En la oscuridad de la noche y en los terrenos de la ultratumba en los cementerios de Inglaterra, bandas de malhechores profanaban tumbas como un negocio, tomando al azar a los recientes muertos en descomposición, una labor que debía soportar el olor fétido y lo macabro de abrir bóvedas y ataúdes. Estos profanadores negociaban con respetados médicos y cirujanos, a quienes les vendían los cuerpos para prácticas médicas y disecciones.
EN INGLATERRA
Profanadores de tumbas del cementerio y negocio con muertos en el siglo XIX
Cuando robar cadáveres y profanar tumbas en Inglaterra era un negocio. Entre el siglo XVIII y XIX había bandas que se dedicaban a ello y vendían las partes de los cuepos a cirujanos para disecciones.
A mediados del siglo XVIII, la disección de los cuerpos y el examen sobre los muertos permitía a los médicos aprender sobre las dolencias físicas y las estructuras internas de los humanos, sobre todo para llevar a cabo las primeras cirugías sin anestesia, lo que más tarde convertiría al cadáver en uno de los productos más valiosos para los cirujanos y sus aprendices.
Al principio, los cirujanos usufructuaron cadáveres de aquellos que habían sido condenados a muerte en los patíbulos, con el claro visto bueno de las autoridades, y a estos post mortem le realizaron disecciones en los llamados “teatros anatómicos”, una especie de humillación final que era legitimada contra el criminal.
Ladrones saqueando una tumba. (iStock)
Pero la cantidad de cuerpos de criminales no alcanzaba para satisfacer a todas las colegiaturas amateurs de médicos, por tanto los mismos aprendices de cirujanos empezaron a ir a los cementerios de manera ilegal, profanaron tumbas y tomaron los cuerpos en descomposición de sujetos con identidades y lápidas, a quienes diseccionaron y estudiaron al servicio de la medicina.
El inconveniente es que si eran descubiertos se exponían a represalias por parte de los familiares, al repudio de la sociedad y al castigo de las autoridades que los consideraban un sacrilegio.
Frente a ello, ante el temor de ser descubiertos y perder la reputación, los cirujanos y su aprendices buscaron a un intermediario que, de una manera discreta, le suministrara el número requerido de cadáveres, lo que dio origen a las bandas de los llamados “resurreccionistas”.
"Los resurreccionistas", el oficio de ser un profanador de tumbas
Los "resurreccionistas" eran los legítimos profanadores de tumbas de Inglaterra, entre el siglo XVIII y XIX, quienes trabajaban bajo las sombras para los cirujanos, y que eran en su mayoría sepultureros relacionados con camposantos o porteros de los establecimientos médicos con problemas económicos o simplemente malhechores que se unieron al ellos porque lo vieron como un negocio rentable.
Pronto, estos profanadores de tumbas al servicio de los cirujanos tomaron el control del mercado de cadáveres, más aún en el siglo XIX, en pleno avance de la medicina que demandaba cuerpos para ser examinados y estudiados bajo el ojo clínico.
Los "resurreccionistas" empezaron a desarrollar un modus operandi que les permitió no se descubiertos por las autoridades: se escabullían en los cementerios durante la noche, en medio de la penumbra, y desplegaban sus robos en la temporada octubre a mayo, coincidiendo con el período en que se enseñaba anatomía humana en las escuelas privadas y hospitales universitarios, al mismo tiempo que en la época de menor calor para evitar la aceleración del proceso descomposición de los cuerpos.
Un grupo de ladrones de tumbas roban un cuerpo para venderlo a algún anatomista. Grabado. | Foto: Chris Hellier / AGE Fotostock
Al empezar la temporada de profanación de las tumbas, los resurreccionistas se dirigían directamente a las salas de disección y a las colegiaturas para tomar los pedidos y negociar los precios, los cuales variaban dependiendo del tamaño y peso. Por ejemplo, en 1827, el cuerpo de un adulto (hombre o mujer) podía alcanzar una media de cuatro libras y cuatro chelines (en esas fechas, el salario mensual de un obrero textil no llegaba a las tres libras).
Luego de acordar la venta, un miembro de la banda, haciéndose pasar por viudo o viuda que visitaba la tumba de un ser querido, marcaba la ubicación de las tumbas recientes. Después de la investigación de campo, la banda de profanadores irrumpía por la noche en los cementerios, desenterraban a los muertos y los desnudaban antes de meterlos en una cesta o cofre que posteriormente colocaban en un carro tirado por caballos.
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