El 9 de Julio se celebra la Independencia de la Argentina, ya que ese día de 1816 los representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata firmaron la Declaración de la Independencia que declaró la formal ruptura de los vínculos de dependencia política con la monarquía española. Como sabemos, se trata de una de las fechas patrias más importantes del país y es feriado nacional.
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¿Lo sabías?: 7 curiosidades sobre el 9 de Julio de 1816
El 9 de Julio se celebra la Independencia de la Argentina, y aquí te contamos algunas curiosidades de la fecha y datos de la época que no quizás no conocés.
A propósito del 9 de Julio, resulta muy interesante conocer algunos datos curiosos no sólo sobre la cuestión de la Independencia sino también acerca de la vida cotidiana de esa época. Por ejemplo, ¿sabías que Hawái fue la primera nación que reconoció la Independencia de la Argentina? ¿O que muchas veces el Cabildo no podía sesionar en la sede de Gobierno por el mal olor?
A continuación, te contamos algunos hechos y datos curiosos en torno al 9 de Julio de 1816:
Acta perdida (¿o robada?)
El Congreso de Tucumán inició sus sesiones en la Casa de Tucumán el 24 de marzo de 1816, con la presencia de 33 diputados. Según la decisión de los propios delegados, la presidencia del Congreso era rotativa y cambiaba cada mes.
Después de tres meses y medio de sesiones, se proclamó el 9 de julio la existencia de una nueva nación libre de España o de otras naciones: las Provincias Unidas de América del Sur. Este nombre designaba no solo a la actual Argentina, sino que también abarcaba los países Uruguay y Paraguay.
El diputado sanjuanino Francisco Narciso de Laprida preguntó: "¿Queréis que las Provincias de la Unión sean una Nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli?". Todos los diputados contestaron afirmativamente. De inmediato, se labró el Acta de la Emancipación.
Lo curioso es que el Libro de Actas de las sesiones públicas de dicha asamblea, donde fue redactada el Acta de Emancipación -firmada por todos los miembros del Congreso- se perdió. Algunos historiadores consideran que fue depositado en 1820 en la Legislatura de Buenos Aires, de donde posteriormente habría sido robado.
En el Archivo General de la Nación Argentina se conserva una copia, realizada por el secretario Serrano a fines del mes de julio de 1816.
Festejos y un requisito obligatorio
La noticia se distribuyó al resto del país mediante copias del Acta de la independencia, a través de mensajeros. En total se imprimieron 3 mil ejemplares; la mitad escritos en castellano, mil escritos en quechua y 500 en aimara.
Durante los festejos por la proclamación de la independencia, fue requisito obligatorio para los hombres el uso de gorro frigio: nadie podía ingresar a un festejo sino lo llevaba puesto.
Hawái, 1era. nación en reconocer nuestra independencia
Hawái fue la primera nación que reconoció la independencia Argentina, en 1818: el rey Kamehameha I firmó un tratado de comercio con el representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Hipólito Bouchard.
En tanto, Portugal reconoció nuestra independencia en 1821, mientras que Estados Unidos lo hizo en 1822 e Inglaterra en 1823. España recién admitió que éramos independientes en 1863.
1816: Sin luz eléctrica, cloacas ¡ni vasos!
En 1816 las casas no tenían heladeras, baños, cloacas ni había veredas. Tampoco había luz eléctrica ni autos a motor.
La mesa de los hogares era colectiva y no siempre tenía sillas, sino un banco largo de cada lado. Tampoco había platos individuales -se ponía toda la comida en diferentes platos sobre la mesa- ni un vaso para cada uno -circulaba uno grande que daba la vuelta-.
Tampoco había agua potable de la canilla, ni fría ni caliente. El agua de consumo se compraba al aguatero, porque el agua del pozo era salobre; las casas que tenían pozo servían para limpiar o lavar la ropa, pero no para consumir.
El aguatero, a su vez, la obtenía del Río de la Plata: iba con un gran carro tirado por un buey, donde transportaba un gran barril que llenaba con el agua marrón del río. Esa agua marrón era la que que se vendía: las personas la ponían en una tinaja de barro y la dejaba sedimentar. También juntaban agua de lluvia.
En aquella época tampoco había baños, ni sistema de cloacas. La letrina estaba al fondo del patio, por lo que en las habitaciones se utilizaban unas bacinicas (tipo pelelas), que se guardaban en la mesita de luz o se la ubicaba debajo de la cama. Al otro día entraba el esclavo y lo tiraba en la letrina.
“Las condiciones de salubridad eran terribles y terminan en las dos grandes pestes, una de cólera y la otra de fiebre amarilla. La ciudad estaba muy dejada en ese sentido, crecía y no se hacía nada”, ha contado el arqueólogo Daniel Schávelzon en una entrevista con Clarín.
Buenos Aires, malos olores
En Buenos Aires sólo vivían 44 mil personas (actualmente, hay unos 3 millones). La Plaza de Mayo (que no tenía este nombre en ese momento) estaba dividida por una gran arquería conocida como la Recova Vieja, construida para alojar a los comerciantes y sus mercaderías, lo que hoy sería las calles Defensa y Reconquista.
La Recova era uno de los puntos centrales de la vida doméstica, ya que era punto comercial. “El mal olor era parte de esa vida cotidiana, hasta tal punto que estaba prohibido vender pescado después del mediodía, porque se echaba a perder y desprendía muy mal olor”, cuenta el arqueólogo Daniel Schávelzon.
A esto se sumaba que al costado del Fuerte existía una letrina pública “y muchas veces el Cabildo no podía sesionar en el Fuerte, que era la sede de Gobierno, por el mal olor; tenían que ir a una casa particular”, completa.
"Nuestros próceres tuvieron esclavos"
Si bien la Asamblea del año XIII declaró la libertad de vientres de las esclavas, la esclavitud siguió existiendo algunas décadas más. Los principales mercados estaban en Plaza San Martín y en Parque Lezama, que por eso quedaron como parques, porque nadie quería vivir ahí.
“La condiciones de limpieza no eran óptimas. Eran lugares con cientos de esclavos, capturados en África, con tres meses de travesía en barco. Los olores eran tremendos y se quejaban de eso. Ponían doscientos esclavos, por ejemplo, pasaba alguien y los compraba, tipo remates. Al principio se hacían en el pórtico del Cabildo, después se construyeron espacios. Les miraban los dientes, la edad", cuenta Schávelzon.
"Se vendían chicos, de menos de 12 años. Uno de 30 era inutilizado, no tenía valor. Chicas para tareas de la casa. En las casas había grabados, estaba el negrito del mate, eran chicos, iban con la pava y les cebaba el mate a las señoras. La negrita del coscorrón, cuando la señora estaba enojada, le pegaba o tiraba de la trenza. No estaba prohibido”, relata el arqueólogo.
Sin anestesia, se emborrachaban
En Buenos Aires sólo había tres hospitales, y existían pocos médicos pero sí había curanderos y "despenadores". Estos últimos eran personas que inducían la muerte para evitar el sufrimiento del enfermo, una especie de eutanasia.
De esos tres hospitales, el Santa Catalina estaba destinado a emergencias y era solo para hombres. Luego estaba el Hospital de la Residencia, también solo para hombres, internaba enfermos, incurables, contagiosos y locos. Y el de la Caridad, en las inmediaciones de la capilla San Miguel, estaba destinado a las mujeres.
Había cierto rechazo de la población a los hospitales, porque eran percibidos como la antesala de la muerte y no como un lugar de sanación.
Las enfermedades más propagadas en aquel entonces eran difteria, angina, tétano infantil, fiebre tifoidea, tuberculosis, viruela y gota. También preocupaba la hidrofobia, enfermedad producida por la mordedura de un animal rabioso.
"La mayoría de la población se atendía con curanderos o personas con saberes informales. No había una carrera, pero sí una formación. En esa época, empiezan las primeras campañas de vacunación: la primera fue contra la viruela", cuenta a Clarín el historiador y docente Raúl Fradkin.
Las cuestiones médicas eran bastante precarias en comparación con la actualidad. Por ejemplo, como no había anestesia muchos pacientes se emborrachaban con alcohol antes de una intervención; o algunos cirujanos hacían sangrar a sus pacientes para volverlos insensibles.
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