GASTO PÚBLICO

De CFK a MM: La Gran Adicción Argentina

La presión tributaria resulta increíblemente elevada en la Argentina, cuya economía es muy onerosa y obliga a deformaciones e improductividades importantes con tal de asegurar un margen de rentabilidad apropiado. Nada indica que la presión tributaria será reducida sino todo lo contrario: el más reciente debate impositivo (impuesto a la renta financiera a pagar por los extranjeros) tan sólo fue postergado/diferido. ¿Cuál es el motivo? Sin duda, el gasto público, la gran deformación argentina, una adicción antes que una necesidad, que provoca grandes frustraciones colectivas no importa quién sera el/la Presidente de la Nación a cargo porque es mucho más profundo que el parecer de un gobernante, y motiva el siguiente análisis:

CIUDAD DE BUENOS AIRES (InC.) La prédica de políticos y economistas de los diferentes partidos instaló hace tiempo en la sociedad la idea de que el desequilibrio fiscal obedecía a los llamados subsidios económicos —dirigidos a empresas— y a que los recursos son insuficientes por la elevada porción de economía informal.

> La postura de que el déficit fiscal obedecía a los subsidios a empresas está entroncada en la idea de que hay una parte de las erogaciones que conforman el llamado gasto social, que debiera ser intocable.

> Por ello, los subsidios económicos eran candidatos ideales para cargar con la culpa del desequilibrio porque —supuestamente— derivaban fondos públicos hacia empresas privadas, con fines de lucro y sin propósitos sociales.

> Los candidatos, y economistas de sus respectivos equipos, explicaban a los votantes que el déficit podía ser eliminado recortando exclusivamente esos subsidios.

Hoy los subsidios económicos tienden a desaparecer y, sin embargo, el déficit no ha hecho más que crecer. La razón es sencilla: los subsidios económicos equivalían en su apogeo a 3% del PBI, mucho menos que el desequilibrio que arrastran las cuentas públicas.

> Lo que ha estado errado es la misma concepción de partida. No hay tal diferencia entre gasto social y otro que no lo es por la sencilla razón que todo el gasto es social. No hay porción alguna de gasto en que su eliminación no afecte a gente que se beneficia de él directa o indirectamente.

> Los beneficiarios indirectos de los subsidios económicos eran millones de clientes de las empresas de energía y de transporte, que sufrieron y siguen sufriendo el golpe a los bolsillos que significó el final —por supuesto, necesario— de esa subvención.

> Esto significa, en última instancia, que no hay modo de poner fin a la exhuberancia del gasto sin incomodar en alguna medida a quienes son beneficiarios directos o indirectos de cada partida de gasto.

Otro sofisma es la idea de que si toda la economía se formalizara, no habría desequilibrio.

> En primer lugar no hay razón para asumir que, si se ensanchara el universo de contribuyentes efectivos, no aumentaría también la apetencia por gastar. De hecho, los últimos 25 años así lo confirman.

> Por otro lado, se pierde de vista que eliminar la economía informal sería incluso contraproducente.

> La existencia de la economía informal no es casual ni es simple resultado de una vocación por no pagar.

> Tiene, más bien, directa relación con los niveles de carga fiscal, costo y productividad argentinos.

Para ser concretos: a estos niveles de presión impositiva una multitud de actividades lícitas que componen la economía informal, si se formalizaran, se volverían literalmente inviables. Llegado ese punto, la actividad económica colapsaría; y con ella, el Estado.

> La adicción por gastar el dinero de los contribuyentes y el crónico desequilibrio fiscal constituyen el corazón de todos nuestros problemas (inflación, recesión, endeudamiento, atraso cambiario, etc); su solución requiere, necesariamente, abordar la integralidad del presupuesto estatal.

> No queda hoy renglón de gasto que no esté desbordado y que no deba ser puesto en caja.

Para lograr una mejora real y sostenible debe encararse una reformulación del Estado, su estructura y la forma en que gasta, poniendo límites claros a la capacidad de aplicar impuestos.

> La metástasis estructural es la que llevó el gasto ordinario a escalar alturas nunca vistas.

> Y es el grueso del gasto ordinario el que resulta, precisamente, más inflexible a la baja y que tiene una tendencia natural a su crecimiento vegetativo.

Las erogaciones que presentan mayor flexibilidad para ser recortadas componen apenas una quinta parte del gasto total; entre ellas se cuentan las obras de infraestructura y equipamiento, renglones muy atrasados que necesitan más bien crecer.

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