ASUNCION (ABC) No por previsible e inevitable, el fallecimiento de Alfredo Stroessner deja de constituir un hecho histórico significativo para nuestro país. La desaparición física del dictador omnímodo que empuñó el poder del modo más absoluto y tiránico que se conociera desde los tiempos de "El Supremo Dictador" Gaspar Rodríguez de Francia, viene a plantar un hito entre dos épocas que sin duda alguna serán enseñadas a las generaciones sucesivas y conocidas por ellas como completamente diferentes. Es inevitable que haya un "después de Stroessner" en todos los libros de historia nacional.
Su final en suelo extranjero, aun habiendo sido el suyo un exilio dorado, desprovisto de carencias materiales y de apremios judiciales, constituye asimismo un hecho simbólico y aleccionador, pues así como él envió al destierro a miles de sus compatriotas e hizo expulsar del país o impedir el ingreso de numerosos extranjeros por solamente el motivo de ser opositores o críticos de su régimen, así también le tocó en suerte tener que tragarse la misma amarga medicina.
Stroessner muere con la dicha de haber sobrevivido largamente a su derrocamiento y de haber sido precedido en el tránsito al más allá por varios de los que propiciaron su expulsión del poder. También tuvo la suerte de alcanzar a verificar los sucesivos fracasos políticos de sus herederos en el poder y en la conducción de su partido, fracasos debidos principalmente a la ineptitud para gobernar y a debilidad moral y corrupción, características comunes a los alumnos suyos que ocuparon su sillón después de que lo dejara vacante.
Si bien sus continuadores lo imitaron en el empleo perverso de la venalidad humana, el viejo dictador no fue seguido ni emulado, afortunadamente, en su desprecio por la dignidad y la vida de las personas. La notoria insensibilidad de que Stroessner adolecía respecto a los derechos humanos y hacia las libertades fundamentales de los ciudadanos, fue uno de los pocos componentes de su personalidad no imitada ni proseguida por sus continuadores.
Su derrocamiento constituyó, gracias a esto, una verdadera apertura hacia las libertades y hacia la esperanza cierta de lograr finalmente la construcción de un país democrático y justo, anhelo aun no materializado por completo pero que, al menos, está dibujado ahora en el horizonte entre las posibilidades tangibles del futuro, porque bajo la égida del dictador no cabía ni esta ilusión.
Stroessner conculcó la libertad de prensa y persiguió a los medios periodísticos que no le estuvieran probadamente sometidos. Este diario fue, quizás, el que recibió su más dura represalia: la clausura por cinco años, hasta su derrocamiento, igual suerte corrida después por radio Ñandutí, cuyo director, Humberto Rubín, sufrió una sistemática y despiadada campaña de insultos y amenazas.
Sin embargo, nuestra proscripción, como le sucediera a muchos torturados, presos, perseguidos, expulsados, frustrados en sus sueños personales y proyectos de vida por el régimen stronista, acabó por fortalecernos y darnos más coraje, empuje y determinación en la consecución de nuestros cometidos. No tenemos ya cuentas pendientes con Stroessner y si lo juzgamos con rigor es en su condición de figura política, no como enemigo personal.
Ahora tendrá que rendir cuentas en instancias suprahumanas. Si aquí ningún tribunal alcanzó a hacer justicia con él, es posible que, si existe algún otro, no le sea complaciente; que Dios lo tenga en el lugar que se merezca. Los tiranos que despreciaron y conculcaron tan cruelmente la vida, el honor, la dignidad, los intereses y la suerte de tantas personas, merecen cuanto menos la sanción consistente en que la Historia los registre tal cual fueron, y que su imagen sea impresa con esos relieves para escarmiento y cuidado de las generaciones futuras y de los que, en el presente, todavía alientan la insensata idea de que un dictador como Stroessner puede representar solución para alguno de los grandes problemas que padecemos. Sin duda, a quienes propugnan y ejecutan ese tipo de ideas, no les aguarda otro destino que el que le tocó al ex dictador fallecido ayer: tal vez solo el exilio, pero también podría ser que la justicia paraguaya alguna vez se vista de coraje y se decida a condenar a quienes se benefician con el ejercicio del poder. A los que huyeron y a los que todavía están dentro del país.
El fallecimiento de Stroessner más que un capítulo cierra un libro, cuyas últimas palabras son "nunca más tiranía en el Paraguay". Nunca más.
“Nunca más tiranía en el Paraguay”
No por previsible e inevitable, el fallecimiento de Stroessner deja de constituir un hecho histórico significativo para Paraguay. La desaparición física del dictador omnímodo que empuñó el poder del modo más absoluto y tiránico viene a plantar un hito entre dos épocas que sin duda alguna serán enseñadas a las generaciones sucesivas y conocidas por ellas como completamente diferentes.
17 de agosto de 2006 - 00:00