En la Guerra de Malvinas hubo un héroe inesperado: Tom, un perro que llegó a las islas de casualidad y terminó salvando vidas. Gracias a su instinto, alertaba ataques antes que los radares y daba ánimo a los soldados en los momentos más duros, convirtiéndose en un compañero inigualable cuya historia sigue emocionando a quienes la conocen.
UNA HISTORIA DE PELÍCULA
Tom, el perro héroe de Malvinas: Se coló en la guerra y anticipaba ataques enemigos
Tom fue un perro que llegó de polizón a Malvinas y salvó decenas de vidas alertando a los soldados argentinos. Por su lealtad se lo recuerda como todo veterano.
El perro que se coló en un camión y terminó salvando soldados
Todo arrancó en un cuartel de Junín, Buenos Aires, donde el Cabo Primero Omar Liborio estaba juntando camperas y equipo para partir al sur. Ahí apareció Tom, un perrito de la base que nadie sabía bien de dónde había salido. Lo cierto es que, cuando Liborio estaba apurado armando todo, el animal se le metió entre los pies y lo hizo tropezar. No una, ni dos, sino tres veces. Ya con bronca, el cabo lo agarró y le dijo: "Estás jodiendo, entonces venís con nosotros a Malvinas." Y así, sin quererlo, Tom se convirtió en el único perro civil en llegar a Malvinas.
Los soldados lo escondieron como pudieron, primero en mochilas, después entre camperas y hasta en un saco. Pasó por Santa Cruz y finalmente terminó en un Hércules rumbo a las islas. Una vez que llegó, se ganó el cariño de todos en la brigada antiaérea, pero no solo por ser simpático. Resulta que Tom tenía un talento especial: antes de que los radares o los soldados pudieran detectar a los aviones ingleses, él ya los había escuchado. Cada vez que venía un ataque, ladraba como loco y daba tiempo a los argentinos para prepararse.
Pero no solamente era un guardián. En el frío y la incertidumbre del combate, Tom también era un compañero. Cuando veía a algún soldado bajoneado, iba, se le sentaba al lado y hasta jugaba con él. Sabía lo que era estar en guerra y, a su manera, ayudaba a sobrellevar el miedo y la angustia. Hasta le hicieron un abrigo con gorros y bufandas para que pudiera soportar el frío.
El último ladrido de Tom y un recuerdo que no muere
El 13 de junio de 1982, un día antes de la rendición argentina, Tom volvió a hacer lo que mejor sabía: dar la alarma. Un Sea Harrier británico se acercaba demasiado bajo y él lo sintió antes que nadie. Ladró con fuerza, avisando a los soldados. Pero esta vez no hubo tiempo de reaccionar: una esquirla de granada lo alcanzó y lo mató en el acto.
Su despedida fue dura para los combatientes. Como pudieron, lo buscaron entre el humo y la pólvora, pero ya era tarde. Tom los miró por última vez, con esos ojos fieles que nunca los abandonaron, y se fue. No tuvo honores militares ni un lugar en los libros de historia, pero para los que estuvieron ahí, fue un compañero de guerra más.
Años después, en 2014, en Ascensión, General Arenales, se le hizo justicia con un monumento. Una estatua lo muestra sentado sobre una piedra, como si todavía estuviera vigilando. A su lado, un casco y una cruz recuerdan a los caídos. También hay una réplica en el Museo de Malvinas, para que nadie olvide su historia.
Tom no tenía uniforme ni rango, pero peleó como el mejor. No disparó un solo tiro, pero salvó vidas con sus ladridos. Y aunque ya no esté, sigue presente en la memoria de aquellos que lo vieron darlo todo en la guerra. Porque los héroes no siempre usan botas: a veces, tienen cuatro patas y una lealtad inquebrantable.
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