Madrid esconde un secreto a cielo abierto que sorprende incluso a quienes viven en la ciudad. En el corazón del Parque del Retiro, entre corredores, turistas y familias de domingo, se levanta la Fuente del Ángel Caído, considerada la única estatua pública dedicada al diablo en Europa. Literal. No es metáfora, no es rumor urbano: es una obra oficial, aprobada por el Estado, inaugurada en 1885 y colocada, casualmente (o no), a 666 metros sobre el nivel del mar.
PARQUE DEL RETIRO
La Fuente del Ángel Caído: el único monumento público al diablo ubicado a 666 metros de altura
La historia de la Fuente del Ángel Caído, una obra única que mezcla arte, mito y controversia, y que hoy atrae a miles de visitantes en la capital española.
La escultura, obra de Ricardo Bellver con un pedestal diseñado por Francisco Jareño, retrata a Lucifer en el instante de su caída. Una escena inspirada en un pasaje de "Paraíso Perdido", el poema épico del inglés John Milton que narra la rebelión de los ángeles y la expulsión del cielo. Ese origen literario suele pasar inadvertido, pero terminó moldeando una pieza que hoy es casi un imán de curiosos, ocultistas, turistas y creyentes que intentan entender qué hace un ángel expulsado del cielo en plena capital española.
Cómo llegó la obra al Retiro
La historia del recorrido de la pieza es clave para entender por qué terminó convertida en un símbolo urbano. Fue en 1877 cuando Ricardo Bellver modeló originalmente al Ángel Caído en yeso, pieza que presentó al año siguiente en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1878, donde obtuvo la Primera Medalla, uno de los mayores reconocimientos del certamen. El impacto fue inmediato: el Ministerio de Fomento decidió fundir la obra en bronce con fondos públicos, un gesto reservado únicamente para piezas consideradas de valor excepcional.
Tras ese proceso, la escultura viajó a la Exposición Universal de París, donde volvió a recibir elogios y reforzó su carácter de obra moderna, ambiciosa y técnicamente sobresaliente. Cuando regresó a España, la intención era clara: la pieza debía ocupar un espacio público. Fue entonces cuando se convocó a Francisco Jareño, encargado del pedestal y del emplazamiento definitivo. El Parque del Retiro, que a finales del siglo XIX atravesaba una etapa de renovación y embellecimiento, resultó el escenario elegido para su instalación, inaugurada finalmente en 1885.
La carga simbólica de la obra y sus partes
Una vez instalada, la fuerza de la escultura empezó a leerse en clave alegórica. Bellver representó el instante en que Lucifer es arrojado del cielo, con el cuerpo retorcido, las alas plegándose hacia abajo y un gesto que mezcla desesperación, furia y desconcierto. No es una imagen heroica ni gloriosa: es el rostro de la derrota. Para la época, esa lectura humanizada del ángel caído sorprendió a muchos, porque rompía con la tradición de representarlo como una figura distante o absolutamente maligna.
El pedestal diseñado por Jareño potencia esa interpretación. De base octogonal, incorpora siete figuras demoníacas talladas en relieve (rostros grotescos, serpientes, criaturas aladas) que sostienen la fuente como si fueran testigos de la caída. Esa imagen remite tanto al romanticismo tardío como a la iconografía bíblica: la idea de Lucifer como ‘estrella que cae del cielo’, asociada tradicionalmente al versículo de Isaías 14:12, donde se menciona la caída del ángel rebelde. La combinación entre estética gótica e imaginario religioso consolidó una lectura clara: en el siglo XIX la figura del diablo era frecuente en el arte europeo, pero no en el espacio público; y ese carácter excepcional es, justamente, lo que vuelve a esta obra tan singular.
A esa carga simbólica se suma su raíz literaria. Más que ilustrar un pasaje concreto, Bellver tomó de Paraíso Perdido la idea central: la caída como drama cósmico, como ruptura definitiva. Ese cruce entre literatura, alegoría y escultura es lo que sostiene la potencia de la Fuente del Ángel Caído, más allá del mito que la rodea.
Una instalación polémica para su tiempo
La decisión de colocar una figura del diablo en un espacio público generó dudas en su momento. Algunos la vieron como una provocación, otros como un gesto de modernidad en pleno siglo XIX. Las autoridades aclararon que la obra debía leerse como una alegoría literaria y no como un gesto religioso, un matiz que ayudó a desactivar las críticas iniciales. El propio catálogo de la Exposición Nacional de 1878 definía la obra como ‘una escena de desesperación y abatimiento’, una interpretación que reforzó su lectura como símbolo de derrota. Con el tiempo, esa mirada consolidó a la Fuente del Ángel Caído como uno de los iconos más singulares de Madrid.
El número que alimentó la leyenda
Pero el capítulo que terminó de construir su mito llegó después. Distintas mediciones confirmaron que la fuente está ubicada a 666 metros sobre el nivel del mar, un dato imposible de separar de su historia. No hay prueba de una intención deliberada, pero la coincidencia alimentó especulaciones y convirtió el lugar en un punto de atracción para quienes buscan la frontera entre historia y misterio. La cifra, sumada a la iconografía y al origen literario, terminó por sellar la leyenda.
Hoy, lejos de la polémica del siglo XIX, la fuente es una parada obligada para quienes buscan en Madrid algo distinto a lo habitual. Turistas, curiosos y locales se detienen frente a la mirada caída de Lucifer intentando descifrar qué hace una figura así en medio del Retiro. Y esa misma pregunta es, probablemente, la que la mantuvo viva durante más de cien años: la capacidad de provocar sin gritar y de mezclar arte y mito sin pedir permiso.
La obra, además, tiene un eco inesperado para los argentinos. El Palacio Barolo, en Buenos Aires, construido bajo la estructura simbólica de la Divina Comedia, también juega con la imaginería dantesca del infierno, el purgatorio y el paraíso. Ambas ciudades, cada una a su modo, incorporaron a su paisaje urbano figuras caídas, pasajes literarios y símbolos que hablan de lo mismo: la tensión eterna entre luz y oscuridad, entre gloria y caída.
La Fuente del Ángel Caído funciona, en definitiva, como un recordatorio de que Europa convive con sus mitos sin esconderlos. Y que a veces, para entender una ciudad, basta con detenerse frente a una obra que parece fuera de lugar… hasta que uno descubre que siempre estuvo exactamente donde tenía que estar: a 666 metros sobre el nivel del mar.
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