En 1956, una dictadura ordenó fusilar a un grupo de hombres en un basural de José León Suárez y quiso hacerlo pasar como nada. Pero el periodista Rodolfo Walsh escuchó una pista en la radio, tiró del hilo y escribió Operación Masacre, el libro que destapó una verdad brutal: los habían matado antes de que existiera ley para hacerlo.
ASÍ NACIÓ EL PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN
La historia real de Operación Masacre: Una radio, cinco tiros y un sobreviviente
Una noche de 1956, cinco fueron fusilados, uno logró sobrevivir y un periodista contó todo. Operación Masacre reveló la verdad que la dictadura quiso borrar.
La pelea de fondo era de la dictadura
En una casa del fondo, en avenida Hipólito Yrigoyen 4519, en Florida, unos amigos se habían juntado como tantas otras veces. Había truco, cerveza y el relato radial del combate entre Eduardo Lausse y Humberto Loayza en el Luna Park, uno de esos combates que paralizaban al país. Pero en esa misma casa vivía Juan Carlos Torres, un hombre del barrio que siempre prestaba su hogar para estas reuniones. Y lo que muchos no sabían es que esa vez la pelea era una pantalla.
Unos pocos estaban al tanto: esa noche estallaba un levantamiento militar encabezado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, que buscaba derrocar a la dictadura de Aramburu y Rojas y devolverle el poder a Juan Domingo Perón, exiliado desde el golpe de 1955. La rebelión, planificada durante meses, tenía sus focos en La Plata, Campo de Mayo, Avellaneda, Lanús y otros puntos del conurbano.
Mientras tanto, el general Juan Carlos Quaranta, jefe de inteligencia, ya había filtrado la información. Todo estaba cantado. La SIDE venía espiando los pasos de Valle y Tanco y la orden de frenar el alzamiento estaba en marcha. Esa noche, mientras en La Plata se intentaba tomar el Regimiento VII de Infantería, en Florida la policía preparaba una redada. Pasadas las 23, la señal que esperaban no llegó. En lugar de la proclama, irrumpió el jefe de la policía provincial, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, a los gritos: "¡Policía!". La casa fue copada.
Algunos alcanzaron a escapar. Otros, con las manos en alto, se entregaron sin entender demasiado. En total, entre 12 y 15 hombres fueron detenidos, varios de ellos sin saber de qué se los acusaba. Fueron subidos a un colectivo y llevados a la Unidad Regional de la Policía Bonaerense en San Martín. Todavía no eran las 12 de la noche.
La verdad que Rodolfo Walsh sacó de la basura
Recién a las 0.32 del domingo 10 de junio, Radio del Estado leyó el decreto de ley marcial, firmado por el vicealmirante Isaac Rojas. A partir de ese momento, el gobierno de facto tenía vía libre para fusilar sin juicio a cualquier rebelde capturado. Pero los detenidos de Florida habían sido arrestados antes de esa hora. Legalmente, incluso bajo los códigos de la dictadura, no podían ser ejecutados.
Eso no detuvo al régimen, y el jefe policial Desiderio Fernández Suárez dio la orden tajante: "¡A esos detenidos de San Martín, que los lleven a un descampado y los fusilen!". Los cargaron en un camión celular y los llevaron al descampado de José León Suárez, una zona de barrancas, barro y silencio. Allí, bajo el frío de la madrugada y la luz sucia de los faros, los hicieron bajar. Les ordenaron correr. Y entonces dispararon.
Cinco murieron allí mismo: Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez y Mario Brion. Otros lograron escapar, heridos o por milagro. Juan Carlos Livraga cayó al suelo, sangrando, pero con vida. Fingió estar muerto. Cuando todo terminó, se arrastró hasta una casa cercana. El dueño lo escondió y lo ayudó a sobrevivir. Así nació la grieta en la historia oficial.
Meses después, en un café de La Plata, el escritor y periodista Rodolfo Walsh escuchó una frase que parecía absurda: "Hay un fusilado que vive", y la curiosidad lo empujó a investigar. Walsh no era militante, ni peronista. Era un lector voraz, un escritor joven, y esa frase lo marcó. Junto a la periodista Enriqueta Muñiz, empezó a buscar testigos, sobrevivientes, documentos ocultos. Había algo que no cerraba. Y era todo.
Lo que descubrió fue que la dictadura había ejecutado a hombres indefensos, sin juicio, sin defensa y fuera de la ley marcial. El testimonio de Livraga fue central, así también como el del teniente Dillon, que admitió la ilegalidad del procedimiento. Walsh entendió que se trataba de una maquinaria de poder que podía matar y mentir al mismo tiempo.
En 1957 publicó Operación Masacre, primero como notas sueltas, luego como libro. Fue el nacimiento del periodismo de investigación en Argentina, mucho antes de Watergate, mucho antes de que existiera siquiera esa etiqueta. El libro hizo algo más importante que denunciar: dio nombre, rostro y dignidad a los olvidados. Esos cuerpos arrojados en un basural volvieron a ser personas.
Desde entonces, cada 10 de junio, la memoria late en José León Suárez no por un gesto melancólico, sino porque esa historia sigue diciendo algo incómodo pero necesario: que la verdad, cuando se dice, puede desarmar el silencio más brutal.
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