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¿QUIÉN QUIERE SER CIENTÍFICO?

Cerebros argentinos: Con la música a otra parte (¿¡!?)

Un concurso televisivo de preguntas y respuestas insistió ante la agenda política con un tema crucial que viene ignorando aunque debería ser de auténtico interés ciudadano: qué hacer con la formación de los recursos humanos, la simiente de las futuras generaciones, para integrar al país en la cuarta revolución industrial ya en marcha en el planeta. En todo caso, con nuestros recursos naturales, como los agrícolas, petroleros, mineros, acuíferos, las potencias acreedoras ya saben lo que pretenden y el endeudamiento nacional les facilitará. La tijera del ajuste que dirige el FMI recortó impiadosa los estímulos fiscales a la investigación científica, que en ¾ partes dependen de la financiación del Estado. Dejó que la inflación se comiera la mitad del presupuesto en CyT de este año, achicó las vacantes en el principal mecenas de los investigadores, el Conicet, y encima, como reveló la bióloga que ganó el medio millón de pesos, les traban los proyectos “bicicleteándoles” a los laboratorios, como el suyo, los ya diezmados desembolsos comprometidos. El ministro del Interior, Rogelio Frigerio, intenta sacar la brasa caliente mediática que cayó sobre la Administración Macri invitando a debatir sobre qué gastos disminuir para dar cabida al desarrollo de la I+D, en el que Argentina, que quedó relegada detrás de 26 países, incluidos Turquía y Brasil. La grieta electoral no acusa recibo de lo que significa que cerebros preparados para la era del conocimiento ya estén haciendo las valijas para llevarse “la música” a otra parte.

El caso de la bióloga e investigadora del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Marina Simiam, que acaba de ganar $500 mil en el programa de preguntas y respuestas “¿Quién quiere ser millonario?” que conduce en Telefé el ex Intratable Santiago del Moro, reveló ante la gran audiencia que el Estado difiere los desembolsos de fondos comprometidos para proyectos de investigación pese al recorte presupuestario dispuesto.

Trae reminiscencias del laureado filme "Slumdog Millionaire", dirigido por Danny Boyle, en el que el adolescente finalista de un certamen análogo llevado a cabo en la India, que se llama Jamal Malik, desnuda ante millones de televidentes la discriminación a la que son sometidos los pobres en la barriada de Bombay donde se crió.

La científica argentina concursante, madre de tres hijos adolescentes, confesó que destinaría el dinero del premio a financiar las tareas que efectúa en su laboratorio para la cura del cáncer de mama. 

Su proyecto es uno de los 9.000 en total cuyo financiamiento oficial cuenta con aprobación, de los cuales más de 5.300 son de ciencia y tecnología. Se trata de fondos asignados para desarrollos de empresas, de software, proyectos sensoriales en donde trabajan empresas u organismos en conjunto.

"No nos depositan los subsidios que tenemos ganados y tenemos que trabajar. Me anoté porque soy osada y me pareció una oportunidad. Pueden venir cuando quieran a ver el trabajo que hacemos", justificó ante la requisitoria periodística.

El secretario de Planeamiento y Políticas de CyT, Jorge Aguado, brindó como explicación que "tenemos un presupuesto asignado y Hacienda hace un desembolso en cuotas. Trabajamos con ellas en relación a los proyectos en cada uno de los institutos de investigación. No estamos en una situación ideal, tenemos atrasos en los pagos, pero queremos que se queden tranquilos que vamos a cumplir".

Pero el caso Simiam destapó la olla científica en ebullición y detonó la ira de la socióloga Dora Barrancos por los 5 meses que lleva de demora la incorporación del nuevo director en el área de Ciencias Sociales y Humanidades del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Mario Pecheny, y de Alberto Kornblihtt, en Ciencias Biológicas y de la Salud, y presentó su renuncia al directorio.

Sin embargo, las anomalías no son excepciones, sino reglas. El año pasado las venían denunciando las universidades públicas, a las que Hacienda no les giraba las partidas asignadas en tiempo y forma, de modo que para seguir funcionando los propios docentes y personal administrativo tenían que poner dinero de su bolsillo. 

En tal sentido, hubo 240 directores de institutos del CONICET (el 90%, sobre un total de 266) que firmaron una carta advirtiendo atravesar una “situación de emergencia total”. 

Resulta que las becas para entrar a la carrera del organismo se redujeron en un 66%, ya que los insumos licitados quedaron fuera de alcance por la devaluación, hubo obras de infraestructura que quedaron a medio hacer y el salario de un becario posdoctoral, un recurso humano de altísimo valor agregado, perdió la mitad de su poder adquisitivo. 

Fuera del sistema por no poder continuar con sus proyectos de investigación fueron a parar unos 2.145 científicos, según el ex decano de Ciencias Exactas-UBA, Jorge Aliaga.

Formación al tacho

Los resultados de la "convocatoria 2018" publicados en la web oficial del instituto corroboraron el recorte en los cupos para el ingreso: de las 900 vacantes que se ofertaban en 2015, en 2017 ese número bajó a 600. Pero el año pasado se redujo a la mitad que hace 4 años, es decir, a 450, que apenas representan el 17,3% de los 2.595 que hicieron una carrera universitaria brillante, ganaron una beca doctoral y una postdoc. Fueron a congresos, dieron charlas y publicaron papers.

“Unos 2.145 serán expulsados del sistema y seguramente se irán del país", tuiteó el biólogo del Conicet y divulgador Fabricio Ballarini.

La web Infobae entrevistó el 4 de marzo pasado a algunos de los que hicieron las valijas y se fueron:

** María Inés Sotelo, bióloga, de 30 años, con unos 11 años de formación, que hace 4 años y medio que realiza en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA el doctorado en Ciencias Biológicas;

** Diego Kozlowski, graduado en la Licenciatura de Economía de la UBA con promedio 9.03, lo que le valió la mención honorífica Summa Cum Laude; y

** José Duhart (33), docente de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) son algunos de los “numerosos investigadores, profesionales y técnicos en los que el Estado depositó años de inversión pública están redefiniendo su futuro profesional frente al atraso salarial, la falta de oportunidades y los recortes en el área de Ciencia y Técnica”, según el artículo que firma Juan Piscetta.

A  todo esto se agregó el efecto devaluación en las remuneraciones: un investigador que hoy está en la carrera del CONICET, con 10 años de antigüedad, cobra menos de US$1.000, que es 4 veces menor a la vigente en el exterior.

El 82,7% de postulantes a acceder a la planta permanente del Conicet que quedaron afuera (2146) y aspiran a ingresar a la "carrera de investigador científico" son científicos con estudios de doctorado y posdoctorado. En general son becarios o ex becarios con proyectos de investigación avanzados en distintas áreas: ciencias exactas, biológicas, médicas, físicas y sociales, entre otras.

La población total de investigadores en Argentina ocupa apenas el 3 por 1.000 de la masa en condiciones de trabajar, si bien constituye el cimiento de la cuarta revolución industrial. Tenemos 4 veces menos per cápita que Alemania, 7 veces menos que Corea y 8 veces menos que Israel.

Y eso que desde 2003 a 2017 casi se había duplicado en Argentina se índice de investigadores y becarios, debido a que la inversión pública en I+D había ido pasando de 0,46 % al 0,69 % del PBI. 

Quedó de todos modos debajo de 26 países, incluyendo a Turquía (0,9%, aún con la crisis de la lira) y Brasil (1,3%).

Entre los más prolíficos, Corea del Sur, que con el 4,3% es el país que más invierte en I+D en el mundo. Detrás casi pegado viene Israel, 4,2%. Y un lote integrado por Japón, Finlandia, Suiza, Austria, Suecia, Dinamarca y Alemania no baja del 2,9%.

Desde noviembre de 2008 se aplicó en el país el Programa RAICES (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior), como "política de Estado" tendiente a vincular científicos locales e investigadores argentinos residentes en el exterior, de resultas del cual fueron repatriados más de 1320 científicos y la cartera nacional reunió una base de datos de más de 4500 investigadores y tecnólogos registrados.

Pero el nuevo gobierno relentizó esa dinámica reduciendo nuevos ingresos a la carrera de investigador científico del Conicet, que pasaron de 754 en 2015 a 385 en 2016 y 450 en 2017.

Se llega así a unos 82 mil censados actualmente, de los cuales Conicet, INTA, INTI, CNEA y otros organismos públicos albergan el 33%, unos 27 mil. Y las universidades venían absorbiendo en 2015 para I+D unos 18 mil a tiempo completo y otros 30 mil en forma periférica.  

Para este año, la inflación licuó a casi la mitad el presupuesto de CyT, y asimismo la esterilización de los desembolsos mensuales mediante el diferimiento en que Hacienda los integra reduce aún más su capacidad de compra. Es lo que la bióloga del concurso

“¿Quién quiere ser millonario?”, apuntaba y causó el revuelo de estos días. 

El ministro del Interior, Rogelio Frigerio, tomó la palabra en esta circunstancia para proponer a la sociedad un debate acerca de qué habría que gastar menos para que se puedan destinar más recursos a la CyT.

Aunque algo tardío y forzado, las agendas de campaña deberían incluirlo en el menú, ya que los inversores de alto valor agregado reparan en la calidad del conocimiento, la cantidad de doctores y de especialistas y de técnicos cuando estudian radicarse, lo mismo que analizan la infraestructura, el sistema impositivo, laboral, previsional. 

Vaca Muerta es el mejor ejemplo del déficit que arroja esta selección.

Fernando Stefani, vicerrector del Centro de Investigación en Bionanociencias (CIBION) del Conicet, lo explica claramente: “Para que la ciencia y la tecnología tengan un impacto económico se requiere incorporar las tecnologías existentes, el mayor grado posible de desarrollo local –vinculando proactivamente al sistema científico-tecnológico con empresas privadas o estatales– y la producción de innovaciones tecnológicas propias para mantener y aumentar la competitividad”.

Y el neurocientífico Facundo Manes, fundador del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro y de la Fundación Ineco, lo resume en una sola palabra: educación.

Propuestas como la del ex ministro Lino Barañao apuntan a poner el foco estatal en una o en más áreas, a las que tomaría como estratégicas, y convertirlas en política de Estado.

Luego financiarlas mientras maduran y crear empresas hasta que el país estuviera en condiciones de autoabastecerse para, posteriormente, exportar. 

Sería el caso de Israel y USA, que eligieron la Defensa como motor impulsor; Francia, con la energía nuclear; Corea y Singapur, la informática de punta; la Unión Soviética, en su momento, a la tecnología espacial. 

A ese apoyo se lo llama “ciencia básica”.

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