En la Guerra Fría que siguió a los '50, rigió una división internacional del trabajo que condicionaba a algunos países a ser productores de materias primas mientras reservaba a otros el desarrollo industrial. A la diferencia de valor agregado entre lo recaudado por la venta de los productos primarios y la dependencia de los manufacturados se la llamaba deterioro de los términos del intercambio. En los últimos 8 años se viene repitiendo la historia en el país. Una caída continua en la performance de las plantas fabriles en general, que en el último tramo de la Administración Macri se agudizó por el impacto de la asfixia crediticia y la merma en el consumo interno. Entre la recesión de Brasil, el cierre y la apertura de las importaciones y la liberación y el control del sistema cambiario le hicieron perder a la industria manufacturera casi un quinto del tamaño que tenía en 2011. Varias compañías grandes se adaptaron al estancamiento económico y al crecimiento bajo de todos estos años con un recorte en su estructura productiva y en la plantilla de personal, mientras 23 Pymes fabriles directamente bajaron las persianas. En el mismo lapso en que la industria retrocedió 20 puntos, el agro avanzó casi 7%, en el marco de un PBI que bajó 2%. El año pasado se batió el récord de 2 décadas a esta parte en fusiones y adquisiciones, un pasamanos de paquetes accionarios sin cambios estructurales dentro de las organizaciones. Campo es igual a dólares y mercado interno es igual a pesos. 2 monedas, 2 economías, 2 realidades bien distintas.