los delanteros utilizándolos de tercer hombre para encontrar al jugador libre en buenas condiciones.
Este fundamento, River lo utilizaba permanentemente en todas sus líneas y es esencial para lograr la agilidad en su fase ofensiva.
Es un equipo que siempre busca tomar la iniciativa del juego. Y habitualmente lo conseguía.
Ante una presión alta del rival, y al contrario de otros conjuntos con características similares, no decide incorporar al aruquero Franco Armani para generar una superioridad numérica desde la salida de arco.
Una vez que llega a campo contrario, la ambición ofensiva es la finalización por las bandas. Esto lo logra ocupando el área rival con hasta cuatro jugadores más uno o dos en la zona de posible rechace.
El jugador clave para el funcionamiento colectivo era Enzo Pérez.
Se trataba de un futbolista que cuenta con un buen entendimiento de los diferentes momentos del juego e interpreta muy bien la idea de Gallardo.
Pérez también identifica los espacios que debe ocupar. Es un líder dentro del campo a la hora de ordenar e incentivar a sus compañeros.
Estas cualidades se suman a su ubicación en el campo, siempre favorable para ver lo que ocurre en cada acción.
Además, su claridad para tomar buenas decisiones, dota del rumbo correcto a la ofensiva del equipo.
En los últimos metros, mientras tanto, el jugador diferencial es Julián Álvarez. Este aportaba capacidad goleadora al equipo.
Es muy fuerte en los duelos ofensivos e incansables a la hora de desmarcarse, tanto en profundidad, como para descender y participar de la gestación del juego.
Asimismo, la transición ofensiva es una de las armas a las que apostaba el conjunto.
Entendiendo que el momento post recuperación de pelota era una oportunidad única para encontrar en pocos segundos una aproximación al arco rival.
En estas acciones, los delanteros piensan en atacar los espacios a espalda de los defensores rivales, perfilados y en desmarques profundos hacia la portería siempre que haya posibilidad.
Fase defensiva y presión
River es un equipo que busca tener la posesión de balón el mayor tiempo posible. Así, el primer objetivo cuando no la tiene es recuperar el balón lo más rápido posible.
Para ello activa una agresiva presión con una alta densidad de jugadores en el sector de la pérdida de balón (abajo).
Un desarrollo que en muchas ocasiones le permite quedar en superioridad numérica con respecto al adversario.
En los saques de portería del rival, toma como referencia al hombre y marca en duelos individuales cuando se enfrenta a equipos que se disponen para tener una salida asociada desde campo propio.
Cuando el rival circula el balón, los jugadores son muy agresivos sobre las recepciones y comienzan a achicar los espacios liberando las zonas alejadas.
Tienen como principio doblar la marca contra el poseedor en contextos favorables para la recuperación.
Esto hace difícil encontrar en River pasajes prolongados de un partido en el que se organice en una defensa zonal.
Bien puede ser en bloque medio o en bloque bajo, para contener el avance y cubrir líneas por detrás.
Por otro lado, frente a equipos con una intención de tomar la iniciativa en el juego.
Por lo general se desarrollaron partidos marcados por las transiciones que transcurrían con progresiones rápidas y de corta duración entre posesión y posesión.
Un contexto donde también se siente cómodo el equipo de Gallardo.
Un patrón constante es la presión que ejercen los delanteros cuando la pelota pasa por un mediocampista rival en el sector medio.
La participación y el compromiso del colectivo (abajo) en fase defensiva le permitía desarrollar una presión total.
Los laterales son los jugadores que cubren la profundidad por los pasillos exteriores, pero también están siempre dispuestos a saltar a presionar adelante.
Bien sea con la cobertura a su espalda del central o con la persecución de un mediocampista al rival que rompe la última línea.
En la presión colectiva, los centrales -Paulo Díaz, Héctor Martínez, Javier Pinola, Matías Maidana y Robert Rojas- mantienen el equipo muy corto.
Están pendientes de anticipar o interceptar lo más lejos del arco propio posible.
A su vez, y como consecuencia del estilo de juego pretendido por Gallardo, sus jugadores se ven obligados a defender en grandes distancias.
La elección de Gallardo para estos roles es siempre de futbolistas rápidos para realizar las coberturas con el objetivo de cerrar las situaciones inestables que se puedan presentan.
Sin embargo, en algunos momentos del primer semestre de la temporada 2021, el equipo de Gallardo sufrió cuando los rivales planteaban un juego de contraataque.
Esto lo lograban aprovechando los espacios que dejaban los laterales lanzados en ataque (arriba).
Un desequilibrio que Gallardo logró corregir con diferentes ajustes tácticos, para hacer de River uno de los equipos menos goleados del campeonato argentino.
Eso, sumado a su ya poderío ofensivo, llevó al equipo Millonario a alcanzar la regularidad necesaria para ganar la Liga Profesional de Fútbol 2021.
Carlos Bianchi, el Virrey más ganador en Vélez y Boca
Carlos Bianchi logró una exitosa carrera como DT en Vélez y en Boca en el que ganó todo lo que tenía enfrente.
Su estilo práctico y efectivo lo llevó a la gloria con un detalle importante: ningún plantel había conocido lo más alto antes de su llegada.
Tanto en el Fortín como en el Xeneize potenció jugadores que para otros hubiesen sido descartables.
Es decir, revalorizó futbolistas en un medio que depende mucho de vender al exterior.
Tanto Vélez como Boca le deben tanto respeto por los torneos locales, las Libertadores e Intercontinentales obtenidas, como por su enorme capacidad.
Por las dudas, para los resultadistas, ganó títulos en todos los planos y llegó a ganarle a rivales de nombre pesado y lejos de casa.
Las victorias sobre Milan (dos veces), Real Madrid y los triunfos en Brasil, son los más recordables.
El celular de Dios
El fútbol es un juego y como en cualquiera de su tipo, para ganar hace falta algo de suerte.
Pero atribuirle la enorme cantidad de éxitos a la fortuna, en el caso de Carlos Bianchi, es una falta de respeto para el DT.
Tanto en Vélez como en Boca le tocó definir cosas importantes por penales y varias veces salió airoso.
En otras, como la final de Libertadores 2004, no. Claro, venía de eliminar a River por la misma vía.
Como el balance le dio positivo casi siempre, parte la prensa utilizó la metáfora del ‘‘celular de Díos’’ para indicar que el entrenador tenía una cuota de azar extra a su favor.
En Roma y Atlético Madrid no le fue bien. Su último ciclo en Boca tampoco fue bueno, ya con un plantel de bajo nivel y Riquelme en el ocaso de su carrera.
Bianchi hizo sonar el celular con su simpleza, inteligencia y lectura táctica. Por eso será difícil que alguien emule su carrera como DT.
Marcelo Bielsa, un loco con una filosofía de juego propia
Marcelo Bielsa es uno de ésos personajes que se caracteriza con un sello distintivo que no pasa desapercibido que se basa en la búsqueda del arco rival.
A esto, Bielsa suma la presión y los duelos uno contra uno en todo el campo.
Detrás de esos y otros conceptos fundamentales del estilo de Bielsa, hay una metodología de trabajo meticulosa, con resultados que son destacadas por innumerables futbolistas a los que dirigió.
De hecho, el legado que dejó en sus más de 40 años como entrenador ha generado una categoría de exfutbolistas hoy técnicos bajo el paraguas del “bielsismo”.
Esta denominación es un ismo propio que denota relevancia y a la vez demuestra que su método puede inspirar cualquier otra forma.
“El sistema táctico no define el estilo de juego de un equipo” es una máxima que el DT argentino repite y con la que comenzó –de forma desafiante– una disertación que dio en 2018 en Punta del Este.
Lejos de mostrarse como un fundamentalista de la táctica, sostuvo que los esquemas dan “orden y organización” a un conjunto de futbolistas, pero los partidos se definen “por la calidad de los jugadores”.
Recién cuando hay dos rivales parejos empiezan a cobrar fuerza otros factores, y en pos de no dejar detalle librado al azar es que Bielsa desarrolló una obsesión por los sistemas tácticos y sus variantes.
Paradójicamente, aunque aquella vez dedicó dos horas a exponer sobre el asunto, señaló que no les “asigna importancia” a los sistemas.
Aclarada la “confusión” entre estilo de juego y sistema táctico.
Por eso Bielsa repasó su decálogo a la hora de dirigir y subrayó que cada entrenador elige en función de su “sensibilidad de qué forma vincularse con el juego”, no habiendo recetas mágicas.
Porque para cada una de sus definiciones hay “una antagónica, igual de legítima y efectiva”, aclaró el “Loco”.
Sus decisiones son que el equipo que dirige sea protagonista, y en pos de ello elige a los futbolistas priorizando las “características ofensivas sobre las defensivas”.
La propuesta es generar duelos individuales –uno contra uno– en todo el campo, ocupando los espacios –el centro y las dos bandas– “de forma proporcional”.
Bielsa reconoció que esta postura resulta “riesgosa”, porque se “ataca en espacios reducidos y se defiende en espacios amplios”.
Pero ante la disyuntiva de quién tendrá el control del partido prefiere asumir riesgos que “ceder o compartir con el rival minutos de posesión”.
Igualmente, indicó que a la hora de preparar un encuentro piensa “en la posesión y en la recuperación” como objetivos principales.
“Imagino un partido con la posesión, pero se puede desarrollar de otra manera y mi equipo debe estar preparado del mismo modo para los dos momentos del juego”, declaró.
En ambas facetas, los movimientos constantes y la intensidad son claves.
“El fútbol es desplazamiento, en cualquier circunstancia encuentro un motivo para que un jugador esté corriendo”, declaró Bielsa años atrás según recoge el diario Marca.
Para muestra, el medio español recordó a Pep Guardiola, que declaró en 2011 que “nunca había jugado contra un equipo tan intenso”, tras un empate 2-2 del Barcelona con el Athletic Bilbao del rosarino.
Ligada a la presión constante está la búsqueda de duelos individuales, donde la apuesta es que el futbolista propio domine y anticipe al rival.
“Si a un jugador le toca defender en un sector donde no hay ningún rival, deberá desplazarse con algún criterio preestablecido para encontrar a quién marcar”.
“Porque si no otro compañero tendrá a dos oponentes”.
En cambio, en la faceta ofensiva “se parte de un lugar asignado en función del esquema”, aunque se permite la “sorpresa” en los movimientos, siempre que sea para “generar un desequilibrio”.
Otro principio rector para el DT argentino es el “respeto al reglamento”, al que entiende como “una herramienta que permite jugar”.
Y no como “un recurso para obtener ventajas sin transgredirlo pero rozando los límites”.
Como ejemplo extremo, en 2019 obligó a sus dirigidos del Leeds inglés a que se dejaran meter un gol.
Tras una conversión que había generado el reclamo de los rivales por haber un jugador caído en el campo.
“Enseñar la solución”
Definido el estilo de juego que pretende para sus equipos, Bielsa propone entrenamientos con ejercicios que promuevan esas dinámicas.
En visión del argentino, “el entrenamiento debe ayudar a jugar de una manera determinada” y el rol del entrenador es que “cada futbolista esté lo más cerca de su potencial”.
Javier Llorente, quien fue ayudante de Bielsa por más de diez años, recordó en una entrevista para The Coaches’ Voice que habían desarrollado 500 ejercicios.
Estos incluían 30 formas distintas de hacer paredes para avanzar en el campo.
“Son muchos los detalles que lo diferencian, pero por encima de todos está que es un extraordinario creador de ejercicios que mejoran al jugador”, evaluó Llorente.
Al hablar de la formación de los futbolistas y su método, Bielsa explicó que hay dos formas de transmitir conocimientos.
“Presentarle al jugador una situación que contenga un problema y que él busque la solución”, o generar instancias de entrenamiento repetidas para ayudar a quienes no tienen tanto “talento creativo”.
Esto último lleva a que “si no sabe la solución pero se la enseñamos, [el futbolista] la podrá ejecutar” en la cancha.
Eso le reconoce Diego Simeone –dirigido por Bielsa–, quien planteó que la mecanización de movimientos en los entrenamientos estaba siempre “orientada a lo que quería del equipo”.
En los partidos, los futbolistas “terminaban respondiendo a esa situación [que fue practicada] sin darse cuenta”.
“Ignorar al rival no cotiza”
Luego de explayarse sobre su estilo y la forma de entrenar, el argentino se adentró en el mundo de la táctica.
El DT sostuvo que el esquema propio se puede elegir porque el técnico interpreta que es el mejor para las características de sus jugadores, “sin importar el rival”.
También, puede plantear una táctica en función de lo que propone el otro equipo.
Pese a estar ambas opciones, aseguró que en el 90% de los partidos relevantes, que son “a todo o nada”, la postura de “yo pienso en mi equipo e ignoro al rival no cotiza”.
Tomando eso como base, Bielsa planteó sistemas de respuesta, porque en su visión “todos los esquemas son simétricos” y para cada uno existe otro que lo contrarresta.
“En los grandes partidos, donde hay un jugador mío hay uno del rival, entonces siempre sobra uno para defender y falta una para presionar arriba, el resto es uno contra uno”, analizó.
Bajo ese postulado fue que presentó su modelo de diez esquemas tácticos para contrarrestar la distribución de jugadores del oponente.
Por ejemplo, si el rival se planta 4-3-3 la táctica de respuesta es 4-2-1-3, en cambio si hay que enfrentar un 3-4-3 el sistema espejo será 4-2-4.
Siguiendo esa lógica, detalló que las tareas defensivas tienen “tres normas”.
En esas, hay un rival hay un jugador propio, un defensa “sobra para cubrir los desequilibrios”, y debe haber “compatibilidad” de características de quien defiende con quien ataca.
Ellos definen cuándo debe usarse una línea de tres: “Se justifica cuando hay dos delanteros” en el equipo rival.
Porque si se defiende con dos centrales “se pierde la capacidad de tener un hombre libre de respaldo”.
La practicidad para variar de tres a cuatro defensores es habitual en sus equipos.
Algo que hacía por ejemplo en el Athletic Bilbao con Javi Martínez, volante devenido en central, o con Gary Medel en la selección chilena.
Otro integrante de esa selección, Claudio Maldonado, expresó en 2013 que un rasgo distintivo de Bielsa es que “le gusta variar la parte táctica e inventar cosas nuevas”.
Por ese motivo, Marcelo Bielsa le recomendó a Maldonado no asumir en un equipo brasileño –país donde Maldonado jugó por más de diez años– porque ya que no tendría tiempo para trabajar.
“Proceso” y “compromiso”
Si bien no aparece en su decálogo ni forma parte de sus charlas, la filosofía de Bielsa incluye también valores más allá del campo de juego.
La misma hace hincapié en un liderazgo que cautiva y convence de una forma distinta a la tradicional.
“Es un tipo que le llega al jugador y que también atrapa a las personas que están por fuera del fútbol. A mi vieja, a mi abuela y hasta a una ciudad entera” puede cautivar Bielsa, declaró Cristian Bassedas.
“El grado de compromiso” que genera Bielsa se retrata en una anécdota que contó Harold Mayne-Nicholls, quien comandó la Federación de Fútbol de Chile cuando el rosarino fue seleccionador.
En la concentración de Sudáfrica 2010 había dirigentes con sus familias, y previo al Mundial el cuerpo técnico les aclaró a todos que no podían interferir en los entrenamientos.
Ya clasificados a la segunda fase, Mayne-Nicholls le dijo a su hijo de ocho años para ir a una práctica.
“Me dijo que no; yo era la autoridad [de la federación] y era su padre, pero me recordó que Bielsa no quería eso”.
Uno de sus discípulos, Pablo Aimar –parte del cuerpo técnico de Argentina campeón del mundo–, dijo que fue Bielsa quien lo convenció “de que lo importante es el proceso”.
El ex diez se lo agradeció con este elogio: “No son muchos [los jugadores] que han ganado títulos con Bielsa”.
“Yo he ganado títulos con otros entrenadores, pero siempre voy a decir que el mejor técnico que tuve fue Bielsa”.
César Luis Menotti, la belleza y el romanticismo por el juego
César Luis Menotti obtuvo el domingo 25 de junio 1978 la primera copa del mundo con Argentina tras ganarle a Holanda 3-1 en el estadio Monumental.
El título logrado en 1978 fue la culminación de un proceso que comenzó en 1974 ni bien asumió la dirección técnica de la Selección Argentina tras el fracaso en el Mundial de Alemania.
En ese entonces, el fútbol argentino vivía dos realidades muy distantes.
Clubes competitivos y exitosos en torneos internacionales y una selección acostumbrada a una constante inestabilidad que producía sonoros fracasos.
Aquel desorden que caracterizaba al equipo nacional tendría su punto de inflexión con la llegada de Menotti.
El entrenador llegó al puesto de seleccionador nacional gracias al campeonato ganado al frente del Club Atlético Huracán (1973). Menotti tuvo una destacada carrera como futbolista.
Entre los años 1960 y 1966 jugó para Rosario Central, Racing Club de Avellaneda y Boca Juniors.
De ahí partió al extranjero, primero para el New York Generals y luego a Brasil, en donde formó parte de Santos –compartió equipo con Pelé- y Juventus. Incluso jugó para la selección de su país.
Argentina competía en las Copas América y le discutía el dominio continental a Uruguay. No obstante, en los Mundiales siempre quedaban en deuda.
Al llegar al puesto, “El Flaco” Menotti exigió un contrato de cuatro años, un aspecto novedoso que le permitiría trabajar con tranquilidad.
Sostuvo su proyecto, aún en tiempos de dictadura militar. Formó selecciones paralelas, alguna de ellas compuesta exclusivamente por futbolistas del interior del país.
Su momento más crítico ante la opinión pública sucedió cuando entregó la lista final de futbolistas que participarían en el Mundial del 78.
A pesar de las presiones públicas y las sugerencias de alguno de sus colaboradores, Menotti decidió que Diego Armando Maradona no formaría parte del equipo.
Siempre sostuvo que “en la selección manda Menotti y nadie más”.
Estilo de juego
Menotti era un entrenador de fuertes convicciones. Desde sus tiempos como futbolista fue un defensor del juego ofensivo y de la generación de pequeñas sociedades entre los futbolistas.
Para ello elegía a jugadores que poseían una excelente técnica individual, pero que además demostraban un perfecto entendimiento del sentido colectivo del juego.
No le bastaba con que los jugadores fueran habilidosos, sino que les exigía que cada decisión que tomaran en el campo estuviera dirigida al crecimiento del equipo.
En el Mundial del 78, eligió utilizar el 4-3-3.
En su libro “Fútbol. Juego, deporte y profesión”, publicado junto con la revista El Gráfico, “El Flaco” exponía una de sus ideas más representativas.
“Prefiero los conceptos por encima de los esquemas”.
“Porque hablar puesto por puesto de un equipo de fútbol implica caer en una peligrosa atomización, como si cada uno de ellos fuese un mundo aparte, despegado del conjunto”.
“Y no es así, en absoluto. Cada posición adquiere su real dimensión cuando se mira con vistas al funcionamiento del equipo”.
Otro de los conceptos de su estilo de juego era la reducción de espacios al rival, lo que en Argentina se llama “el achique”.
Esto se basaba en el uso constante de la regla del fuera de juego, algo que, ejecutado correctamente, limitaba las posibilidades ofensivas del oponente.
El arquero que eligió fue Ubaldo Fillol. De grandes reflejos y fuerte liderazgo, brilló con sus intervenciones bajo los tres palos y su juego sobrio.
La línea de cuatro defensores estaba comandada por Daniel Passarella, el capitán.
Su influencia aumentó cuando a finales de 1977, Jorge Carrascosa, por entonces capitán del equipo, renunció a la selección por motivos personales.
Passarella asumió la capitanía y la conducción de la defensa hasta catapultar su figura en la historia futbolística.
Le acompañó Luis Galván como primer marcador central. Ambos eran defensores de mucha contundencia y de buena colocación.
Los laterales fueron Jorge Olguín (derecha) y Alberto Tarantini (izquierda).
En el centro del campo estaban las mayores variables del equipo de Menotti.
Américo Rubén Gallego, el pivote defensivo, encabezaba los repliegues y gracias a su posicionamiento hacía los relevos necesarios en el centro del campo.
Osvaldo Ardiles fue el motor en aquella selección.
Su estilo de juego, muchas veces de área a área, así como su capacidad para asociarse a través de pases cortos le convirtió en una pieza fundamental para Menotti.
Mario Kempes, el último de los tres, fue la figura del Mundial, el goleador y uno de los futbolistas que mejor atacaba los espacios libres cercanos al área rival.
Comenzó el Mundial jugando en el costado izquierdo del ataque, ya que José Daniel Valencia fue titular en los primeros partidos en el rol de mediocampista, pero su posición cambió durante la competencia.
El delantero centro era Leopoldo Luque, un futbolista generoso, inteligente para arrastrar a los centrales y así abrir espacios para Kempes, y con capacidad goleadora.
Le acompañaban dos extremos, roles en los que Menotti rotó entre Daniel Bertoni, René Houseman y Óscar Ortiz.
Fase ofensiva
La Argentina de Menotti era un equipo que quería la pelota y para ello exigía que sus futbolistas jugaran de manera pausada, evitando las transiciones defensa-ataque salvo en las ocasiones puntuales.
El pase se convirtió en el gran aliado de la selección argentina. La construcción de juego buscaba que estos encontraran siempre al futbolista preciso para darle continuidad a la construcción.
Se pasaba la pelota con intención y no como excusa.
Passarella era determinante para ello. Conducía el balón para iniciar el juego y así encontrar posibilidades, tanto en el centro con Gallego o Ardiles, como en las bandas con los laterales.
También, dado el caso, podía lanzar en largo hacia los extremos, dada su precisión en el golpeo de la pelota.
La conexión Passarella-Gallego debía funcionar a la perfección.
En el caso de que el central condujera la pelota hacia campo contrario, Gallego debía retrasar su posición para acercarse a Olguín, tanto para mantener el orden defensivo como para recibir un pase hacia atrás.
La proyección de los laterales era una constante en el equipo. Aseguraban la amplitud del campo y conexiones con los extremos.
Bertoni no era un extremo a la vieja usanza, ya que normalmente partía de la banda hacia el centro, razón por la que en el caso de que la jugada lo tuviese como protagonista.
El lateral debía ocupar la banda y mantener la amplitud del equipo. Era, además, un futbolista hábil en los duelos de uno contra uno y capaz de llegar a gol.
Los otros extremos también tenían una definida vocación para los mano a mano, siendo Houseman el que más destacaba en ese tipo de acciones.
El jugador de Huracán -delgado, veloz y atrevido- era impredecible, añadiendo la cuota de irreverencia que muchas veces necesitaba el equipo para cambiar el ritmo de los avances ofensivos.
Otro de los aspectos fundamentales del equipo de Menotti fue el rol de Kempes. El 10 era un futbolista que invadía zonas de remate casi por sorpresa.
Además, era capaz de cambiar su posición y jugar cercano a la banda izquierda.
Desarrolló una sociedad con Luque que le permitió aprovechar los espacios que dejaban libres los defensores que seguían al delantero cuando este abandonaba su posición.
Esos espacios también fueron aprovechados por Ardiles, quien sacó rédito de su capacidad para asociarse en corto a través de pases y paredes.
Su zona de influencia le llevó a buscar permanentemente a Kempes o a Luque, quienes en determinados momentos jugaban para la reaparición de Ardiles en zonas más avanzadas.
Además de sus cuatro goles en el Mundial, Luque demostró ser un futbolista con un amplio sentido colectivo del juego.
Sus movimientos para alejarse del área fueron fundamentales, tanto como su predisposición para luchar contra los defensores centrales rivales.
En las acciones a balón parado fue esencial la participación de Passarella.
El capitán poseía un agresivo juego aéreo que compensaba su estatura (1,73 metros) y que le convirtió en uno de los cabeceadores más prolíferos de la historia.
Además, su pierna zurda era una amenaza en los lanzamientos directos.
Los futbolistas debían moverse por todo el campo de juego: no se jugaba en la posición sino desde la posición.
Fase defensiva
El principio fundamental de la selección de Menotti cuando perdía la pelota es el mencionado “achique”. Esto era defender hacia delante, haciendo uso de la regla del fuera de juego.
La Albiceleste marcaba en zona, empleando una presión alta tras pérdida del balón, consciente del riesgo que significaba adelantar a la línea defensiva hacia posiciones avanzadas.
Para ello fue imprescindible el rol que jugaron Gallego y Passarella.
Si el equipo no recuperaba el esférico en la presión inicial, estos jugadores aguantaban al equipo para que durante el repliegue hasta zonas cercanas a Fillol no se descuidase el espacio a ocupar.
La idea primordial era defender como un bloque corto para recuperar el balón rápidamente.
Fillol, además de sus inolvidables atajadas, tuvo un gran protagonismo en esta forma de defender, ya que supo jugar fuera de su área cuando el equipo estaba en posiciones alejadas.
En tiempos en los que el portero podía tomar la pelota con las manos sin mayores restricciones, Fillol era uno de los primeros responsables en dar la pausa necesaria durante momentos de apremio.
Achicar espacios hacia delante traía consigo el aumento de terreno a la espalda de los defensores.
Sin embargo, Passarella era un gran corrector y en las ocasiones en las que el oponente burlaba la trampa del fuera de juego reaccionaba rápidamente para impedir que el avance continuase.
Y apuntaba a que sus compañeros se reorganizaran defensivamente.
En la ubicación de la línea defensiva fue muy importante el sentido posicional de Galván, que a su aguerrido estilo de juego le sumaba el perfecto entendimiento de cómo, cuándo y dónde colocarse.
Ardiles y Gallego complementaban al sistema defensivo cuando Argentina debía replegarse.
Gallego atacaba constantemente al oponente que estuviese en su zona y se trasladaba hacia otras zonas defensivas cuando era requerido.
Una vez recuperado el balón, sabía mezclar correctamente los pases cortos con los envíos largos.
La dinámica propia de Ardiles le permitía ser un apoyo defensivo permanente.
Sin la fuerza o la agresividad de Gallego, Ardiles obstaculizaba el ataque rival gracias a su posicionamiento y su rápida capacidad de reacción.
Argentina no era un equipo acostumbrado a defender en bloque bajo.
Es por ello que la figura de Fillol fue trascendental para sacar a sus compañeros de su área y tapar casi todos los disparos que llegaban a su portería.
No es casual que se le recuerde, junto a Kempes y a Passarella, como una de las grandes figuras del equipo campeón de 1978.
Menotti construyó un equipo basado en premisas que parecían novedosas pero que en realidad no lo eran.
Estaban olvidadas por el gran público argentino que en años anteriores se había acostumbrado a un fútbol de roce, lucha y combate.
El entrenador recuperó las esencias fundamentales del juego típico de su país, tales como la vocación ofensiva, la creatividad y el juego colectivo.
Esta condición, Menotti supo dejarla crecer de la mano de la combatividad propia del futbolista argentino.
Promover esa amalgama fue la clave del éxito argentino en el Mundial 1978. Su Mundial.
Conclusiones finales
En consecuencia, estos entrenadores sellaron los cimientos de un fútbol argentino respetado y admirado en todo el mundo.
En otras palabras, sus conceptos perduran y perdurarán con el paso del tiempo. Por eso, Feliz Día del Maestro, Señores técnicos, salud campeones!.