Leopoldo Lugones fue un escritor brillante, apasionado y lleno de contradicciones, que empezó como un joven rebelde y terminó defendiendo con uñas y dientes el orden conservador. Su vida, intensa y trágica, marcó con tanta profundidad la literatura argentina que el 13 de junio, día de su nacimiento, se celebra el Día del Escritor en su honor.
GENIO, LOCO Y ALMA EN PENA
La loca vida de Leopoldo Lugones: El escritor que pasó de anarquista a conservador
Leopoldo Lugones fue un escritor brillante y muy polémico, con un final trágico. El 13 de junio, su nacimiento, se celebra el Día del Escritor en Argentina.
Cuando Lugones era zurdo y le escribía al caos
Todo arrancó en Villa de María del Río Seco, un pueblito polvoriento del norte de Córdoba, a pocos kilómetros de Santiago del Estero. Ahí nació Leopoldo Antonio Lugones el 13 de junio de 1874, en una casita humilde que hoy es museo. Su padre, Santiago, era profesor; su madre, Custodia, una católica de las de antes. De chico la familia se mudó a Ojo de Agua, en Santiago, y después terminaron instalados en Córdoba capital.
Lo mandaron al Colegio Monserrat, donde vivió con su abuela Rosario y empezó a mostrar que no era un pibe común. Escribía, leía como loco y tenía ideas que hacían ruido. A los 20 armó una revistita anarquista, El Pensamiento Libre, que seguro le sacó canas verdes a su mamá. Después fundó con José Ingenieros el diario socialista La Montaña y ya de entrada lo llamaban "un muchacho de lírico sentimiento y palabra demoledora".
En 1896 se casó con Juana Agudelo y se fue a Buenos Aires con una carta de recomendación que lo definía como "liberal rojo". Acá empezó la parte más agitada de su vida: publicaba en La Vanguardia, luego en La Tribuna, fundó el centro socialista de Córdoba, y coqueteaba con el ocultismo. En 1906 sacó Las Fuerzas Extrañas, donde hablaba de ciencia y magia.
Pero además de la política, también era trabajador. Fue empleado del Correo, inspector de escuelas, y en 1915 lo nombraron director de la Biblioteca Nacional de Maestros, donde se quedó hasta el final. Viajó por Europa, escribió un montón de libros (de poesía, ensayo, historia), y se volvió un nombre pesado en la cultura argentina. Incluso se hizo masón en 1899 y bancó públicamente a Roca y a Quintana, lo que le costó la expulsión del Partido Socialista.
Amores prohibidos, traiciones y whisky con cianuro
Con el tiempo, su pensamiento viró fuerte. El tipo que arrancó como revolucionario terminó bancando al Ejército, la jerarquía, el orden. En las "Conferencias Patrióticas" de 1923 en el Teatro Coliseo, organizadas por la Liga Patriótica, se despachó con frases picantes: habló de "limpiar el país" de delincuentes y de "extranjeros perniciosos". Lo fulminaron de todos lados pero a él poco le importó. En 1924 ganó el Premio Nacional de Literatura, y en 1928 fundó la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Para entonces, su vida personal era un caos. Tenía más enemigos que amigos, estaba separado de su esposa y se había enamorado perdidamente de Emilia Cadelago, una chica de 20 que fue a buscar un ejemplar de Lunario Sentimental a la Biblioteca del Maestro. Se lo regaló dedicado y arrancó un romance clandestino que lo rejuveneció. Le escribía poesías en francés, inglés y español, y la llamaba "Aglaura".
Pero su hijo, Leopoldo "Polo" Lugones, metido en la política del régimen de Uriburu, no se lo bancó. Tenía muy mala fama: había sido acusado de abusos en el Reformatorio de Olivera, y después fue comisario inspector de la Policía, donde usó por primera vez la picana eléctrica. Un personaje oscuro, que se ganó el apodo de "el torturador Lugones".
Un día, Polo se presentó en la casa de los Cadelago y, con grabaciones telefónicas en mano, les exigió que terminaran con el romance y amenazó con declarar insano a su padre. Emilia desapareció. Lugones quedó hecho pedazos. Le escribió: "Ayer mientras iba del Círculo a La Fronda, ¡tenía tanto deseo de verte! Me parecía a cada instante que serías una de todas; y todas eran feas, vulgares, tontas, cursis. Y la primavera se quedó triste sin su golondrina".
En febrero de 1938, sin consuelo, tomó el tren a Tigre, se bajó en la estación fluvial y fue hasta El Tropezón, un recreo con habitaciones. Pidió una fresca, la número 9. Llevaba encima una botella de whisky, una jarra de agua… y cianuro. A la hora de la cena no respondió. Cuando abrieron la puerta, lo encontraron sin vida.
Dejó cartas para su esposa y para Polo, y una nota final donde pedía no ser recordado: "Que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos."
Tenía 63 años. Lo velaron en contra de su voluntad en Recoleta. Fueron pocos. Hoy, el 13 de junio, su fecha de nacimiento es el Día del Escritor. Un homenaje a un tipo brillante, intenso, complejo… y profundamente humano.
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