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¿CUÁNDO IMPACTARÁ?

La ciencia, en guardia por una lluvia de estrellas con potencial peligroso

Dentro de poco, la Tierra podría recibir una lluvia de estrellas intensa, y la ciencia advierte que sus riesgos de impacto son inesperados y van en aumento.

Mientras muchos levantan la vista solo por la belleza de una lluvia de estrellas, la ciencia está atenta a algo mucho más concreto: una corriente de meteoros que podría cruzarse con la Tierra y traer riesgos subestimados. Lo que algunos llaman el enjambre resonante de las Tauridas podría volver en 2032 y 2036, y no solo para iluminar el cielo.

Ciencia detrás de la lluvia de estrellas: el riesgo coherente

Durante décadas, el cálculo de riesgo por impacto de asteroides se basó en una idea simple: todo es cuestión de azar y estadísticas. Cuanto más grande el cuerpo, más improbable el impacto, y viceversa. Pero el investigador Mark Boslough, junto con Peter G. Brown, retomó una teoría incómoda que cuestiona esa lógica: el "catastrofismo coherente", una propuesta que sugiere que algunos impactos podrían venir en "paquetes", ligados a enjambres de escombros que viajan juntos por el espacio.

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Los impactos de asteroides podrían no ser totalmente aleatorios, sino venir en enjambres sincronizados. El Tunguska y Chelyabinsk podrían formar parte de esta corriente de fragmentos del cometa Encke.

Los impactos de asteroides podrían no ser totalmente aleatorios, sino venir en enjambres sincronizados. El Tunguska y Chelyabinsk podrían formar parte de esta corriente de fragmentos del cometa Encke.

En este caso, el enjambre tiene nombre y apellido: las Táuridas, un grupo de fragmentos del cometa Encke, atrapado en una resonancia orbital con Júpiter. Según Boslough, esa configuración hace que los fragmentos crucen la órbita terrestre cada cierto tiempo, y eso aumenta la probabilidad de impactos medianos pero muy dañinos. "Si el enjambre existe, debemos buscarlo ahora", escriben los autores.

El asunto es que la historia les da algo de razón. En 1908, el famoso evento de Tunguska, que arrasó más de dos mil kilómetros cuadrados de bosque siberiano, podría haber sido provocado por uno de esos fragmentos. Lo mismo se sospecha del meteoro de Chelyabinsk de 2013, que explotó en la atmósfera con la fuerza de varias bombas nucleares. Son eventos raros, sí, pero no tanto si lo que ocurre no es por azar.

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Boslough y Brown publicaron su trabajo en Icarus, y aunque dentro de la comunidad astronómica hay mucho escepticismo, el paper tiene respaldo en datos de observaciones recientes. En 2015 y 2022, los telescopios Zwicky Transient Facility (ZTF) y el Canada-France-Hawaii Telescope intentaron detectar restos del enjambre, aunque con resultados ambiguos: no se encontraron objetos grandes, pero sí indicios de fragmentos de entre 30 y 100 metros, justo del tipo que puede causar un desastre local sin previo aviso.

Tiempos de riesgo: los meteoros que podrían cruzar la Tierra

Igualmente, lo que realmente le preocupa a la ciencia es el calendario. Según cálculos del astrónomo David Asher y su colega Victor Clube, la Tierra volverá a cruzar el centro de esa corriente en noviembre de 2032 y junio de 2036, dos momentos en que el riesgo sería más alto (si el enjambre existe). Para Boslough, estos cruces representan "las mejores oportunidades para detectar objetos peligrosos antes de que sea tarde".

Lo interesante es que los científicos no hablan de un impacto a escala mundial ni de una catástrofe, sino más bien de un tipo de riesgo mucho más silencioso y realista: un objeto de decenas de metros que explote en la atmósfera sobre una ciudad o una región poblada. El de Tunguska liberó entre 5 y 15 megatones de energía; el de Chelyabinsk, unos 0,5 megatones. Los dos habrían sido considerados improbables según los cálculos tradicionales. Sin embargo, ocurrieron.

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La Tierra cruzará el núcleo del enjambre las Táuridas en 2032 y 2036, lo cual aumenta el riesgo de impactos medianos. Detectarlos es complicado por su tamaño y baja reflectividad, por eso se necesitan campañas específicas.

La Tierra cruzará el núcleo del enjambre las Táuridas en 2032 y 2036, lo cual aumenta el riesgo de impactos medianos. Detectarlos es complicado por su tamaño y baja reflectividad, por eso se necesitan campañas específicas.

El problema, explican los autores, es que los telescopios actuales no pueden ver bien los objetos pequeños y oscuros, sobre todo si tienen una superficie como la de los fragmentos del cometa Encke, con bajo albedo y órbitas difíciles de rastrear. Por eso proponen que las próximas campañas (en 2026, 2029 y especialmente en 2032 y 2036) incluyan instrumentos infrarrojos como el NEO Surveyor, el nuevo observatorio espacial de la NASA.

Más allá de las cifras, el fondo del asunto es que los modelos actuales pueden estar subestimando los riesgos. Durante décadas se asumió que los impactos eran aleatorios, pero si existen corrientes como las Táuridas, la historia cambia. No se trata de paranoia, sino de ajustar la mirada a una realidad más compleja.

En palabras del propio Boslough, "la posibilidad de un riesgo coherente no debería ser ignorada solo porque suena incómoda". Dicho en criollo: no hace falta esperar una película de Hollywood para tomar en serio lo que está pasando allá arriba.

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