El rugir de los motores del avión C919 marca el despegue de una nueva era en la aviación comercial. China, con su característica determinación, ha ingresado en un mercado dominado históricamente por titanes occidentales. Este ambicioso proyecto, gestado durante más de una década, no solo representa un hito tecnológico para el gigante asiático, sino que también augura una transformación en el panorama aeronáutico global.
La Commercial Aviation Corporation China (COMAC), artífice de este éxito en ingeniería, ha logrado materializar el sueño de un avión de pasajeros "made in China". Sin embargo, esta etiqueta encierra una realidad más compleja. El C919, si bien concebido y ensamblado en suelo chino, es en realidad un mosaico de tecnología internacional. Sus "entrañas" contienen componentes franceses, estadounidenses, británicos y alemanes, evidenciando la intrincada red de dependencias que subyace en la industria aeronáutica moderna.
Esta amalgama de tecnologías no ha sido impedimento para que el C919 despierte el interés de las aerolíneas nacionales. Los pedidos se acumulan por cientos, superando las expectativas iniciales y obligando a COMAC a expandir sus instalaciones de producción. La construcción de una nueva planta en Shanghái, con sus impresionantes 330.000 metros cuadrados, es testimonio de la confianza depositada en este proyecto y de las ambiciones a largo plazo de China en el sector.
La trilogía aérea china
Pero el C919 es solo el primer paso en una estrategia más amplia. China, lejos de conformarse con un único modelo, apunta a desarrollar una tríada de aeronaves que le permitan competir en todos los segmentos del mercado. El siguiente en la lista es el C939, un avión de fuselaje ancho que busca desafiar a los gigantes de los vuelos de larga distancia, Airbus y Boeing.
Este plan, que inicialmente contaba con la colaboración rusa en el proyecto C929, ha debido adaptarse a las turbulencias geopolíticas. La invasión de Ucrania y las subsecuentes sanciones internacionales han dejado a China como único capitán de esta ambiciosa empresa. Lejos de acobardarse, Pekín ha redoblado sus esfuerzos, viendo en este revés una oportunidad para fortalecer su autonomía tecnológica.
En la actualidad, la industria aeronáutica occidental observa con una mezcla de admiración y preocupación el ascenso de este nuevo competidor. La pregunta que flota en el aire es si las potencias occidentales recurrirán a medidas proteccionistas similares a las impuestas en el sector automotriz. Ante este escenario, China se afana en desarrollar tecnologías críticas de forma local, desde trenes de aterrizaje hasta motores, buscando blindarse contra posibles sanciones futuras.
El éxito del C919 trasciende lo simplemente técnico o económico. Es un símbolo del creciente poderío tecnológico chino y de su aspiración a redefinir los equilibrios globales. La certificación por parte de la Agencia de Seguridad Aérea de la Unión Europea, aún pendiente, sería un respaldo crucial para las ambiciones internacionales del C919.
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