Deberíamos exigir como sociedad impedir que se hagan análisis de big data para montar las tramas de las películas. Arruinan absolutamente todo lo que tocan en pos de la tendencia y el beneficio económico, le quitan el alma a la filmación sin ninguna necesidad. Dicho esto, Netflix otra vez, usa su varita mágica para extender sin necesidad alguna una película que resultó ser una sorpresa cuando salió, pero cuya secuela es bastante olvidable: Glass Onion, un misterio de Knives Out.
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La trama anterior enseñaba a prestar atención a los detalles, a las narrativas de los personajes, si el espectador está agudo para reconocer estas cosas, el plot de esta segunda parte se resuelve en 25 minutos, tan rápido como el momento en que el detective Benoit Blanc arruina el fin de semana en una isla griega, para este grupo de amigos millonarios con poco contacto con la realidad.
Es alevoso y hasta descarado, haber tomado todo lo que gustó de la primera historia para luego inflarlo con una gran campaña de marketing, sumado al poco esfuerzo que todos los actores ponen para hacer avanzar la historia, que pareciera que Rian Johnson no hizo absolutamente nada en esta oportunidad, sólo tomarles el presente al elenco como si estuvieran en la escuela.
Un 30% de la película se sostiene mencionando a actores que no están allí, para hacer mofa de ellos a un nivel que roza el chiste interno hollywoodense, sobre todo con las parodias de los negocios paralelos de las estrellas. Y no, Jared Leto no ha patentado una kombucha con 9 grados de alcohol, no es más que un guiño sobre el estilo de vida saludablemente extremo que lleva y ese aire de hippie millonario raro que desprende el actor, que curiosamente intenta ser emulado por el personaje de Edward Norton.
Salvando Kathryn Hahn que aunque muestra más matices que sus compañeros de reparto, repite su personaje desquiciado de WandaVision, en el momento en el que interpretaba a Agatha Harkness, pero sin el CGI violeta y con más cara de trastornada.
Si a todo esto le sumamos un final insípido que reune todos los clichés que puede sobre los desenlaces, el resultado es un film sencillamente pedestre, lleno de estrellas de segunda que eligió un algoritmo, excepto por Daniel Craig, que sólo está allí para ser el hilo conductor entre la primera película y la segunda.
Netflix: Hasta cuándo van a seguir haciendo secuelas mediocres
Estamos de acuerdo que el mundo se desquició por una multiplicidad de factores, entre ellas, la posverdad, que permite que dos posturas diametralmente opuestas e irreconciliables sean válidas por los sujetos al mismo tiempo, aunque una de ellas o ambas carezcan de veracidad fáctica.
Traducido: Un hecho cualquiera lisa y llanamente es A, pero los sujetos la interpretan como B o C. Y discuten sobre eso, aunque la vista fáctica siga diciendo A, sin importar lo que se interprete. Esto es lo que le sucedió a la industria cinematográfica en general. Están obsesionados con la repercusión de una película, que se olvidan de producir una película de calidad en primer lugar.
Los ejecutivos están tan ocupados en querer responder las discusiones que darán a futuro sobre esa película, que no prestan ningún tipo de atención en absoluto a producir una película con un guion meramente interesante. Dicho sea en criollo, quieren estar en la misa y en la procesión, aún cuando la misa se celebra mañana y todavía tienen que caminar desde Morón hasta Luján.
Para Netflix es más importante responder si Benoit Blanc es gay, o si Birdie Jay es bisexual, que en decirle al director Rian Johnson que explote toda su creatividad para elaborar las escenas, o a cualquier estructura relacionada a la creación de un film en particular.
Si un tanque del streaming pone todas sus energías en responder a las audiencias en lugar de crear contenido para las audiencias, vamos a seguir obteniendo películas mediocres, que poco tienen de entretenidas y que tampoco sirven para una representación que valga la pena, sino todo lo contrario, contribuyen al capitalismo arcoíris del que la agenda queer tanto despotrica también.
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