El pesificador ha regresado, dolarizado
José Ignacio de Mendiguren, por entonces ministro de la Producción, fue el vocero de la "pesificación total" decidida hacia el 19/02/2002 por el gobierno de Eduardo Duhalde y con el timorato Jorge Remes Lenicov como ministro de Economía, y Mario Blejer al frente del Banco Central. 10 años después sigue la preferencia de los argentinos por el dólar estadounidense.
19 de enero de 2012 - 08:38
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). El 19/01/2002, con Eduardo Duhalde como senador nacional a cargo de la Presidencia de la Nación, quedó en evidencia que el entonces ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, avanzaría en la llamada "pesificación" de depósitos y créditos (a $ 1,40, que le reclamaban los banqueros privados y los directivos de la Unión Industrial Argentina) y una flotación cambiaria (exigida por el Fondo Monetario Internacional).
Parecía una acción indispensable para salir del "corralón" impuesto por Duhalde/Remes, al no lograr levantar el "corralito" de Fernando De la Rúa/Domingo Cavallo.
La "pesificación total" resultó un paso atrás en la estrategia de distribuir las cargas del ajuste posterior a la devaluación del peso en 28,6%, concepto básico de la Ley de Emergencia Pública votada 2 semanas antes.
Hasta entonces, congelación de tarifas públicas, pesificación de créditos con el sistema financiero de hasta US$ 100.000 y creación de un impuesto a las exportaciones de hidrocarburos por 5 años, parecían los ejes de una estabilización apoyada en la parálisis bancaria: el límite de extracción era $ 1.200 para los autónomos y $ 1.500 para las cuentas sueldo.
La retención a las exportaciones de hidrocarburos fue sometida a una dura presión por parte de las petroleras, que terminaron ofertando un “anticipo” de entre $ 1.200 millones y $ 1.400 millones , a cambio de un impuesto que en 5 años les hubiera significado un desembolso de $ 3.000 millones a $ 3.500 millones.
De acuerdo al esquema (no era un plan. En verdad, no había plan. La provincia de Buenos Aires dinamitó a De la Rúa/Cavallo pero no tenía un plan) que Remes Lenicov había preparado junto a Roberto Frenkel, quien lo asesoraba desde el Banco de la Provincia de Buenos Aires, ese dinero debía destinarse a compensar a los bancos por la pesificación “1 a 1” de los créditos –y la pérdida que les ocasionaba mantener, al mismo tiempo, dolarizados los depósitos de los ahorristas–. Una semana atrás, el gobierno estuvo a punto de aceptar la oferta de las petroleras, pero la reacción que provocó entre los legisladores obligó a postergar la firma del acuerdo.
Al no lograr aportar los fondos petroleros, el gobierno aceptó ceder al reclamo de los banqueros de una pesificación de todos los depósitos inferiores a US$ 100.000.
Indefiniciones del gobierno de Duhalde provocaron desconcierto entre los directivos tanto del Banco Central como del Palacio de Hacienda.
Roque Maccarone renunció a la presidencia del Banco Central (los diputados nacionales Jorge Matzkin, Humberto Roggero y José Luis Gioja lideraron la embestida, afirmando que era "un hombre de la banca privada") y llegó Mario Blejer (quien había llegado meses antes desde el FMI al Ministerio de Economía).
El gobierno argentino debía negociar, precisamente, con el FMI, al que le solicitaba un auxilio de US$ 20.000 millones. El plan que llevarían semanas después Remes Lenicov, Blejer y el entonces canciller Carlos Ruckauf, fue el de desdoblamiento del mercado cambiario y la "pesificación total" a $ 1,40.
La "pesificación" había sido un reclamo de bancos y empresas a Cavallo durante la corrida bancaria de noviembre/diciembre, y se fortaleció con Duhalde/Remes Lenicov como una forma de evitar una ola de quiebras de empresas privadas que, alegaban los bancos, podrían terminar arrastrándolos a ellos. Junto a la "pesificación" se preparaban los APE (acuerdo preventivo extrajudicial) y otros mecanismos que, en definitiva, resultaron en una extraordinria transferencia de riqueza.
Como compensación por la pesificación, Duhalde/Remes/Blejer decían que obtendrían capitales de las casas matrices de los bancos extranjeros.
Pero Duhalde había prometido en su discurso inaugural ante la Asamblea Legislativa que los depósitos serían devueltos en la moneda en que fueron pactados...
Debe recordarse que, más allá de enero, la propuesta de Remes Lenicov/Blejer/Mendiguren fracasó en términos de estabilización y reactivación. Por eso Roberto Lavagna fue ministro de Economía meses después, y entre sus exigencias estuvo que Mendiguren se alejara del gabinete. Pero la "pesificación total" ya se había realizado.
[ pagebreak ]
En enero de 2002, David Cufré entrevistó en Página/12 a José Ignacio de Mendiguren, quien de la presidencia de la Unión Industrial Argentina había pasado a ministro de la Producción convocado por Duhalde. Mendiguren intentaba explicar el carácter casi "progresista" de la "pesificación total", cuando en realidad era una decisión de política económica bien diferente:
"–La Unión Industrial Argentina propone la pesificación total de deudas y depósitos. ¿Usted está de acuerdo?
–Esa propuesta se hizo cuando yo presidía la entidad. Me parece la mejor alternativa y el camino más justo para toda la sociedad, sobre todo porque permite descomprimir rápidamente la angustia social. Es una solución clara, lineal y que abarca a todos.
–¿Por qué sería la solución más justa para un ahorrista en dólares?
–Lo que decíamos en la UIA era que debíamos sincerar la economía. Aclararle a la gente que los dólares no están en los bancos, como les hicieron creer. Si alguien hacía una transferencia de pesos a dólares, salvo que hubiera alguna alquimia, los billetes que quedaban eran pesos. La propuesta es respetarle al ahorrista el poder adquisitivo de su depósito. Si con lo que tenía en el plazo fijo se compraba un departamento, lo importante es que se lo pueda seguir comprando. O si se compraba una mesa y tres sillas, que lo pueda seguir haciendo. Lo que no podemos garantizarle es que se las pueda comprar en Manhattan o París.
–El Gobierno se comprometió a devolver los depósitos en la moneda en que fueron constituidos.
–Ante eso, propusimos que los depósitos se devuelvan pesificados uno a uno, y que por la diferencia con el dólar oficial se entregue un bono en dólares, a cuatro años de plazo. El bono pagaría intereses hasta su vencimiento. Es una propuesta simple, que se explica de una sola vez, y que a los bancos les permite netear entre depósitos y créditos pesificados.
–Una consecuencia de esa propuesta es que se licuan las deudas de las grandes empresas, mientras el salvataje a los bancos recae sobre los ahorristas.
–No es el efecto buscado. En términos de poder adquisitivo no hay licuación. Nuestra preocupación más fuerte es el ahorrista nacional, porque de ellos depende cualquier proyecto de desarrollo futuro. Es clave no defraudar al ahorrista. Pero también es cierto que la Argentina, producto de las políticas económicas de los últimos diez años, dejó a las empresas en una situación caótica. En casi todos los sectores productivos se trabaja con márgenes de rentabilidad negativa, tomando créditos a tasas del 60 ó 70 por ciento anual con una economía en deflación. Los pasivos no guardan ninguna relación con la capacidad operativa. Si esto no se sincera, el arranque del país no se va a producir. Es obvio que no vamos a arrancar con financiamiento externo porque no lo vamos a recibir. Entonces el arranque de la economía tiene que venir del lado de la producción. Pero insisto, la producción es inviable si tiene que cargar con la mochila del endeudamiento en dólares.
–Pero la situación de una pyme no es igual a la de Techint, Macri, Pérez Companc, Eurnekian, Fortabat o Bulgheroni, ni de las grandes empresas de capital extranjero.
–En la UIA, adonde el 70 por ciento de los asociados son pequeños y medianos industriales, pensamos la propuesta desde el pequeño taller deVilla Martelli o desde el parque industrial de Pilar. Pensamos en el 85 por ciento del producto bruto industrial.
–Entonces, ¿por qué no se hace un corte para separar a pequeños y medianos ahorristas y deudores de los grandes?
–Lo importante es trazar las grandes avenidas. Cuando uno decide el camino, después se pueden acomodar otras variables. Lo que intentamos hacer, más allá de licuarles las deudas a pequeños y medianos empresarios, es reconocer una realidad. Del ‘91 a la fecha, los índices industriales aumentaron apenas el 14 por ciento, mientras la acumulación de tasas de interés llegó en el mismo período al 11 mil por ciento. Pretender que cualquier empresa pueda volver a funcionar con ese pasivo, es condenar a la economía al no arranque.
–Tampoco podrá crecer con salarios depreciados por la devaluación.
–Para llegar a la reactivación, lo primero que debemos hacer de manera urgente es desactivar la bomba del corralito. Después necesitamos el acuerdo con el FMI, que es clave, y lograr que la devaluación no se traslade a precios. A partir de ahí podemos montar un escenario de crecimiento. Pero en nuestro proyecto (el de la Unión Industrial) hicimos hincapié en la redistribución del ingreso, hablamos de inyectar demanda con un seguro de desempleo universal para padres desocupados. Fuimos la primera entidad empresaria en plantear el tema. Decimos claramente que el salario no es un costo, es una inversión, es demanda y es justicia social. Junto con la mejora del salario, tenemos que tener cuidado para que no se destruyan más activos. Todo activo productivo es una herramienta social indispensable para generar crecimiento en forma rápida. No me gustaría que este proceso de arranque venga acompañado de una absoluta desnacionalización del aparato productivo.
–¿Existe ese riesgo?
–Claro que existe. La Argentina se transformó en un país barato para inversores en dólares. Entonces, aquellos sectores que quedaron diezmados por todos estos años de políticas económicas erradas, pero que son viables, hoy los pueden comprar por dos pesos. Hay que tener cuidado, porque es posible que salgamos de esta crisis en medio de un proceso de desnacionalización, que nos transformará definitivamente en colonia. A lo mejor no tenemos claras todas las salidas a la crisis, porque las posibilidades son enormes, pero lo que hay que tener en claro es el objetivo.
–¿Por qué los sectores productivos remarcan precios?
–No hay ninguna causa objetiva para que haya traslado a precios más allá del impacto directo por los insumos importados. Esta no es la Argentina de los ‘80, donde la híper se realimentaba a si misma porque todo aumento de demanda se iba a precios, y cuando la desocupación era baja y las fábricas trabajaban a full. Hoy la desocupación es record, estamos en una recesión de 42 meses y el 50 por ciento de la capacidad instalada está ociosa. Creo que los que remarcan van a tener que retrotraer los aumentos porque no van a vender. Pero el daño a las expectativas ya estará hecho. Hago un llamado profundo a la responsabilidad de todo el empresariado argentinos, que padeció tanto la deflación, para que la gente pueda gozar de los beneficios de estos cambios, porque por ahora sólo se ven los costos.
–¿Qué nivel inflacionario sería razonable?
–Para los sectores industriales, el aumento previsto para el año es del 5,9 por ciento. Y la inflación general se calculó en 11 por ciento.
–Como presidente de la UIA, hace dos meses usted dijo que si no hay un plan de desarrollo, la Argentina puede terminar como Somalía. ¿El Gobierno tiene un plan?
–Creo que vamos hacia el plan. En este momento está trabajando la brigada de explosivos para desactivar las bombas que nos dejaron. Pasado ese momento, el punto clave es que el FMI apruebe el programa del Gobierno y otorgue ayuda financiera. Aunque la gente está ansiosa y con razón,tenemos que pasar estas etapas para llegar al plan de desarrollo productivo.
[ pagebreak ]
–¿Hasta donde llega la presión del establishment financiero y de las privatizadas?
–Hay sectores que quieren mantener sus beneficios. Esa actitud tiene que cesar. Esta discusión podía ser válida el año pasado, cuando todavía había algo más por cosechar. El país quedó en un estado tan delicado que, así como está, no le sirve a nadie. El mes de diciembre fue la expresión más clara del colapso de un proyecto."
Sin embargo, pese a Mendiguren, 10 años después, los argentinos sigue eligiendo el dólar estadounidense al peso criollo.
Es la consecuencia del abaratamiento del tipo de cambio real, luego del proceso devaluatorio de hace 10 años. Se lo comió la tasa de inflación acumulada desde 2002 de 400% contra la devaluación de 330%. A Remes/Frenkel/Blejer/Mendiguren y el propio Duhalde no les importaba la inflación. Tampoco a Lavagna ni a Néstor Kirchner ni a Cristina Fernández, con la excusa de que había que salir del infierno... siempre hay una excusa... inclusive los años de crecimiento, con viento de cola, a tasas chinas. La inflación internacional de alrededor del 30% a lo largo del período ayudó a que la erosión cambiaria no resulte tan notoria como en otros tiempos.
Para frenar la demanda de dólares, Cristina Fernández de Kirchner terminó imponiendo, a fines de 2011 y luego de su éxito electoral, un control de cambios que, si es efectivo, le permitirá animarse, si lo considerara necesario, a deslizar más el tipo de cambio nominal sin temor a que la gente salga a comprar más dólares ni que el ajuste vaya directo a inflación, en un contexto de menor actividad económica. Es probable, entonces, que la tasa de devaluación sea mayor en 2012 que en 2010 o 2011.
Precisamente 2011 fue otro año en que los salarios del sector privado sindicalizado crecieron a un ritmo mucho mayor que el tipo de cambio nominal. En 2010 – 2011, por ejemplo, los salarios crecieron 72%, los precios 57% y el tipo de cambio apenas 12,7%.
Los salarios en dólares se ubican actualmente en un nivel récord histórico, por arriba de US$ 1.200 promedio mensual. Es insostenible que los salarios le sigan ganando a la tasa de inflación con el tipo de cambio nominal acompañando tan desde atrás.
Otra vez con Mendiguren en acción aparece la cuestión de la conflictiva transferencia de riqueza.
La negociación salarial del verano pone al oficialismo entre la espada y la pared. No quiere quedar “pegado” a la posición empresarial ni tampoco “regalarle terreno” a Hugo Moyano. No quiere bajar la bandera del “50% de la torta” para los trabajadores ni tampoco presionar más de la cuenta sobre la competitividad.
La inflación y la política cambiaria oficial de “retrasar” el dólar le quitan grados de libertad a la negociación.