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MÉXICO, TIERRA YERMA

El cambio climático desata la guerra del agua

Nueva arista de la violencia de género: el agua que falta, a hombros y espaldas de las mujeres; el otro Acapulco, el agrario

La guerra del agua comenzó en América. México y Brasil son la punta creciente del iceberg. El huracán Otis ha desatado una tipología de violencia de género: el trabajo a destajo. Las mujeres son las más afectadas por la guerra del agua. https://es.wikipedia.org/wiki/Agua

Estamos en el siglo de la revolución tecnológica, sin embargo, en la región agraria de Acapulco, se divisan al amparo de la luz diurna, siluetas proyectadas en sombra. Son mujeres de franja etaria indistinata. Ellas bajan las serranías cargadas con palanganas profundas sobre sus cabezas. Se trata de comunidades edificadas contranatura, sobre los cerros.

Allí, en la zona que no se muestra de Acapulco, las mujeres recogen leña para el fuego, mantienen las campos de maíz (milpas), atienden las tareas domésticas y a sus criaturas y preparan las tortillas que saldrán a vender por los caminos. Pero la labor más extensa recae sobre la recolección del agua.

Las mujeres y el agua. El útero de la tierra

Las mujeres a cargo de la sed de sus familias, del aseo e higiene personal y comunitaria. La mujeres que gestan en agua y sangre, reproducen a diario la tarea de nutrir a los suyos en escasés de materia prima.

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Falta el agua en México y genera una nueva tipología de violencia de género

Falta el agua en México y genera una nueva tipología de violencia de género

Falta agua, las mujeres morigeran la catástrofe a costa de sí mismas

Algunos testimonios recogidos por El País, de España, ilustran el encabezado de esta nota, contundentemente:

“Nos levantamos bien tempranito. Acá nunca acaban los quehaceres”, dice Eveliana Romero, de 53 años, madre de nueve hijos y abuela de más de una decena de chiquillos. “Todos los días hay que ir del arroyo a la casa para traer el agüita en varios viajes”, relata la campesina de Apalani, localidad de unos mil habitantes en la Costa Grande de Guerrero.

Como ella, la mayoría de mujeres de esta región rural dedica hasta siete horas diarias para acarrear agua de los pozos comunitarios a sus hogares. Las más afortunadas cuentan con un burro, bestias de carga a los que las campesinas guían cuesta arriba y cuesta abajo, que llevan a modo de ánforas los bidones a cada costado de su lomo. “Pero yo no tengo uno. Por eso voy bien tempranito por ella”, dice Romero, que lleva haciendo la misma tarea desde que tiene memoria. “Siempre hubo mucho trabajo. Pero más desde que llegó la sequía y la tormenta nos dejó sin techos, sin cosecha. Con miedo”.

Apalani, donde nació Romero y de donde nunca salió, fue uno de los poblados del centro agrario de Acapulco que el 25 de octubre de 2023 azotó Otis, la tormenta tropical que marcó un punto de inflexión en la historia del Estado de Guerrero y en las ciencias meteorológicas. “Empezó a las 10 y no terminó hasta de madrugada. Aquella noche se fue el mundo, parecía que iba a desaparecer, zumbaba muy feo. Las láminas saltaron del tejado a la carretera, los trastes volaban. El viento se llevó los pajaritos, mató a los marranos. Por suerte, no hubo muertos. Pero ese susto no se quita”, dijo la mujer.

No se trata sólo del huracán Otis, sino de la desidia política

Han pasado más de ocho meses desde que el ciclón arrasó la costa guerrerense y las comunidades van a necesitar años para recuperarse de lo que la tempestad destrozó en una sola hora. En la zona rural, se desbordó el río Papagayo, sobre el que se asientan tantos poblados. Sus aguas desbocadas inundaron parcelas y echaron a perder las cosechas.

Se estima que el paso de la tormenta arrasó hasta el 80% del sector agrícola: cultivos de limones, jamaica, ajonjolí, las plantaciones de subsistencia. “Mi esposo tiene su milpita, pero Otis se lo tiró todo”, lamenta Romero, mientras prepara la comida del día. “Cuando hay suerte, compramos un pollo, huevo, aceite, carnita de res… Pero la mayoría de días, almorzamos tortilla con manteca de chuchi (cerdo) que le echamos al comalito”.

Las pérdidas materiales del desastre se vieron amplificadas por la escasez que vive la zona. “El paso del ciclón exacerbó la vulnerabilidad en la que ya se encontraban estas comunidades”, explica Isadora Hastings, una de las fundadoras de Cooperación Comunitaria, organización que trabaja con comunidades rurales en la reconstrucción de hogares. “Llevamos a cabo procesos de reconstrucción integral y participativa de la vivienda tradicional, producción agrícola y restauración ambiental para disminuir la vulnerabilidad de la población y de los ecosistemas”, detalla la arquitecta.

Sin agua se genera inseguridad alimentaria

Las autoridades federales destinaron fondos a los damnificados por Otis a través del Programa de Bienestar, dicen que no les alcanza. “Quienes nos ayudan son las organizaciones”, asegura Romero bajo el techo de su casa a medio reparar. “El Gobierno dio dinero directamente a la gente, pero sin considerar la asesoría técnica”.

Un equipo de Cooperación Comunitaria llegó a estas comunidades mucho antes que azotara Otis. Desde hace diez años trabajan en la región de la montaña. En Cacahuatepec, el municipio cabecera del núcleo agrario de Acapulco, “se han hecho mapeos de riesgos con ocho comunidades para identificar las vulnerabilidades de las poblaciones y trabajar sobre las causas y no solo sobre los daños de Otis”, cuenta Hastings, arquitecta del proyecto de ayuda comunitaria extaoficial.

El mayor golpe de Otis a las mujeres

Además, “el acceso al agua es malo e inequitativo, y la calidad es nefasta”, enumera Hastings. Su equipo se enfoca en las necesidades de las mujeres, con quienes trabajan en diseñar mapas del terreno para detectar arroyos, fuentes y pozos y crear estrategias integrales de saneamiento doméstico y comunitario para mejorar sus espacios.

“Cuando suceden eventos como Otis, se visibiliza cómo las afectaciones impactan más en las mujeres y niñas”, dice Blanca Meza, responsable de Adaptación y Coordinación de Reducción de Riesgos sobre Desastres en Oxfam México, otra de las ONGs que se instalaron en la zona tras el paso del ciclón. Como destaca la cooperante, “son comunidades que dependen completamente de los bienes naturales para sobrevivir”. Necesitan su milpa para comer, la leña para los fogones y el agua para todo. Pero esos recursos están amenazados por el cambio climático que ya transforma los ecosistemas de México y que también afecta más a las mujeres. “Ellas sufren más los problemas derivados del agua en mal estado o por las condiciones en las que trabajan”, matiza Meza.

En la franja baja de Apalani se encuentra el lavadero donde las mujeres recolectan el agua y lavan. Un refugio ante el sofocante calor, donde el murmullo del agua que brota del arroyo se mezcla con las conversaciones de las mujeres que frotan con ahínco el jabón con la ropa en las pilas y con las carcajadas de las niñas que las acompañan.

“Nos gusta mucho este lugar porque siempre está fresco. Lo malo es que se enloda por la basura, los plásticos se acumulan y a veces huele muy mal por el agua contaminada”, cuenta una de las mujeres. El equipo de Cooperación Comunitaria ha identificado otro problema: mientras sus esposos se bañan en casa con el agua que ellas llevan a los hogares, las mujeres suelen hacerlo en el lavadero. Allí se asean con la ropa puesta por temor a que algún hombre las vea desnuda, lo que se convierte en otro foco de posibles infecciones y en un reflejo de la desigualdad de género.

“En esta región, hay muchas mujeres de 25 años que no saben escribir más que su nombre, con un acceso muy limitado a la información”, continúa. Y eso perjudica a las campesinas que no tienen acceso igualitario a la tierra ni voz en la comunidad. ”Los mandatarios toman las decisiones y las necesidades de las mujeres quedan fuera”, añade la funcionaria de Oxfam.

Pero, ellas son “quienes sacan a la comunidad adelante, unas tremendas guerreras”, destaca Hastings al referirse a las mujeres y niñas campesinas de Acapulco. Las que cada día suben y bajan las cuestas cargadas con bidones de agua en la cabeza y traen la leña a los hogares, las que no poseen propiedades terrenales aunque son quienes las cuidan y administran: ellas son la verdadera resistencia de la región.

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