SEXUS

ELLOS TAMBIÉN SUFREN

Un orgasmo tras otro, 100 por día, y nada de sexo

El orgasmo no es una experiencia placentera para todos. Para algunos pueden volverse una verdadera pesadilla. Lo cuenta Dale Decker, un estadounidense de 37 años, que puede llegar a tener 100 en un día. No cabe duda de que el mayor afectado es el propio Decker, pero su mujer está sufriendo también. El orgasmo ha dejado de ser para su marido algo a lo que aspirar, y ni se le pasa por la cabeza mantener relaciones sexuales. Lo intentaron al principio, pero nunca conseguía hacerlo en condiciones...

MADRID, ESPAÑA (El Confidencial) Para la mayoría de personas el orgasmo es una experiencia placentera, el clímax de un encuentro sexual, y tratar de multiplicar éste es uno de los principales retos de todo amante. Pero para Dale Decker, un estadounidense de 37 años, los orgasmos se han vuelto una pesadilla: puede llegar a tener 100 en un día, algo que condiciona por completo su vida.

El estadounidense es el primer hombre que ha reconocido públicamente que padece el Síndrome de Excitación Genital Persistente (conocido como PGAD, por sus siglas en inglés), un raro trastorno reconocido en la última edición del DSM –el manual diagnóstico que utilizan la mayoría de psiquiatras– que, hasta ahora, sólo se conocía en mujeres.   

La enfermedad se caracteriza por causar en aquellos que la sufren una excitación sexual constante, intensa y dolorosa, que acaba provocando orgasmos incontrolados. Tras sufrir estos, el paciente experimenta un pequeño alivio, pero en horas vuelve a excitarse, y los orgasmos se suceden uno detrás de otro.

Decker ha compartido esta semana su historia con la agencia de noticias Barcroft Media, pero lleva padeciendo la enfermedad desde septiembre de 2012, cuando, debido a un accidente doméstico, tuvo una lesión en un disco de la columna vertebral. De camino al hospital tuvo sus primeros cinco orgasmos. Y desde entonces no ha dejado de experimentarlos.

Lo que a primera vista podría parecer una bendición es en realidad una tortura. Decker tiene miedo a abandonar su vivienda, pues los orgasmos pueden aparecer en cualquier momento. “Imagina estar arrodillado en el funeral de tu padre, junto a su ataúd, despidiéndote de él, rodeado de toda tu familia y experimentar, ahí en medio, nueve orgasmos”, ha explicando a la agencia. “Esto hace que no quieras volver a tener un orgasmo en tu vida. No hay nada de placentero en ello, porque aunque físicamente provoque placer, estás completamente asqueado”.

Un drama familiar

No cabe duda de que el mayor afectado por el PGAD es el propio Decker, pero su mujer, April, está sufriendo también sus consecuencias. El orgasmo ha dejado de ser para su marido algo a lo que aspirar, y ni se le pasa por la cabeza mantener relaciones sexuales –lo intentaron al principio, pero nunca conseguía hacerlo en condiciones–, pero además ha afectado de forma determinante a la economía doméstica, pues la condición no permite a Decker trabajar.

En la mayoría de casos, los síntomas pueden reducirse con algunos fármacos antidepresivos, antiandrogénicos o geles anestesiantes, pero son sólo parches

“Debido a que a veces tiene orgasmos en mitad de la noche, hemos decidido dormir en camas separadas”, ha relatado April. “Esto puede ser muy frustrante. Necesitas el consuelo de otra persona, particularmente tu marido, pero no hay nada de eso. Realmente echo de menos al antiguo Dale”.

Decker ha visitado a numerosos médicos en busca de una solución para su problema, pero no la ha encontrado. El PGAD es una enfermedad poco estudiada, que se conoce desde hace tan sólo una década, cuando la doctora Sandra Leiblum la documentó por primera vez en mujeres, y no se conocen bien ni sus causas, ni cómo debe tratarse.

Los investigadores creen que la enfermedad puede surgir por un problema en las terminaciones nerviosas, aunque también podría deberse a un desorden hormonal o un problema en el sistema circulatorio de la pelvis. En la mayoría de casos, los síntomas pueden reducirse con algunos fármacos antidepresivos, antiandrogénicos o geles anestesiantes, pero son sólo parches. Quizás la solución podría encontrarse en algún tipo de intervención quirúrgica sobre las terminaciones nerviosas de la zona pélvica, pero, por el momento, no hay evidencias de que funcionen a largo plazo.