LATINOAMÉRICA

COLOMBIA AGITADA

En Bogotá, los cacerolazos siguen marcando la Primavera latinoamericana

Colombia descubre, con inquietud para la fuerza electoral gobernante, que el reclamo social en las calles lidera la agenda de opinión pública, y esto no estaba entre sus previsiones. Armando Neira lo explicó así en el diario El Tiempo, de Bogotá: "La inconformidad expresada por un amplio sector de la sociedad en el paro nacional del jueves y en los cacerolazos nocturnos se convierte en la más dura prueba para el presidente Iván Duque. De las decisiones que él tome depende no solo la posibilidad de pasar la página de esta coyuntura sino, incluso, su papel en la historia como mandatario. De esa magnitud es la situación."

En Colombia, la jornada del sábado 23/11 finalizó con cacerolazos registrados en varias zonas de Bogotá: Usaquén, Chapinero, San Cristóbal, Usme, Bosa, Kennedy, Fontibón, Engativá, Suba, Teusaquillo, Rafael Uribe Uribe y La Candelaria.

En otras ciudades del país, tales como Medellín, Cali e Ibagué también se registraron concurridos cacerolazos.

En la calle 146 #6-24 está ubicado el conjunto residencial Sierras del Moral, una urbanización en la que el presidente Iván Duque tiene una propiedad. Esa zona se ha convertido en un punto de encuentro para quienes protestan desde el jueves 21/11 en Bogotá, el día del paro general. 

El presidente Duque anunció su disposición para entablar una nueva forma de gobernar (ya no le sirve aquella que intentaba imitar, de Álvaro Uribe Vélez, personaje que ingresa definitivamente en el pasado que Colombia no quiere repetir): “A partir de la próxima semana daré inicio a una conversación nacional que fortalezca la agenda vigente de política social”.

Y el sábado 23/11 ratificó: “Estaremos habilitando conversaciones sobre temas que son de sensibilidad del país: cómo avanzar en la lucha contra la corrupción, proteger el medio ambiente y cómo asegurar políticas sociales y económicas de crecimiento con equidad”.

El miércoles 27/11 iniciará los diálogos para despejar la hipótesis generalizada de que el Presidente no escucha el clamor general.

Terrible

En Bogotá, en cuidados intensivos y bajo un coma inducido permanece en el Hospital San Ignacio, Dylan Cruz, el joven de 18 años, que en la tarde de este sábado 23/11, resultó herido en medio de las manifestaciones, luego del disparo de un agente del Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios). 

El parte médico fue certero: Dylan Cruz presenta un trauma craneoencefálico penetrante, es decir que un elemento contundente se introdujo en su cabeza. Posteriormente, sufrió un paro cardiorespiratorio por el que tuvo que ser reanimado y llevado a cuidados intensivos con respiración mecánica y en coma inducido. 

A través de barbitúricos, el coma inducido busca reducir el paso de sangre, oxígeno y glucosa al cerebro, con múltiples finalidades como realizar el monitoreo de la actividad cerebral, evitar un aumento en la presión intracraneal, al necesitar ventilación mecánico o como medida previa a una neurocirugía de riesgo. 

Alrededor de 1.000 personas se habían reunido en el Parque Nacional para iniciar un nuevo cacerolazo, en el marco del Paro Nacional que comenzó el 21/11. Las manifestaciones, si bien empezaron como plantones pacíficos en 3 puntos de la ciudad, desde que la concentración intentó marchar por toda la Carrera Séptima, el Esmad comenzó su tarea de disipar, con gases lacrimógenos, el grupo. 

Los enfrentamientos se extendieron por todo el centro. En la Plaza de Bolívar había más uniformados impidiendo la entrada de manifestantes, lo que hizo que el grupo, que intentó llegar hasta allí, se dispersara. Uno de los que retrocedió fue el joven de 18 años, que hacia las 16:00, llegó hasta la Carrera 4 con Calle 19, donde fue herido gravemente por un miembro del Esmad. 

Según testigos, Cruz fue herido en la cabeza cuando un agente del Esmad le disparó a menos de 10 metros. Al parecer, la granada de gas lacrimógeno le quedo incrustada, por lo que cayó al piso. Lo que vino después fue registrado en video: un equipo de derechos humanos y gestores de convivencia le dieron la atención de primeros auxilios. Mientras en el piso quedó la gran huella de sangre que evidenció lo que pasó y sobre la que asistentes a la marcha pusieron flores y piedras, en nombre del joven herido.

La Unión Nacional de Estudiantes de Educación Superior (Unees), denunció que al joven, estudiante del Colegio Ricaurte, recibió atención 25 minutos después de los hechos y no 11 minutos, como lo indicó la Secretaría de Salud. Además indicó que al joven se le deberá realizar una compleja cirugía. 

Por la gravedad del hecho, la Procuraduría abrió una indagación disciplinaria y constató que los uniformados del Esmad no están permitiendo las concentraciones, violando de forma directa el artículo 37 de la Constitución Política, que indica que “toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente. Sólo la ley podrá establecer de manera expresa los casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho”.

2 imágenes bien diferentes de la protesta

Image
Dylan Cruz, entre la vida y la muerte.
Dylan Cruz, entre la vida y la muerte.
Image
Infrecuente saludo ciudadano.
Infrecuente saludo ciudadano.

Reflexión

Muy interesante el comentario editorial de la revista Semana, de Bogotá:

"Cuando se creía que la última imagen que quedaría de la marcha en contra del Gobierno era la de una protesta masiva pacífica con algunos actos vandálicos, la situación súbitamente se agravó. El paro, que se anticipaba iba a ser de un solo día, se prolongó en medio de la violencia, y al cierre de esta edición se había decretado toque de queda en Bogotá en medio de una muy difícil situación de orden público. 

La sinfonía de las cacerolas, que parecía haber sido un cierre con broche de la jornada del primer día, se había convertido en escenas comparables a las de Chile o Ecuador. La situación fue escalando de actos tirapiedra a incendios de llantas en plena capital, saqueos a supermercados hasta bandas de encapuchados entrando a las casas de los colombianos a la fuerza para aterrorizarlos y robarlos. Al filo de las diez de la noche del viernes había colapsado la línea de emergencia de la Policía y volvió a retumbar un concierto de cacerolas en distintos sitios de la capital. Los videos en las redes sociales, las cadenas de mensajes y las falsas noticias ayudaron a magnificar el nerviosismo de los ciudadanos.

El Presidente, quien había hecho una alocución la noche anterior, en circunstancias diferentes, volvió a dirigirse al país en una coyuntura de emergencia. Evocando la famosa imagen de Carlos Lleras Restrepo señalando la hora de su reloj para mandar a los colombianos a sus casas el 19 de abril de 1970, anunció el toque de queda de la capital de la república a partir de las nueve de la noche. 

En tono enérgico, él advirtió que no permitiría que algunos encapuchados se escudaran en las protesta para atentar contra la integridad física y los bienes de los ciudadanos. Asimismo, afirmó que había autorizado al Ministerio de Defensa, de Justicia y a la Fiscalía la puesta en marcha de operativos especiales para mantener el orden público.

En el aparte más sustancial de la intervención, les comunicó a los colombianos que abriría “una conversación nacional” con los distintos sectores sociales, políticos y de trabajadores, y en todas las regiones, para llegar a un consenso sobre la hoja de ruta de las reformas que necesita el país. Un diálogo quizás inspirado en el que convocó Emmanuel Macron, luego de las violentas protestas de los ‘chalecos amarillos’ y que terminó en una conversación liderada por el presidente galo con la Francia profunda y sus problemas reales.

Las manifestaciones del 21N fueron contundentes. Y pasarán a la historia como un punto de quiebre en el despertar de una ciudadanía inconforme que pide a gritos un cambio. No serán recordadas como un segundo 9 de abril, pero tampoco como la marcha del silencio en rechazo a la violencia de 1948 o la marcha contra las Farc de 2008.

Si en un comienzo algunos pensaron que la protesta residía en que no había una razón sino muchas para marchar, las diversas motivaciones terminaron siendo justamente la fortaleza de la movilización del jueves pasado. El 21N no necesariamente fue la expresión nacional de protesta masiva violenta. La mayoría se manifestó en paz. Se trató más bien de grupos minoritarios de vándalos y saboteadores muy bien organizados, que con sus actos violentos terminaron opacando el espíritu cívico del primer día y generando miedo e indignación en los ciudadanos.

Lo segundo es que la movilización no fue autoría de ningún político pese a que muchos de ellos, comenzando por Gustavo Petro, quisieron apoderarse de sus causas. Esta no fue la marcha de ningún líder. Fue la expresión más significativa del empoderamiento ciudadano en la sociedad digital.

Y tercero, estas movilizaciones es muy probable que continuen. Lo que pasó en las calles, aun con los actos de violencia, es un pulso que como la espuma puede tender a crecer si el Gobierno no encuentra la manera de tomar acciones que cambien el estado de ánimo del país. En esto hay una dosis de injusticia. Gran parte de las razones que sacaron a la gente a las calles corresponden a problemas estructurales que existen desde hace décadas y que no necesariamente tienen relación directa con el año y medio de gobierno que lleva el presidente Duque. 

¿Por qué el inconformismo explotó ahora? Sin duda alguna hubo un elemento de contagio de la ‘primavera latinoamericana’ pero a la colombiana, como también pudo ayudar la desconexión del Gobierno con las realidades políticas y sentimientos del país.

Un escenario no muy alentador de lo que pasa es que ahora el presidente no solo tiene en contra el Congreso, sino también a la calle. Eso, sumado al movimiento del péndulo en contra del Centro Democrático en las últimas elecciones de alcaldes y gobernadores, pone al Gobierno en una situaciónn complicada. ¿Qué puede hacer Duque? Lo primero, lo que todo el mundo le dice todo el tiempo y él se niega a hacer: armar una coalición de gobierno que le ayude a tener una mayor interlocución política para recuperar gobernalidad y lograr pasar las reformas que necesita en el Congreso.

Otra prioridad, quizás más importante, es abrir una mesa de diálogo con los sectores inconformes. El Presidente, en su alocución, ya dio un primer paso en esa dirección. Este gesto es conveniente y abre la puerta para una solución. Un Gobierno que oiga a la gente y que se sintonice con sus necesidades y reclamos. Seguramente, esta incluirá un revolcón en el gabinete, incluyendo fuerzas políticas que hoy están por fuera, pero que son necesarias para garantizar un consenso. Y todo el peso de la ley para los delincuentes. 

La autoridad también está a prueba. No solo para los policías que ponen el pecho en las calles, sino para la justicia que debe judicializar y tomar medidas drásticas contra los desadaptados que acudieron a actos de terrorismo y atemorizaron a la sociedad.

Diálogo social, representación política, cambio en el discurso, sintonía popular y autoridad. Duque ha creado la imagen de que es inaccesible y aislado de la realidad en su torre de marfil. Eso no es tan cierto. El problema es más bien al revés. El presidente le dedica tanto tiempo a ir a cuanto evento lo invitan: foros, viajes, talleres en las regiones, visitas al territorio y conferencias, que le queda poco para sentarse a diseñar la estrategia a fin de solucionar los problemas estructurales.

Uno de los factores que más lo ha golpeado es la sombra del expresidente Uribe. También le ha hecho mucho daño el ala radical del Centro Democrático. Pero la tesis de que quien gobierna es el expresidente es exótica, pues una de las preocupaciones en la Casa de Nariño es precisamente la inconformidad de Uribe. Porque el expresidente también tiene varios reparos sobre la forma de gobernar de Duque.

Pero una cosa es el cambio de rumbo que quiere Uribe y otra el que quiere el país. Al presidente le va a tocar tomar decisiones muy difíciles. Una vez que haya conseguido una coalición de gobierno y haya establecido una interlocución con los sectores inconformes, tendrá que definir cuáles son las reformas por las que tiene que jugarse su puesto en la historia. El problema es que las reformas que el país requiere son precisamente las que justificaron el paro.

La negativa del Gobierno de que no hay nada decidido hasta el momento sobre la reforma pensional y laboral era parcialmente verdad. Textos definitivos no había, pero borradores del Gobierno sí y propuestas de terceros también. Esas iniciativas fueron paradas en seco por las marchas. La mayoría de esas son impopulares, pero necesarias. Son inaplazables para corregir temas estructurales como reducir la inequidad de las pensiones, modernizar las reglas laborales y hacer sostenible fiscalmente al país. 

Los sectores que marchan con frecuencia defienden su propio interés y no necesariamente el interés general, que es el que tiene que defender cualquier Gobierno. Por ejemplo, mientras los pensionados representados por sus sindicatos luchan por defender sus derechos, la realidad es que, de los seis millones de colombianos en edad de jubilación, cuatro no tienen pensión ni medios de supervivencia. Por lo tanto, es lógico que una reforma busque de alguna manera ayudar a esa mayoría de desprotegidos más que perpetuar la inequidad que beneficia a los privilegiados.

Lo que pasa es que socializar esas reformas requiere mucha concertación y tire y afloje entre las partes para llegar a algún consenso. Nada impuesto a la brava y sin diálogo va a funcionar. Iniciativas que a primera vista producen rechazo popular pueden llegar a ser eventualmente negociadas si hay interlocución y concesiones de lado y lado. Este es el reto que tiene ahora el Gobierno: convencer a los colombianos indignados o escépticos que salieron a las calles a pedir un cambio de rumbo de que el llamado ‘paquetazo de Duque’ no era para perjudicarlos."

Dylan Cruz, entre la vida y la muerte. Infrecuente saludo ciudadano.

Dejá tu comentario