LA PREGUNTA. Este trabajo parte de cierto sentimiento de frustración. Circunscribirlo a su problema específico obliga a dejar de lado cuestiones valiosas. La apabullante cantidad de fuentes disponibles sobre la violencia política en la Argentina de los ’70, obliga a quien desee aproximarse a ella, a una tarea de edición que siempre resulta ingrata.
MATRIMONIO DE CONVENIENCIA ENTRE MONTONEROS Y EL GENERAL
¿Ellos fueron Peronistas?
El tema no tiene final y seguirá mucho tiempo entre rencores y reproches. No sólo fue muy traumático sino que abundó la mentira y más tarde la hipocresía. Además, la verdad a veces es dolorosa, insoportable para algunos. Urgente24 comparte plenamente las observaciones del trabajo académico que preparó el autor: "(...) Lo que Montoneros no parece comprender es que Perón aclara que esa violencia debía cesar tan pronto el objetivo político se cumpliera. La voluntad de Montoneros de insistir con la guerra integral llevará al posterior pedido de Perón de exterminar a esos mismos jóvenes que antes había enviado a que mataran en su nombre. Lo hizo a través de un decreto secreto que firmó en abril de 1974, recientemente desclasificado, en el que acusa a la “subversión armada” de “atacar la democracia pluripartidista” y pidió que se la enfrentara. Esa medida se complementó con otra posterior, en la que su viuda Isabel Perón ordenó el aniquilamiento de las organizaciones armadas. (...)". Pero también es cierto que otros ofrecen relatos distintos.
Flotan en la academia ciertos preconceptos referidos al peronismo revolucionario. El primero es que no sólo Juan Domingo Perón utilizó desde el exilio a la organización Montoneros para retomar el poder, sino que ésta también utilizó a Perón para cumplir con sus propias metas. El segundo comentario señala que, desde su particular configuración, la guerrilla peronista era, en esencia, eso: peronista. Debo coincidir con el primer punto, pero me permitiré disentir con el segundo.
De acuerdo con la lectura que puedo hacer del copioso material disponible, el utilitarismo de la relación Perón-Montoneros infiere un juego de mutua conveniencia. Juego que, hasta cierto punto, sirvió a ambas partes. Y que, finalmente, en su ruptura, desencadenó la peor tragedia que conoció la Argentina contemporánea, con las ominosas consecuencias de desapariciones, muertes, dictadura y genocidio que todos conocemos.
Más allá de la constante puesta en escena que planteó la dirigencia terrorista en cuanto a su supuesta pertenencia al movimiento justicialista –aun tras la muerte de su líder- la agenda de Montoneros fue muy diferente de la que planteaba Perón. Un trabajo de Hugo Vezzetti sobre violencia revolucionaria deja expuesta esta enorme distancia ideológica que existía no sólo entre la cúpula guerrillera y el General, sino también la enorme grieta que los líderes de Montoneros tenían con los peronistas históricos y con los propios militantes de base de la organización, la mayoría de los cuales se sentía, efectivamente, peronista.
No pretendo resolver este intríngulis en unos pocos párrafos, ya que el tema merece desarrollos mucho más profundos y de largo aliento. Mucho menos, cuando todos los actores interactuaron (y quienes quedaron, aún lo siguen haciendo) dentro de la más absoluta ambigüedad. No soy tan ingenuo, ni tan pretencioso. En todo caso, en las líneas que siguen me limitaré a plantear la pregunta, y a brindar algunos elementos que en principio justifican formularla.
Metodológicamente, el sostén teórico en mi análisis de las fuentes es el (excelente) libro de Vezzetti, “Sobre la violencia revolucionaria – Memorias y olvidos”. La intención es pasar, a través de ese tamiz, a los principales textos de literatura revolucionaria citados al final del artículo. Claro que, para confrontar esos textos con la duda primaria sobre la supuesta falsedad ideológica de Montoneros, necesito utilizar como fuentes primarias adicionales los testimonios directos de otros actores.
La palabra del General Perón resulta clave en este sentido, porque permite establecer los contrastes entre quien se consideraba 'Conductor del Movimiento Justicialista', y su brazo armado. Los testimonios de un ex montonero crítico como Héctor Ricardo Leis, o de una lúcida ex miembro de la Conadep como Graciela Fernández Meijide –quien lleva en su piel la llaga de la desaparición de su hijo Pablo-, ayudan a apuntalar las afirmaciones de Vezzetti.
Estos testimonios sirven también para ofrecer un contraste al material de propaganda que descubrimos en “Evita Montonera”, la revista oficial de Montoneros; en “El Peronista”, publicación de las agrupaciones del peronismo revolucionario; y en la serie de documentos del libro “De la guerrilla peronista al gobierno popular” compilados por Roberto Baschetti, que revelan diversas tomas de posición de Montoneros ante sus militantes.
He consultado también algunas fuentes secundarias que me ayudaron en el análisis, como algunos testimonios de la antología reunida en los cinco tomos de “La Voluntad”, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós; las investigaciones “Volver a Matar” y “El Escarmiento”, de Juan Bautista Yofre; y “Operación Traviata”, de Ceferino Reato. El texto de Fernández Meijide, “Eran Humanos, no héroes”, me ayudó a entender el proceso guerrillero a nivel continental. Estos libros me aportaron en pasajes breves un mejor entendimiento sobre la ofensiva revolucionaria de los setenta. Evité tomar de esas fuentes conceptualizaciones teóricas –me limito para eso al texto de Vezzetti- pero sí me permití tomar algunos testimonios directos.
De todas estas fuentes subrayé cientos de párrafos y tracé entre ellos variopintas líneas de relaciones. La tentación de ir más allá es enorme. La necesidad de ajustarme al tema me obliga a descartar la mayoría de los testimonios–de allí la frustración de la que hablaba al principio- para sujetarme a la cuestión central: ¿Eran peronistas los Montoneros? Espero que los párrafos que siguen nos ayuden a aproximar lecturas posibles sobre la cuestión.
DIVERGENCIAS. Conviene comenzar desde los extremos. Veamos: “Nuestra concepción de poder nos muestra el único camino posible para liberarnos y construir la sociedad sin explotadores: la organización de todo el pueblo que, con la hegemonía de la clase trabajadora, ejerce el poder a través de los organismos de masas, sus agrupaciones, su ejército popular, su Frente de Liberación Nacional. Para ejercer el poder popular hay que construirlo en la guerra integral” (Evita Montonera, 1975, pág. 24). El house organ de Montoneros expresaba así una idea que no parece asimilarse a la que sigue en el siguiente párrafo.
“Agentes del desorden son los que pretenden impedir la consolidación de un orden impuesto por la revolución en paz que propugnamos y aceptamos la mayoría de los argentinos. Agentes del caos son los que tratan inútilmente de fomentar la violencia como alternativa a nuestro irrevocable propósito de alcanzar en paz el desarrollo propio y la integración latinoamericana, únicas metas para evitar que el año 2000 nos encuentre sometidos a cualquier imperialismo (…) Superaremos esta violencia, sea cual fuere su origen. Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados” (Perón en Yofre, 2010, pág. 364). Con ese discurso ante la Asamblea Legislativa, pronunciado el 1 de mayo de 1974, el presidente Juan Domingo Perón marca la cancha a las organizaciones armadas que jaquean su gobierno. Ocurre en el día que expulsa a los Montoneros de la Plaza de Mayo.
A simple vista, salta la diferencia abismal entre “guerra integral” y “revolución en paz”. Sin embargo, resulta confuso llamar “agentes del desorden” a cuadros militantes que buscan, tal como ellos mismos afirman, organizarse para conseguir sus fines. Entonces, ¿será que la forma de organización, o, para mejor decir, “la concepción del poder” que manejaba Montoneros no se parecía ni un poquito a la que defendía Perón?
Omito dar una clase sobre el rol del Conductor en la doctrina peronista, que puede verse en los Cuadernos de Conducción Política del primer peronismo (Perón, 2006, págs. 26-29) o en la película “Actualización Política y Doctrinaria Para la Toma del Poder”, de Pino Solanas y Octavio Getino (Actualización Doctrinaria, 1971, minuto 42:21), cuando Perón afirma que conducir no es mandar, sino persuadir “sin forzar los acontecimientos”.
Esta definición de Perón no suena muy compatible con la guerra integral permanente que postula la organización. “Montoneros conduce ese conjunto, organizando a los sectores populares de mayor conciencia para una guerra integral contra la dependencia y por el socialismo” (Evita Montonera, 1975, pág. 13). Según esta idea de corte maoísta, el sujeto del liderazgo es la organización, y no el conductor (Vezzetti, 2009, pag. 104).
Claro que el suspicaz puede decir que Montoneros publica esto en 1975, con Perón ya muerto, y que el líder que muestra un modelo de gestión más conciliatorio (si lo miramos con indulgencia), lo hace en 1974. Es verdad. Pero quien lee habitualmente sabe que el idioma guerrillero interpretó históricamente siempre la misma partitura.
LA CARA DE DIOS. Hugo Vezzetti encuentra en la violencia política la savia que alimenta a las organizaciones guerrilleras. Hasta encuentra connotaciones eróticas a la atracción que la lucha armada ejerce sobre los combatientes (Vezzetti, 2009, págs. 131 y ss.). El fallecido profesor universitario y ex montonero Héctor Ricardo Leis, interlocutor de Graciela Fernández Meijide en el documental “El Diálogo”, de Carolina Azzi y Ricardo Racioppi, habla de la seducción que ejerce la violencia (El Diálogo, minuto 17) y de la pulsión irresistible de matar (minuto 24:30). De hecho, Vezzetti cita a Rodolfo Galimberti, uno de los principales dirigentes de Montoneros, quien califica a la guerra como “un acto de amor” (Vezzetti, 2009, pág. 133).
De hecho, para Montoneros el método revolucionario es la organización militar, y la guerra es política. “La guerra es política y es en sí misma una acción política. No ha habido jamás desde los tiempos antiguos, ninguna guerra que no tuviese un carácter político (…) La guerra es la continuación de la política por otros medios (…) Las luchas políticas de los pueblos se desarrollan según sus niveles de conciencia política. La guerra es la forma más alta de la lucha política…” (Baschetti, 1995, pág. 260).
Si la violencia es la forma más alta de la praxis política, el culto al heroísmo y el sacrificio (temas en los que no entraré para no dispersar la discusión), se destacan en “Crónica de la Resistencia”, sección informativa de la revista de Montoneros. Estas páginas detallan la evolución de los conflictos gremiales y relatan en tono épico las acciones de las organizaciones subversivas, tanto de Montoneros como de las no peronistas, como el Ejército Revolucionario del Pueblo (Evita Montonera, 1975, págs. 28-31).
En esa misma publicación se rinde culto a los combatientes caídos: “(El oficial primero Fred Ernst, Freddy, el Mormón) fue un compañero con gran capacidad de trabajo, y muy claro política e ideológicamente. Su aptitud para el mando su enorme capacidad militar, lo transforman en uno de los motores principales del nacimiento de Montoneros en la provincia de Santa Fe” (Evita Montonera, 1975, pág. 27).
Dice Vezzetti: “Un rasgo característico de los héroes, que los diferencia de los hombres comunes y corrientes, es que la muerte no les sobreviene sino que la buscan y la eligen. En la gesta revolucionaria, si la consigna ‘vencer o morir’ es tomada como una disyuntiva absoluta, ¿qué queda para los que ni vencieron ni murieron?” (Vezzetti, 2009, pág. 143).
Obsérvese en “Evita Montonera” que el militante caído recibe trato de soldado: Cuando se hace su obituario no sólo se informan sus alias, sino también su grado militar dentro de la organización (Vezzetti, 2009, pág. 95).
En esto encontramos otra diferencia sustancial con Perón: El combatiente revolucionario desprecia y “se desclasa” de su familia de origen para emerger como un hombre nuevo y cumplir con su destino revolucionario (otro tema que vamos a soslayar). Este nuevo hombre encuentra su identidad en su lealtad a la organización. Es una maquinaria de matar, no un hijo que debe respetar a su familia y a su padre, como el que idealiza el constitucionalista Arturo Sampay en los años del primer peronismo, cuando destaca el rol de la familia peronista como base de sustentación social (Sampay, 1999, pág. 165).
La carta que el montonero Ricardo Sapag escribe a su padre, Felipe Sapag, tras ejecutar a un brigadier, habla por sí sola respecto del corte con su antigua vida: “Quedan también expresadas mis diferencias con las políticas que lleva adelante usted papá, como gobernador de la provincia de Neuquén. (…) Usted gobierna en representación de otros intereses, los de los grandes propietarios (…) Yo tengo una gran pena porque esta crisis ha llegado a nuestra familia, tengo una gran pena porque usted, papá, lo quiera o no, está gobernando con los enemigos del pueblo” (Evita Montonera, 1975, pág. 32).
DECÁLOGO. ¿De dónde viene semejante efervescencia ideológica? ¿De las 10 verdades peronistas?
Si bien el autor de “Sobre la violencia revolucionaria” afirma que el discurso político más influyente en la nueva representación de la guerrilla nació en el seno del peronismo (Vezzetti, 2009, pág. 71), a través de la opinión del intelectual peronista Sergio Caletti, identifica al vanguardismo guerrillero de Montoneros como una “ensalada ideológica” que abreva en las ideas del foquismo de la izquierda revolucionaria, sostenida en el cánon marxista ortodoxo (Vezzetti, 2009, pág. 87).
En un documento interno de 1971, Montoneros define para sus militantes los objetivos revolucionarios de la organización, ligados a “la liberación nacional y la construcción nacional del socialismo, en el marco de la liberación latinoamericana y del Tercer Mundo: La realización de la Patria Libre, Justa y Soberana –las tres banderas peronistas- sólo es posible con la construcción del socialismo, que es el sistema que permite la socialización de los medios de producción, tanto del capital financiero como el industrial, como la tierra y como todos aquellos bienes de producción, partiendo de una dirección y planificación estatal de la economía” (Baschetti, 1995, págs. 249-250).
Más adelante, Caletti afirma que esa “vanguardia guerrillera” pensaba que Estado y política se reducen a un problema de aparatos, y por ende, se los focaliza en la fuerza militar. Este concepto (la utilización indiscriminada y constante de la violencia) es, precisamente, la negación misma de la política. Fernández Meijide reconoce que, al militarizarse, Montoneros dejó toda la práctica política en manos de Perón (El Diálogo, minuto 15:50).
¿Qué eran los Montoneros para Perón? Ya vimos qué significaba para ellos “ser peronista”. Pero, ¿qué significaba ser peronista para Perón? ¿Y qué significaba Perón, en verdad, para la cúpula de Montoneros?
“Peronista para mí, como Conductor del Movimiento, es todo aquel que cumple con la ideología y la doctrina peronista. Por otra parte, nosotros hemos aclarado bien en el Movimiento que hay un Decálogo que establece las diez condiciones que debe llenar un hombre para ser y poderse sentir peronista” (Actualización Doctrinaria, 1971, minuto 17:30).
¿Qué principios establece el Decálogo Peronista? Veamos:
1. Cada argentino debe conocer el plan de Gobierno, difundirlo y ser su propagandista. Solamente la firme voluntad y la unidad de acción social total del pueblo argentino pueden realizarlo.
2. La dirección estará en manos capaces del gobierno, de los técnicos y de las fuerzas económicas, pero la ejecución estará bajo la responsabilidad de los trabajadores argentinos, cuya honradez y nobleza no pueden ser desconocidas.
3. La Patria espera un esfuerzo de cada uno de sus hijos para llevar el país adelante y mantener el dinámico ritmo de marcha.
4. Cada argentino que trabaja es un piñón de este enorme engranaje. Es menester, producir, producir, producir.
5. La clase trabajadora será el artífice de estas magníficas creaciones. Cualquier paralización va en contra del Plan. Es menester vigilar a los perturbadores.
6. La atemperación de las pasiones y la pacificación de los espíritus crearán el clima para el estudio sereno y la realización de la obra, de estimular la riqueza y la grandeza de la Patria.
7. Es menester entender que por sobre toda bandería, por sobre toda ambición personal, está el interés colectivo del pueblo de la Nación.
8. La colaboración y la cooperación de todos perfeccionan la obra común. Es menester trabajar hermanados en el espíritu, en la inteligencia y en las realizaciones prácticas.
9. Cada argentino tiene el deber de velar en su puesto por el cumplimiento del Plan. El sabotaje es traición a la Patria y la indolencia es incurría culpable y deben ser castigados por el pueblo mismo.
10. Que cada argentino persuadido ponga su voluntad para ser lo suficientemente patriota y honrado a fin de cumplir este decálogo, en beneficio de todos y de la Patria.
No discutiré estos puntos, porque no es materia de este trabajo. Pero sí me detendré en algunos conceptos. Por ejemplo, la idea de que cada miembro del Movimiento debe ser un propagandista y parte activa del engranaje del plan de Gobierno, en especial la clase trabajadora (puntos 1 a 5). El foquismo guerrillero podría asegurar que defiende ese principio: “Evita Montonera” alecciona a los militantes sobre las estrategias para hacer propaganda (Evita Montonera, 1975, pags. 7 y 8). Pero igualar propaganda peronista a propaganda guerrillera, en términos de la Ciencia Política, implicaría un auténtico estiramiento del concepto de “Propaganda”, porque no significan lo mismo.
Ahora bien, otras ideas del Decálogo que Perón escribió para sus seguidores son como trompazos contra la guerrilla revolucionaria. Cuando se lee que es menester para un peronista “vigilar a los perturbadores” (punto 5), la situación seguramente comienza a ponerse espesa para combatientes que proponen “cuanto peor, mejor”. Ni que hablar cuando, en el punto 6, el Decálogo recomienda “la atemperación de las pasiones y la pacificación de los espíritus”.
O cuando, en el punto 8, se llama al trabajo colaborativo de todos en función del bien común. O, en el 9, se llama “traidor a la Patria” a quien haga sabotaje del plan peronista.
En este punto, un Montonero podría argumentar que él coincide con eliminar a los traidores que atenten contra el movimiento de liberación nacional, por usar su propia terminología. Como veremos al final del artículo, el problema es saber qué se entiende por traidor. O aparece cuando nos preguntamos quién define el plan nacional que hay que defender.
ADOCTRINAMIENTO. Perón no tiene dudas al respecto. Desde Puerta de Hierro adoctrina a la Resistencia Peronista con el objetivo de lograr, a través del movimiento orgánico, su retorno al país y al poder. Se define a sí mismo como el Padre Eterno que tiene el deber de conducir a la masa “Urbi et Orbi” para guiar a todos los peronistas, cualquiera sea su lugar en el Movimiento, para que obtengan la bendición de alcanzar los objetivos comunes, pero también desviarlos de aquellos objetivos sospechosos que persiguen intereses parciales (Actualización Doctrinaria, 1971, minuto 30).
¿Cómo seduce Perón a los Montoneros, si acaso esto es posible? No cuesta imaginarlo, cuando plantea desarrollar el proyecto orgánico a través del trasvasamiento generacional (minuto 99).
También cuando plantea la reactualización doctrinaria para llevar las tres banderas históricas de la Tercera Posición (Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política) al nuevo escenario del Tercer Mundo (minuto 102:30). Pero, sobre todo, cuando se refiere a la construcción de un Socialismo Nacional (minuto 105).
Muy consciente de las expectativas que sus palabras despiertan en sus interlocutores revolucionarios, Perón promete que, desaparecida su conducción, aparecerá otra que podrá ser representada por un hombre, o incluso, por una organización (minuto 120). Los hechos posteriores lo desmienten: Su orden de aniquilamiento desprecia cualquier idea de legado hacia las organizaciones armadas.
No obstante, la zanahoria que Perón ofrece a los deslumbrados realizadores de Cine Liberación es la misma que antes llevó a los líderes de las organizaciones guerrilleras a subirse a la causa peronista, sin renunciar a los objetivos que abrazaban: “La toma del poder por el pueblo para lograr la liberación nacional y la construcción nacional del socialismo en el marco de la liberación latinoamericana” (Baschetti, 1995, pág. 262).
Un ejército popular guerrillero destruirá en el proceso al ejército convencional, al que considera ejército de ocupación del imperialismo, “a través de una guerra revolucionaria total, nacional y prolongada” (Baschetti, 1995, pág. 262).
Dice Leis: “Cuando Perón lanzó la consigna del Socialismo Nacional, nosotros quedamos convencidos de que él, finalmente, había tomado partido. Cualquier parecido con el nacional socialismo no lo registramos: se registró después. El problema es que la izquierda siempre supo que Perón era una carta magistral para jugar, pero no confiable. Era mafioso. Fruto de esa conversión, que pasaba por una idealización, recuerdo que yo pensé que era el mayor genio político del siglo XX. (…) Lo que no percibí es que él, en esta jugada, nos puso a nosotros como una carta más, para jugarnos ” (El Diálogo, minuto 12:19).
LIDERAZGOS. Perón afirma que las masas valen por la clase de dirigentes que tienen (Actualización Doctrinaria, 1971, minuto 39:40), y distingue entre dirigentes de conducción y dirigentes de encuadramiento. Los primeros se encargan de la conducción estratégica, y los segundos de la ejecución de la lucha táctica. La unidad de concepción pertenece al comando estratégico, mientras que la unidad de acción pertenece a TODOS los comandos de la lucha táctica (minuto 40).
Obviamente, Perón se reserva para sí el arte de conducir, y adjudica la lucha táctica a cada una de las fuerzas que integran el peronismo, siendo el rol del peronismo revolucionario el de la lucha armada. Pero el líder Justicialista adjudica igual valor a los sindicalistas o a los dirigentes políticos del Movimiento (minuto 52:20).
Hay, en este sentido, un escenario de lucha política, y en paralelo, otro de acción violenta. No es necesario que expliquemos que Perón alienta tanto el recurso de la guerra táctica, como el de la negociación pacífica. El objetivo es alcanzar la normalización institucional, que lleve al levantamiento de su proscripción política. Y llama a profundizar la violencia armada siempre que fracase el dispositivo negociador (minuto 67).
Lo que Montoneros no parece comprender es que Perón aclara que esa violencia debía cesar tan pronto el objetivo político se cumpliera. La voluntad de Montoneros de insistir con la guerra integral llevará al posterior pedido de Perón de exterminar a esos mismos jóvenes que antes había enviado a que mataran en su nombre. Lo hizo a través de un decreto secreto que firmó en abril de 1974, recientemente desclasificado, en el que acusa a la “subversión armada” de “atacar la democracia pluripartidista” y pidió que se la enfrentara. Esa medida se complementó con otra posterior, en la que su viuda, Isabel Perón, ordenó el aniquilamiento de las organizaciones armadas.
Cuando el líder justicialista filmó la película de Solanas y Getino (1971), Montoneros ya había ganado notoriedad pública, tras matar al dirigente cegetista Augusto Timoteo Vandor (30 de junio de 1969) y al dictador Juan Carlos Aramburu (1 de junio de 1970). El líder no era inocente y tuvo responsabilidad histórica: sabía que aquella “juventud maravillosa” tenía un enfrentamiento insalvable con la derecha peronista y que iría, literalmente, por todo. Eso no le impidió recomendarle que persiguiera al enemigo “sin dejarle levantar cabeza" (Actualización Doctrinaria, 1971, minuto 64). Y que a los amigos había que darles todo, pero “a los enemigos, ni justicia” (minuto 32:45). Esta persecución del enemigo, sin tregua ni compasión, se ve en “Camote”, un cómic del órgano montonero que relata la acción asesina de un combatiente (Evita Montonera, 1975, pags. 9-10).
TRANSICIONES. Queda claro el fin utilitario que Montoneros tenía para Perón. ¿Qué significaba Perón para Montoneros? “El general Perón tiene, como líder, dos características fundamentales: Su relación directa con las masas, que es una relación de identidad que no necesita de mediación alguna. Y ser la única autoridad sobre el conjunto del Movimiento, aun sobre los traidores, que están ligados a esa autoridad por una razón de dependencia derivada de la relación de identidad de Perón con las masas” (Baschetti, 1995, pág. 258).
Lo que sigue es más inquietante: “Por otro lado, Perón tiene una limitación fundamental: su distanciamiento físico de la Patria y de su pueblo. Es decir, su condición de exiliado ” (Baschetti, 1995, pág. 259). Esto Montoneros lo dice en 1971. Pero en 1974, Perón ya está de regreso y preside el país; la mirada guerrillera cambia.
“Desde la cúpula del Gobierno, de las '62 y del Movimiento, el vandorismo abordó la tarea de aislar a Perón de su pueblo; destruir las formas organizativas que permitieron su regreso al país; impedir que la presencia de las masas movilizadas consolidara lo que tanto había costado lograr; imponer su control burocrático sobre las estructuras políticas y sindicales que se atrevieran a disentir con su proyecto” (El Peronista, 1974, pág. 115).
Leis ofrece una visión candorosa de la decepción montonera hacia el líder peronista: “La conducción de Montoneros era muy pobre intelectualmente, y tenía muy poca, casi ninguna, capacidad para entender la realidad. Después de embarcarse en el cuento del tío que les montó Perón, cuando ven que no es lo que esperaban, no entienden nada y dicen que seguramente Perón debía estar mal informado. Yo creo que no fue una maniobra táctica, ellos estaban creyendo eso ” (El Diálogo, minuto 13:49).
Pocos días antes de aquel lapidario discurso del General el día del trabajador de 1974, las organizaciones del peronismo revolucionario revelaban a través de un documento sus propios objetivos históricos: “Un proyecto de liberación cuyo instrumento necesario es un Estado Popular donde participe decisivamente la clase trabajadora a partir de las estructuras que se dio en sus luchas, y no de aquellas otras que la dictadura instrumentó para negociar esas luchas. Aparatos burocráticos, sectas reaccionarias, hombres que habían pactado con los monopolios, con las patronales, con las cúpulas militares, no podían estructurar ese Estado porque sus intereses son contradictorios con los del pueblo peronista ” (El Peronista, 1974, pág. 112).
Las invectivas se dirigían directamente a las organizaciones del peronismo tradicional, la llamada derecha peronista, y particularmente hacia la CGT, a la que Montoneros consideraba traidora, pactista y entreguista, negociadora de un “peronismo sin Perón ”, y no un colectivo de compañeros que habían participado de la Resistencia Peronista después al derrocamiento de Perón en el ’55. Las publicaciones montoneras dedican miles de páginas a denostar al sindicalismo peronista, su gran antagonista político.
Mientras pudo, la organización se mostró como el brazo armado del pueblo. “Detrás nuestro no hay ningún cerebro maquiavélico como pretende el gorilaje, ningún general oportunista, ninguna potencia extranjera, detrás nuestro sólo puede estar el pueblo y el general Perón ” (Baschetti, 1995, pág. 101).
Claro que Montoneros jamás calculó que el pueblo peronista al que quiso ganar en su época (y no lo logró) se conformaba, esencialmente, de obreros sindicalizados en la poderosa CGT. Y, como dice el general en la película Actualización Doctrinaria, “en política, donde está el ambiente dirigente es donde hay problemas, porque en la masa no hay ningún problema” (Actualización Doctrinaria, 1971, minuto 30). La lealtad de la gente es hacia Perón. Y el líder, pese a azuzar la combatividad guerrillera, salvo contados casos personales siempre mantuvo su apoyo hacia sus cuadros históricos.
AMIGO/ENEMIGO. “La acumulación de fuerzas que el general Perón realiza en sus contactos con los políticos del frente y de la oposición, es insuficiente para equilibrar la preeminencia de la élite vandorista y de sus aliados en el gobierno, los ministros Otero, López Rega y Llambí, porque está ausente la movilización y la organización popular que la respalde. (…) El contorno político que rodea al general Perón no favorece la acumulación de poder para la liberación. Sin poder el fracaso es inevitable. Las FF.AA. que durante 18 años ejecutaron la política del enemigo principal, el imperialismo norteamericano, asisten calladas a este triste espectáculo aguardando su desenlace” (El Peronista, 1974, página 118). Las organizaciones revolucionarias se cargan, en un solo párrafo, al líder, a los políticos justicialistas, al sindicalismo peronista y a las fuerzas armadas.
Perón sentencia en 1971: “Cuando aparece un hombre de nuestro movimiento que lucha contra otro hombre de nuestro movimiento, puede ser lo que dice Mao: Que se haya pasado al bando contrario. (…) El justicialismo creó un apotegma que dice que para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista. Entonces, ¿cómo puede ser posible que un señor que está en la misma lucha, esté luchando contra otro peronista cuando tiene un enemigo enfrente contra el que debe naturalmente luchar? El movimiento tiene enemigos de afuera y enemigos de adentro: quien no lucha contra el enemigo y por la causa del pueblo, es un traidor; quien lucha contra el enemigo y por la causa del pueblo, es un compañero; y quien lucha contra un compañero, es un enemigo o un traidor” (Actualización Doctrinaria, 1971, minuto 27:12). Su versión de traidor, huelga aclararlo, es inversamente proporcional a la que maneja Montoneros.
Quizás por eso, el 20 de enero de 1974, el día posterior a un atentado con víctimas que cometió el ERP en el Cuartel de Azul, Perón dijo en un mensaje al país: “El aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos los que anhelamos una Patria justa, libre y soberana, lo que nos obliga perentoriamente a movilizarnos en su defensa y empeñarnos decididamente en la lucha a que dé lugar. Sin ello ni la Reconstrucción Nacional ni la Liberación serán posibles ” (Perón,20/1/74, en adjunto).
En los días subsiguientes a este atentado, Perón fuerza en el Congreso la modificación del Código Penal para reprimir estas acciones y llama “organizaciones terroristas ” a “ una banda de asaltantes que invoca cuestiones ideológicas para cometer un crimen”. Como bien analiza Vezzetti, “Perón hacía más que respaldar a la derecha de su movimiento, sobre todo a las dirigencias sindicales, y tomarse revancha por el asesinato de Rucci: imponía un nuevo relato sobre la violencia revolucionaria” (Vezzetti, 2009, pág. 72).
Las cartas estaban echadas. Aunque algunos, en su carrera demencial, no lo pudieron ver. Ni entonces, ni posteriormente. “El rodrigazo y la derrota de López Rega por las movilizaciones obreras de junio y julio deja a los traidores sin proyecto unificado. Los militares, entonces, comienzan a ocupar paulatinamente el espacio abandonado por los traidores. El justicialismo oficial vive desde hace seis meses en un proceso de descomposición que no puede frenar.” (Evita Montonera, 1975, pág. 2). La ceguera avanzaba. Los Montoneros nunca entendieron. O no quisieron entender.
¿Montoneros fue, entonces, una organización guerrillera de izquierda –de las muchas que hubo en América Latina bajo la influencia de Castro y del Che-, que encontró su vía de inserción en la Argentina utilizando al peronismo como Caballo de Troya? ¿O sus miembros fueron instrumentos de la ambición desmedida de un caudillo sin escrúpulos que los utilizó a su arbitrio, para luego desecharlos? Como podemos ver, hay algo de todo aquello en lo acontecido. La respuesta, como dije, no es simple. Se escribió mucho sobre este dilema, que merece seguir siendo explorado.
El resto, es la historia (tristemente) conocida.
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Bibliografía:
> Fuentes primarias
Hugo Vezzetti, Sobre la violencia revolucionaria – Memorias y olvidos (Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2009).
Evita Montonera – Revista oficial de Montoneros. Año 1, número 10 (Buenos Aires, diciembre 1975).
El peronista – Lucha por la liberación. Año 1, número 1. (Buenos Aires, 19 de abril de 1974).
Roberto Baschetti (compilador), De la guerrilla peronista al gobierno popular – Documentos 1970-1973 (Buenos Aires, Editorial de la Campana, 1995).
Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino, Actualización Política y Doctrinaria Para la Toma del Poder. Largometraje. Madrid, 1971. Link: https://www.youtube.com/watch?v=K5qj3y9D1EM&feature=youtu.be
Carolina Azzi y Ricardo Racioppi, El Diálogo – Graciela Fernández Meijide y Héctor Ricardo Leis. Video documental, Florianópolis, 2014. Link: https://www.youtube.com/watch?v=VW2LyirejlE&feature=share
Juan Domingo Perón, Mensaje dirigido al país el 20 de enero de 1974 sobre aniquilamiento de organizaciones subversivas (adjunto).
Decretos secretos 1302/74 y 993/75 sobre represión a organizaciones terroristas (adjuntos).
Decálogo del Peronista. En: Cuadernos para la militancia Nro. 2 – Jóvenes del Pueblo (adjunto).
> Fuentes Secundarias
Graciela Fernández Meijide, Eran humanos, no héroes – Crítica de la violencia política de los 70 (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2013).
Juan Bautista Yofre, Volver a matar – Los archivos ocultos de la “Cámara del Terror” (1971-1973) (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2009).
Juan Bautista Yofre, El escarmiento – La ofensiva de Perón contra Cámpora y los Montoneros, 1973-1974 (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2010).
Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La voluntad – Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina. Edición definitiva, tomos 1 a 5 (Buenos Aires, Booklet, 2009).
Ceferino Reato, Operación Traviata - ¿Quién mató a Rucci? La verdadera historia (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008).
Arturo Sampay, La constitución democrática (Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1999).
Juan Domingo Perón, Conducción Política (Buenos Aires, Instituto Nacional Juan Domingo Perón, 2006).