Steve Bannon (Stephen Kevin Bannon) nunca entendió por qué Donald Trump prefirió a sus hijos -que se quejaban de él- y fue expulsado de la Casa Blanca. Mucho menos entendió por qué motivo Trump no lo consultó para la campaña electoral ni después. Y se encuentra muy enojado con Elon Musk porque, según Bannon, el empresario nacido en Sudáfrica licúa el nacionalismo del Presidente. Otros afirman que sólo es envidia. En cualquier caso, él encendió la mecha de la bomba contra Musk sin entender que los jóvenes que votaron por Trump detestan el olor a naftalina de los republicanos convencionales. El complot, al parecer, prospera.
VERSIÓN DE 'THE HILL'
Donald Trump no es Batman ni Elon Musk es Robin: Avanza el complot para distanciarlos
La fantasía de los republicanos nacionalistas ya la expresó Steve Bannon: expulsar a Elon Musk de la sombra de Donald Trump. Dicen que prospera el complot.
John Mac Ghlionn es colaborador de varios medios de comunicación acerca de temas sociales y psicológicos, desde un enfoque conservador. Mac Ghlionn coincide con Bannon: "America First" y por eso cuestiona las licencias que decide tomarse Trump al respecto. Por ejemplo, al columnista le molestó que el Presidente se interesara por la app china TikTok, que nació financiada por estadounidenses que aún controlan parte de su capital. Ignorante de esas cuestiones, Mac Ghilionn, al igual que Bannon, es básico.
En varias oportunidades él publicó en The Hill. Ahora lo hizo otra vez, con el título "El romance entre Trump y Musk se está desintegrando y podría destruir a Estados Unidos". Interesante la lectura para entender por dónde va la conspiracion desde la derecha contra Musk. Más previsible es el sueño destructor del wokismo. Veamos:
Elon Musk
"Fue un matrimonio hecho en el cielo... hasta que dejó de serlo.
El presidente Trump y Elon Musk, 2 titanes del ego, se unieron ante las cámaras por el “bien mayor”. Pero, tal como todos los cuentos de hadas, este no duró. La luna de miel ya terminó, oficialmente.
Apenas Trump había anunciado su proyecto de infraestructura de inteligencia artificial, Stargate, cuando Musk, su llamado “primer amigo”, asumió el papel de cónyuge descontento.
El lanzamiento de la Casa Blanca, en el que participan SoftBank, OpenAI y Oracle, prometía un salto de medio billón de dólares hacia la supremacía de la IA. "En realidad no tienen el dinero", dijo Musk en X , su tribuna personal. "SoftBank tiene menos de US$ 10.000 millones asegurados. Lo sé de buena fuente".
El rápido cambio de Musk de aliado a adversario envía una señal clara: Trump necesita cortar lazos, antes de que el bromance lo arrastre a él y posiblemente a la nación.
Lo que inicialmente podría haber parecido una alineación estratégica —un magnate tecnológico multimillonario y un líder político grandilocuente unidos para dar forma al futuro de USA— fue, en realidad, una bomba de tiempo.
Musk y Trump no son Batman y Robin. Son 2 Batman, cada uno con su propio deseo inquebrantable de dominar los focos, la narrativa y los elogios. La mezcla explosiva de sus egos, sumada a su insaciable necesidad de adoración pública, está destinada a terminar en una implosión ardiente.
Silicon Valley
La reciente burla pública de Musk a la iniciativa de inteligencia artificial de Trump no es solo una burla menor, es una declaración de independencia. Para Trump, quien exige lealtad y reverencia absolutas, esto equivale a una traición. Pero Musk nunca ha sido de los que se quedan atrás, y Trump nunca ha sido de los que comparten el escenario. Su alianza nunca se basó en el respeto mutuo. Más bien, fue una transacción de conveniencia, impulsada por la utilidad mutua.
Musk tenía el dinero, la influencia y el peso en el mundo tecnológico para ayudar a amplificar la campaña de reelección de Trump, presentándose como un visionario dispuesto a apostar por un comodín populista. Trump, a su vez, tenía el premio mayor: las llaves del Reino.
Para Musk, esas claves abrieron una oportunidad sin precedentes de generosidad federal: contratos por miles de millones de dólares, destinados directamente a impulsar sus empresas a nuevas alturas. SpaceX podría consolidar su dominio en la carrera por las estrellas con financiación a largo plazo de la NASA y el Departamento de Defensa. Tesla podría asegurar su lugar como columna vertebral de la infraestructura energética del país, con dólares federales subsidiando proyectos en expansión vinculados a redes de energía renovable.
El recién anunciado proyecto de infraestructura de inteligencia artificial, Stargate, representó otra mina de oro, con Musk listo para posicionarse como el arquitecto del futuro tecnológico de Estados Unidos.
Para Trump, el apoyo de Musk fue un golpe estratégico. El respaldo de Musk le dio un aire de sofisticación de Silicon Valley a la Administración Trump, creando un puente poco común entre el populismo y la élite tecnológica. Fue lujuria, no amor: un quid pro quo de alto riesgo impulsado por la ambición, no por la lealtad.
Además, y este es un punto crítico, el tradicionalismo de Trump se opone directamente a la visión de Musk de un futuro impulsado por la tecnología. Musk se imagina a sí mismo como un Prometeo moderno, que entrega el fuego de la innovación a la humanidad: vehículos eléctricos para revolucionar el transporte, planes para colonizar Marte como respaldo para la civilización y avances en inteligencia artificial para reconfigurar las industrias. Su visión del mundo es la de un progreso incesante, un futuro libre de las restricciones del pasado.
Malos augurios
Trump, en cambio, encarna un arquetipo diferente de poder. Su atractivo se basa en el populismo, la nostalgia y la promesa de devolver a Estados Unidos una era pasada de fuerza y simplicidad, una época en la que la industria rugía, las fronteras estaban fortificadas y los valores tradicionales definían el carácter de la nación.
Trump quiere que Detroit vuelva a ser grande. Musk quiere convertirla en una plataforma de lanzamiento para Marte.
Estas ideologías en conflicto siempre estuvieron destinadas a chocar. El tecnoutopismo de Musk deja poco espacio para la visión de Trump de un resurgimiento arraigado y orientado a la tradición.
Esto no terminará bien.
Cuando los multimillonarios se pelean, las repercusiones rara vez se limitan a sus disputas personales.
Tanto Musk como Trump tienen una enorme influencia y moldean industrias enteras, ideologías políticas y movimientos culturales. Un enfrentamiento público entre estas 2 potencias corre el riesgo de exacerbar las divisiones sociales existentes y estancar el progreso en áreas cruciales de innovación y políticas.
Ya tuvimos un adelanto de este choque durante la controversia de la visa H-1B, donde el pedido de Musk de ampliar el talento tecnológico chocó frontalmente con el férreo proteccionismo de MAGA .
Ahora les pido que imaginen esta tensión en toda su extensión.
La legión de futuristas expertos en tecnología de Musk, que lo aclaman como un Tony Stark moderno, se enfrentó a los tradicionalistas leales de Trump, que lo ven como el guardián de los valores estadounidenses. Un cisma de ese tipo no sólo profundizaría las fracturas ideológicas, sino que también correría el riesgo de convertir los debates culturales y políticos en campos de batalla arraigados, paralizando la colaboración.
Los 2 hombres representan dos fuerzas en competencia que están dando forma al siglo XXI.
Cuando las búsquedas personales superan a la colaboración, el precio lo paga todo el mundo. Trump haría bien en cortar lazos con Musk ahora, antes de que sea demasiado tarde.
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