OPINIÓN

ARGENTINA 2019

Sin plan ni Presupuesto

Cuando la Fundacion de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE) contrató a Aníbal Martínez Quijano, tanto Rogelio 'el Tapir' Frigerio -lejos de las versiones edulcoradas de los Frigerio siglo 21- como Héctor Valle intentaron incorporar algo así como la memoria fiscal del Ministerio de Economía. Martínez Quijano había participado tanto del ex Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE), que elaboró el Presupuesto Nacional con la metodología 1970, como del Instituto Nacional de Planificación Económica. Eran otros tiempos de la Hacienda pública, alejada del cachivache en que se ha convertido desde hace un par de décadas. Rubén Chorny, quien conoce al 'Bocha' desde sus días en Clarín, cuando la FIDE y la 'Trocca Press' (por Osvaldo Trocca) eran los referentes del matutino -que publicaba contenidos más interesantes que la decadente sucesión de recuadros en que se ha convertido-, logró que escriba una columna sobre la coyuntura de la economía, más allá de la irrelevante campaña electoral 2019. El texto siguiente tiene que ver con una cuestión muy relevante: debería existir algún consenso acerca de un realista y no mentiroso proyecto de Presupuesto 2020 (tan grotesco como el de 2019) que deberá aplicar quien triunfe en los comicios inminentes, acompañado por quienes pierdan pero alcancen representación parlamentaria. Nada de esto se contempla en la estúpida Argentina de la Grieta que nos parió.

No tenemos plan económico porque no hay planeamiento estratégico, ni tampoco Presupuesto, que termina siendo una reiteración creciente de gastos de los organismos que integran el sector público. 

El Presupuesto es, por definición, el plan de acción del gobierno y en la Argentina, el plan económico resultante sería justamente el que debería estar plasmado ahí.

Un plan económico es el listado de instrumentos resultante de un planeamiento previo, donde se diga qué se quiere hacer, y como actuar para modificar una estructura productiva distorsionada e ir solucionando las  carencias sociales. Un plan de desarrollo. 

Comencemos con lo básico: 

> ¿Cuáles son los planteos subyacentes a las proyecciones macroeconómicas? 

> ¿Qué hipótesis de políticas, en su amplio sentido, llevan implícitas las estimaciones de consumo, inversión, exportaciones e importaciones para un año determinado? 

Sigamos con lo general:

> ¿Cómo se calculan las estimaciones de gastos y sus prioridades? 

Debe advertirse que el Presupuesto va más allá de una mera descripción del uso de los recursos del gobierno, pues en esencia tiene que representar la idea del país futuro que se desea. Qué sectores se desea alentar y cuáles no. Hacia dónde irá dirigida la política monetaria y la fiscal y con qué objetivos. Qué papel debe cumplir la administración y la inversión pública en tal entorno.        
Nuestro país tuvo varios intentos de planeamiento estratégico donde, si bien se expresaban con cierta claridad las metas  a alcanzar, se vieron parcialmente frustrados.

La creación del Consejo Nacional de Desarrollo –CONADE- y los numerosos planes y documentos elaborados en ese organismo donde  se desempeñaron calificados técnicos, dan cuenta de un intento de analizar con profundidad los problemas de la economía y diseñar acciones para superarlos.

Lo relevante es que la coordinación entre los distintos sectores, permitía realizar proyecciones globales explicitas, hacer análisis sectoriales y programar las inversiones públicas.

El problema hoy es que todos los sectores responsables, advierten acerca de la necesidad de reformar la estructura estatal pero nadie dice cómo, cuánto ni dónde. Y, aparentemente, no hay quienes se ocupen de estudiarla.

No se lee el Presupuesto y su discusión en el Congreso se limita a alguna modificación cosmética, fruto de algún interés particular.

Por su parte, en el diseño, los distintos ministerios, secretarias y organismos pujan por mantener sus gastos y estructura -y acrecentarlos si les resulta posible- mientras el Poder Ejecutivo fija algún limite debido, siempre, al acrecentamiento del déficit.

Se cuenta con un refinado instrumento, el Presupuesto por programas, que se repite, año tras año, sin interrogarse si ellos son realmente útiles o justificables.

Porque, claro está, hay agujeros negros peores como el Sistema Nacional de Previsión Social que, en forma unánime, se sabe que explota irremediablemente, pero ni se menciona que clase de cascabel hay que ponerle al gato.  

Además del frondoso régimen de subsidios que los ha desactivado en gran parte, pero sobreviven demasiados. 

Lamentablemente, parecería que no hay tiempo para pensar en un tiempo más largo que el presente.  

Vivimos atados a las urgencias impuestas por la coyuntura que impone un país bimonetario, endeudado, deficitario y con insólitos niveles de inflación.

Y, empecinadamente, se prosigue tratando de atacar las consecuencias olvidando las causas.

No obstante, tal situación no es un fruto casual. Nuestros gobernantes no supieron –o no quisieron- pensar en el largo plazo  y armar pacientemente un modelo de desarrollo.

Prefirieron tratar de convivir con una economía corporativa, donde cada uno lucha por sus propios intereses, un sálvese quien pueda permanente donde hay cada vez más pobres. Los demás hicieron lo que pudieron sin preguntar demasiado y sufren las consecuencias.

El resultado está a la vista.

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