La Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde el año 2007, conmemora el 02/10, el Día Internacional de la No Violencia; fecha de nacimiento del abogado y político Mahatma Gandhi, pionero de la filosofía de pacifista, convirtiéndose en fuente de inspiración de los movimientos que luchan por instalar la cultura de la paz.
DÍA INTERNACIONAL DE LA NO VIOLENCIA
Luchar contra la violencia no basta, culturicemos la paz
Más movimientos no violentos que luchan por instalar la cultura de la paz, es una gran necesidad en una sociedad fascinada por la violencia.
No obstante ello, y sin desconocer la lucha de su precursor, la violencia parece crecer inexorablemente y no tener fin. Los historiadores comparan los datos de los siglos 19 y 20, en los que se evidencia un aumento de 19.4 millones de muertes en el primer siglo a 109.7 millones en el segundo. Según estudios del Instituto Historiográfico, la primera cifra corresponde al 1.65% de la población mundial en el siglo 19, mientras que la segunda corresponde al 4.35% de la población en el siglo 20.
Los guarismos recopilados en estas primeras dos décadas del siglo 21 son mucho más alarmantes. Eventos producidos por las guerras que actualmente se están librando; episodios de terrorismo a cargo de un individuo o de grupos; guerras de guerrilla; guerras civiles; actos violentos entre comunidades que comparten un mismo espacio geográfico, algunos inspirados en razones presentadas como religiosas, hasta acciones efectuadas en el seno del hogar, parecen dar por sentado que la violencia es una constante en la vida y la paz una utopía imposible de alcanzar.
En América Latina el asunto se complica grandemente, dado que nuestras culturas están íntimamente ligadas a creencias religiosas y otras tradiciones sociales y políticas que postulan una sociedad en paz (aunque tenemos la guerra civil que más tiempo lleva en curso en el planeta, en Colombia; y otra sociedad que festeja el Día de Muertos, México).
Distinto al mundo musulmán, en el que se habla abiertamente de una jihad que tiene como fin afirmar las creencias y las vivencias islámicas sin importar los costos, los pueblos occidentales han tratado de proceder de otra manera.
Por más de 500 años han organizado su vida a partir de los valores de los primeros pueblos –sin ignorar el hecho de que algunos de estos pueblos eran sumamente violentos– los principios cristianos recogidos en todas las denominaciones de dicha fe y los postulados de convivencia civil de muchas de las constituciones nacionales.
No obstante, los múltiples actos de violencia que se han dado a lo largo de los siglos ponen en tela de juicio la validez de tales principios religiosos, políticos y éticos que sirven de fundamento para que los pueblos den forma a su vida. Como reza un refrán popular: “Del dicho al hecho, hay un gran trecho”.
Abundan los reclamos en los que se pide –y hasta se exige– una acción concertada entre todos los estamentos sociales, a fin de responder eficazmente a la violencia nuestra de cada día y construir sociedades que vivan en paz.
Desde los escenarios públicos y privados en los que las personas construyen su vida y los pueblos escriben su historia, se clama por un proyecto, un plan o un programa que erradique, ataje o –al menos– morigere un fenómeno que da lugar a otros males sociales y que, a la misma vez, se alimenta de ellos.
Son múltiples las frases lapidarias que adjudican responsabilidad al Estado, las instituciones civiles y religiosas y a otros grupos sociales por los actos violentos perpetrados y por sus secuelas. Las reacciones privadas y públicas a los actos de violencia, muchas de ellas producto de una frustración colectiva, pronostican graves consecuencias, si no se hace nada o si meramente se repite lo hecho hasta el momento.
Una cultura en la que predomina la visión ellos versus nosotros, o al revés, propiciará estilos de comunicación y de comportamiento muchas veces confrontativos y en ocasiones generadores de mayor conflicto.
Dado que las personas participan de muchas culturas a la vez, es importante conocer lo específico de cada una de ellas para identificar lo que cada una aporta en el sentido de crecimiento y lo que quita o impide alcanzar. Promover el encuentro y el diálogo entre las diferentes culturas –una manera distinta de elaborar el pensamiento grupal– ayudará a vencer la ignorancia entre los grupos y a superar la distancia entre ellos.
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