ENSEÑANZAS DE LA 2DA. GUERRA MUNDIAL

Cómo se construyen mitos: El caso de las SS de Hitler

Interesante la construcción de mitos. El famoso 'relato K' fue el desarrollo de una construcción de mitos. A menudo hay una brecha entre el mito y la realidad pero si es un mito exitoso, en especial si lo construye quien gana, el mito tiene posibilidades de imponerse a la verdad. Hay ocasiones en que el mito trasciende a su época (Eva Duarte de Perón, por ejemplo). De eso trata el trabajo de Jean Lopez y Olivier Wieviorka (El Ateneo), trabajando sobre un caso concreto de la historia reciente: la 2da. Guerra Mundial, abundante en historias interpretadas, reinterpretadas y hasta tergiversadas. El mito se construye durante el conflicto pero también luego del momento bélico. Un caso interesante que abordan los autores en su "Los Mitos de la Segunda Guerra Mundial" es el de las Schutzstaffel (‘Escuadras de Defensa’ o ‘Escuadras de Protección’), más conocidas como las SS, una organización militar, policial, política, penitenciaria y de seguridad en la Alemania del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán(Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei). Fundadas en 1925 como guardia personal del líder Adolf Hitler, con SS Julius Schreck como jefe; más tarde, lideradas por Heinrich Himmler, uno de ideólogos de la 'Solución Final', pasaron de pequeña formación paramilitar a una de las más poderosas organizaciones dentro del 3er. Reich. Las Waffen-SS fue el ala combatiente, las Allgemeine-SS, el ala política. Las SS tenían su propio rango militar, diferente de los de la Wehrmacht. Sus propias insignias y uniformes (diseñados y producidos por Hugo Boss. Se les otorgó autoridad sobre el Sicherheitsdienst o SD, servicio de inteligencia; y la GEheime STAats POlizei, la Gestapo, la policía secreta. Las Einsatzgruppen (unidades de ataque móvil) asesinaron a muchos civiles no combatientes en los territorios ocupados por Alemania. Las SS fueron las responsables del mantenimiento y funcionamiento de los campos de concentración y de los campos de exterminio. En el libro "Los Mitos de la 2da. Guerra Mundial", Jean López y Olivier Wieviorka abordaron el tema.

por JEAN LOPEZ y OLIVIER WIEVIORKA

Entre los cuerpos militares de élite, la Waffen-SS ocupa sin duda un lugar importante, en el que se mezclan la fascinación y el aspecto demoníaco. La idea generalmente difundida es que el fanatismo llevó a los soldados SS tanto a despreciar el peligro en los campos de batalla, como a tratar despiadadamente a sus adversarios, en el frente o en los territorios ocupados. Esta idea no es nueva. Ya se había instalado en la población alemana al finalizar el primer invierno de la guerra en el este. En síntesis, ese enfoque se cristalizó durante décadas en el postulado de que el elitismo militar y la criminalidad eran, en el caso de los soldados SS, las dos caras de un mismo fanatismo bélico. De este modo, se privilegiaba alguna de las dos perspectivas, según la inclinación de los autores, que casi siempre pasaban por alto lo que no concordaba con sus propias opiniones. Para los apologistas del hecho de armas y de la valentía militar, el fenómeno, perceptible en Francia desde los años setenta (en particular a través de los libros de Jean Mabire), no perdió actualidad. No hay más que ver ñas revistas de historia que inundan los kioscos en la actualidad. Casi todos los meses, se dedica una tapa, un artículo y hasta un número especial a la organización SS en general, o a su brazo militarizado (la Waffen-SS) en particular.

Sin pretender agotar el tema en pocas páginas, y más allá de los comentarios forzosamente generales sobre una organización armada que vio pasar por sus filas a unas 800.000 personas, diversos aspectos permiten dar una idea más exacta del valor profesional de las tropas de la Waffen-SS durante el conflicto. Porque, para definir el elitismo militar, hay que hablar de la capacidad de un cuerpo de tropas para cumplir su misión con rapidez y eficacia, es decir, con el mínimo de pérdidas. Sin embargo, como veremos, a esa definición hay que agregarle una dimensión incuestionablemente menos objetiva: el análisis de sus hombres, en este caso, profundamente condicionados por la propaganda.

El elitismo, valor supremo de la SS

El culto de la SS por el elitismo formaba parte de su ideología. Cualquiera fuera el campo de acción de la SS, siempre quería tener su monopolio o, por lo menos, ser su vanguardia. Esta ambición, reivindicada por Heinrich Himmler, se basaba, en primer lugar, en la convicción de encarnar una superioridad racial que aparecía como la madre de todas las virtudes de la Orden Negra (como se llamaba a sí misma la SS). Esta superioridad estaba garantizada por una selección racial de los candidatos según criterios médicos de altura, de apariencia física y de ascendencia, así como por una serie de reglas de vida que incluían no solo a los militantes SS, sino también a sus esposas. El autoproclamado elitismo de la SS se basaba, además en su certeza de encarnar la ideología nacionalsocialista más pura y de ser entonces el órgano ejecutivo más confiable al servicio del régimen y de su jefe, Adolf Hitler. En ese sentido, la destrucción del ala revolucionaria del Partido Nacionalista Obrero Alemán (NSDAP) al 30 de junio de 1934 constituyó un acto fundador: haber sido capaz, en nombre de la fidelidad a Hitler, de ser el instrumento de la purga y ejecutar a “camaradas del Partido” sería invocado por Himmler en octubre 1943 para demostrar que llegaría hasta el final en la eliminación de los judíos.

Por eso, cuando en los años treinta la SS mostro ambiciones en el ámbito militar (hasta ese momento estrictamente reservado al ejército), lo hizo con la voluntad de ser la mejor. Como el rey Midas que transformaba en oro todo lo que tocaba, la SS pretendía transformar a todos sus militantes en soldados. No se trataba de convertirlos en militares cuya única misión era hacer la guerra, sino en soldados políticos, impulsados por su ideología, que combatieran permanentemente en su nombre, con o sin armas.

Nivel de instrucción militar en vísperas del conflicto

Recordemos ante todo algunas verdades elementales. El combate en el terreno solo da lugar a la valentía en proporciones limitadas, y en todo caso, muy inferiores a las representaciones que nos ofrecen generalmente las películas de guerra. En efecto, el valor profesional de una tropa militar se basa, en primer lugar, en la competencia técnica; saber utilizar las armas y los materiales a su disposición; y la táctica; saber, en cada nivel jerárquico, desplegarse en el terreno en función de la misión y desarrollar la cooperación interarmas. A esta base de competencias se agregan las capacidades individuales de resistencia frente a las privaciones; sed, hambre, falta de sueño; o las condiciones climáticas desfavorables; frío, calor, intemperie; otros factores de orden moral podían considerarse fundamentales en los soldados; fidelidad a los jefes, espíritu de cuerpo, adhesión a la misión, etc.; pero sería inútil pensar que el aspecto moral pudiera pelear las deficiencias técnicas y tácticas ya mencionadas.

¿Cuál fue el valor profesional de las tropas SS durante la Segunda Guerra Mundial? Sin duda, varió en casi seis años de conflicto y sin duda también, al principio fue débil. Las unidades armadas SS eran una mezcla de destacamentos paramilitares creados a partir de 1933 y de formaciones de guardias de campos de concentración, y al comenzar la guerra, contaba con alrededor de 25.000 soldados activos. Era una fuerza paramilitar sin tradiciones, de modo que tenía que inventar todo desde el comienzo. Hay que decir que lo hizo mal, empezando por la formación militar que les ofreció a las primeras promociones de alumnos oficiales SS (1138 oficiales salieron de las SS-Junkerschulen antes de la guerra). Estos últimos fueron formados, en general, por ex suboficiales con pocos medios y aún menos competencia y tiempo. De manera reveladora, la instrucción de los alumnos oficiales SS se desplegó por entre diez y dieciséis meses antes de la guerra, en vez de los veinticuatro que recibía el ejército de tierra (el Heer).

Entre los candidatos había una multitud de individuos mediocres o desclasados, a quienes la SS les ofrecía una posibilidad de promoción social. Casi la mitad de los alumnos de esas primeras promociones habían sido declarados no aptos por el ejército de tierra para convertirse en oficiales: esto desmiente lo que dijeron más tarde muchos apologistas y ex generales SS. Los oficiales superiores SS tampoco daban el ejemplo: entre otras cosas, varios de ellos fueron amonestados por el inspector de las tropas SS por no presentarse a un ejercicio táctico que él había ordenado. A esto se agregó la centralización tardía de la instrucción, recién a partir de 1937, que creo disparidades entre unidades SS en función del valor de su comandante.

La Waffen-SS en el trance de la guerra

A pesar de una manifiesta falta de valor profesional, las primeras campañas victoriosas de la guerra les permitieron a las unidades SS desempeñar su papel. Frente a adversarios que los superaban en número o impulsados por una brillante estrategia, las tropas SS triunfaron, sin duda, procediendo con audacia. Las derrotas puntuales no lograron disminuir la voluntad de esas tropas de pertenecer a la elite. Las represalias contra los civiles y los militares capturados los ayudaron a borrar los fracasos. Entre otras cosas, ejecutaron a un centenar de prisioneros británicos en Wormhout, en mayo de 1940, tras un sangriento ataque que los soldados SS llevaron a cabo al grito de “Heil Hitler”, y sin apoyo de armas pesadas.

Esta falta de profesionalismo fue duramente sancionada al comenzar la guerra en el este. Cuando la campaña empezó a prolongarse, estos comportamientos temerarios ya no fueron posibles. Cinco meses después de la puesta en marcha de la operación Barbarroja, la cantidad de soldados SS muertos en el este se elevaba a 10.403, es decir al 9% de los efectivos de campaña SS del comienzo de la operación… y una tasa de mortalidad dos veces superior a la del ejército de tierra. Aunque no hicieron ninguna autocritica ante esta sangría, los comandantes de unidad SS buscaron soluciones paliativas. La primera de ellas consistió en reconsiderar la instrucción de los reclutas, imponiéndoles un entrenamiento lo más parecido posible a las situaciones que enfrentarían más tarde. En este sentido, el ex comandante de las formaciones de guardias de campos de concentración, Theodor Eicke, sentó las bases de la instrucción impartida en todas las unidades SS a partir de fines de año 1941. Por lo demás, los soldados SS habían aprendido mucho de los soldados del Ejército Rojo, como lo atestiguan los comentarios de los comandantes de unidades de la división Das Reich sobre su experiencia en 1942. Los soldados SS carecían, en efecto, de una institución exhaustiva en aspectos fundamentales del combate de infantería: lucha en la selva o de noche, capacidad de camuflarse y atrincherarse rápidamente manteniendo una estricta disciplina de fuego. Sobre todo, no debían “ya realizarse ataques en manada, como eran habituales en las campañas anteriores, e incluso al principio de la campaña rusa”.

La adquisición de tanques y el aumento del poder de fuego constituyeron un segundo componente para tratar de limitar las pérdidas ocasionadas por las deficiencias profesionales de la tropa. Contrariamente a las prácticas en vigor en las instituciones militares tradicionales, las unidades SS hicieron toda clase de maniobras, desde el invierno de 1941 hasta el verano de 1942, para que las convirtieran en divisiones blindadas. Pasando por encima de las escalas jerárquicas, actuando a veces a espaldas de Himmler, los comandantes SS pusieron en juego su influencia y el prestigio trabajosamente adquirido por sus unidades para lograr sus fines.

Esta conversión a unidades blindadas les permitió a las unidades SS más antiguas disponer de un poder de fuego superior, pero generó otras dificultades, esta vez de orden táctico. Para manejar masas de tanques en el combate, los jefes SS debieron pagar su experiencia con pérdidas que habrían sido evitables. En el primer enfrentamiento del cuerpo de ejército blindado SS en Járkov, en febrero-marzo de 1943, tuvieron que sabotear unos 30 Panzer de la división Das Reich para que no cayeran intactos en manos de los soviéticos. Y cuando el comandante de un batallón de infantería mecanizada fue nombrado mano del regimiento blindado de la Leibstandarte SS Adolf Hitler en noviembre de 1943, el efecto fue desastroso: el potencial de la unidad quedó reducido en un mes al cuarto de sus Panzer, y el general de la división se vio obligado a detener un ataque frontal que se estaba convirtiendo en un desastre. El propio comandante del cuerpo de ejército blindado SS deploró, al final de la batalla de Járkov, que se prefiriera el ataque frontal, en detrimento de maniobras tácticas más elaboradas; fijación y ataque en los flancos, ataque nocturno, etc.; que se efectuaban muy esporádicamente. Y debió recordarles a sus comandantes de unidad esta evidencia táctica: a falta de alternativa, era necesario establecer planes de ataque en los que el eje del esfuerzo principal estuviera claramente enunciado.

Sin embargo, fue en la primavera de 1943 cuando las formaciones de reclutamiento alemán de la Waffen-SS mostraron su mejor valor militar. En esa apoca contaban con un equipamiento abundante, de personal ampliamente motivado y de cuadros formados en la dura escuela de la guerra del este. La política de la SS alentaba precisamente la promoción de jóvenes oficiales, aún treintañeros, que reivindicaban como su principal cualidad militar su audacia en combate. Este tipo de oficiales SS “temerarios” se impulsó en el mando de los regimientos y de las divisiones blindadas SS en los dos últimos años de la guerra. Durante mucho tiempo contribuyó a mantener el nivel de las unidades SS, cuyo reclutamiento se estaba desmoronando. A partir del otoño de 1943, la SS se encontró en una situación de crisis de efectivos: Deseaban aumentar la cantidad de divisiones SS y empezaba a faltar el personal necesario para reemplazar las pérdidas. La situación empeoró, y la dirección SS se vio forzada a bajar el nivel del reclutamiento alemán a individuos que hicieron caer considerablemente su valor. En enero de 1945, en la novena división SS, por ejemplo, más la mitad de los efectivos habían nacido fuera del “Gran Reich”, y la mayoría consideraba que este último ya había perdido la guerra.

¿Una élite europea?

Después de 1945, en los tiempos de la Guerra fría, los panegiristas de la SS presentaban a la Waffen-SS como el prototipo del ejército europeo (e implícitamente “anti-bolchevique”) que los dirigentes de la época pretendían tener. Pero la verdad era que durante mucho tiempo la SS había fracasado en su intento de seducir a voluntarios en los países conquistados o neutros. La división SS Wiking, presentada en su creación como el prototipo de la unidad “germánica”, solo tenía en sus filas una parte relativamente baja de voluntarios extranjeros en el momento de la ofensiva contra la Unión Soviética en junio 1941: Apenas el 6% de sus efectivos (1.142 extranjeros sobre 19.377). Con excepción de los muy numerosos contingentes de alemanes étnicos (Volksdeutsche) nacidos fuera del Reich (especialmente en los Estados de la cuenca danubiana), los 37.367 voluntarios extranjeros “germánicos” que servían con el uniforma SS representaban todavía el 31 de enero de 1944 una cifra “extremadamente baja”, como lo reconoció incluso el responsable del reclutamiento: el 7,5% de los soldados SS de ese momento.

Aunque sus efectivos aumentaron sin duda durante los últimos quince meses del conflicto; porque, a regañadientes, la SS había renunciado parcialmente a sus preceptos racistas; se comprobó que las unidades extranjeras de la Waffen-SS habían desempeñado en general un papel militar menor durante el conflicto: Las emplearon a menudo en la lucha contra los partisanos hasta 1943, y luego las arrojaron al campo de batalla, donde rápidamente desparecieron. La defensa de Berlín por parte de algunos centenares de soldados SS extranjeros en mayo de 1945, tan elogiada por los apologistas de la Orden Negra después de la guerra, no debe llamar a engaño. Por lo demás, los soldados; la mayoría de ellos, alemanes; que pertenecían al cuerpo de batalla motorizado y blindado SS fueron premiados en el transcurso de la guerra con el 90% de las cruces de Caballero de la Cruz de Hierro, una de las más altas distinciones militares alemanas. Aunque este criterio fuera muy discutible, dada la instrumentalización que hizo de ello el régimen nazi, da una idea del pobre papel militar desempeñado por los contingentes extranjeros en el seno de la Waffen-SS.

El origen del mito: Lobby y propaganda

Es interesante volver a los orígenes de la fama del elitismo tan estrechamente asociada a las tropas SS. Por supuesto, esa fama tenía fundamento. En el transcurso de las campañas y batallas, se pusieron de manifiesto la tendencia, la valentía o el fanatismo; según la apreciación de cada uno; de los soldados, como los del regimiento SS Deutschland, que prefirieron morir en el lugar, antes que retroceder ante un contraataque de tanques británicos en mayo de 1940. La diferencia con otras tropas llamadas “de elite”, reside en la manipulación que hizo Himmler de estos actos. En el caso citado, por ejemplo, le hizo llegar rápidamente el informe del comandante del regimiento a Hitler, que quedo visiblemente impresionado. Esta valorización de sus tropas que mostraba Himmler ante Hitler y que se repetía incesantemente en sus reuniones tenía toda la apariencia de lo que hoy llamamos lobby. Himmler perseguía un doble objetivo: legitimar frente a Hitler la función militar de la SS dentro del régimen, que competía de este modo con el ejército, y aprovechar el estado de guerra para aumentar aún más la influencia de la organización SS dentro del régimen. Un incremento del poder solo podía justificarse en el ámbito militar. Eso hizo la SS desde los primeros meses del conflicto: de septiembre de 1939ª junio de 1940, sus efectivos pasaron del 0,6% al 2,4% de los efectivos del ejército de tierra.

En sus maniobras tendientes a convertir a la Waffen-SS en la “vitrina ideológica” de la Orden Negra, Himmler encontró en Hitler a un interlocutor receptivo y conciliador; Que la “tropa del Partido”, que encarnaba al mismo tiempo a una elite racial e ideológica, fuera también una elite militar era un discurso que el Führer estaba muy dispuesto a oír. Tras el fracaso de la operación Barbarroja a las puertas de Moscú y la crisis de confianza que se produjo entonces entre Hitler y sus generales en diciembre de 1941, el dictador empezó a considerar a la Waffen-SS como “el ejemplo de la futura Wehrmacht nacionalista”, abriendo así progresivamente el camino para su desarrollo hasta convertirla en el modelo de la sociedad alemana en armas. Los hombres que recibieron las más altas distinciones militares, por su parte, sirvieron a ese propósito. Gracias a la promoción de oficiales SS provenientes de clases sociales modestas, el régimen pudo exaltar el modelo de soldado cuya eficiencia militar se inspiraba en su adhesión al nacionalsocialismo.

Esa voluntad política destinada a favorecer al brazo armado de la SS fortaleció la empresa de la seducción ya iniciada varios años atrás por la Orden Negra en la sociedad alemana. Porque para comprender el hecho de que se asocie la imagen de elitismo a la Waffen-SS debe entenderse un dato decisivo: contrariamente a la Wehrmacht, ejercito de conscripción en el que podía ser movilizado todo ciudadano del Reich en edad de portar armas, la Waffen-SS siempre había sido únicamente el brazo armado de una organización del Partido Nazi. Por lo tanto, teóricamente solo podía incorporar voluntarios. Para seducir a todos los candidatos necesarios para su crecimiento, la estética y el elitismo eran elementos publicitarios ineludibles. Las primeras campañas de propaganda de la SS para el reclutamiento, basadas en argumentos ideológicos, no habían despertado demasiado entusiasmo fuera del círculo de militantes SS presionados por la Orden Negra para alistarse en su brazo armado. El jefe del reclutamiento SS lo comprobó muy pronto, y en noviembre de 1940 señalo que le resultaba “imposible garantizar el reclutamiento a lo largo del tiempo (…) si no nos convertimos efectivamente en la guardia del Führer”. En consecuencia, a partir de 1941, sus servicios apelaron a un talentoso grafista, Ottomar Anton, cuyos afiches de cuidada estética le ofrecieron a la Waffen-SS una imagen extremadamente atractiva, destinada principalmente a despertar vocaciones entre los jóvenes. Hasta 1944, los afiches de Anton acompañaron a la mayoría de las campañas de reclutamiento llevadas a cabo por la SS tanto en el seno del Reich como en los territorios ocupados.

En esta empresa de seducción, los afiches solo representaron un apoyo de propaganda entre otros. Consiente de la importancia de la imagen de su organización ante el público y los dirigentes alemanes, en la primavera de 1940, Himmler sentó las bases de una perfecta comunicación creando una campaña de propaganda SS, a cargo del director del semanario SS “Das Schwarze Korps”, Gunter d´Alquen. Esto fue legitimado, con el apoyo de Hitler, bajo el pretexto de que el ejército impedía toda mención de las tropas SS. El formato de esta unidad revelaba las inmensas ambiciones que había mostrado desde el principio la SS en ese terreno: Como no había suficientes campañas de propaganda para signarle una a cada ejercito de la Wehrmacht, se destinó una sección de corresponsales de guerra para cubrir las operaciones de tres formaciones de campaña SS y de la división de policía durante la campaña de 1940. Este régimen de excepción se mantuvo prácticamente hasta el final de la guerra. Esa unidad saturó la prensa y los informativos alemanes, y estableció el germen de una propaganda que se prolongó en el tiempo, incluso hasta la actualidad. En 1940, aparecieron 282 reseñas escritas por los corresponsales de guerra SS en la prensa alemana: Cada uno de estos textos se repitió en promedio seis veces, en un total de 1.816 publicaciones. Y esto no fue más que el comienzo.

En 1942, la cantidad de publicaciones llegó a 7.200. Por otra parte, se publicaron 11.000 fotografías en los órganos de prensa del Reich durante los tres primeros años de funcionamiento de la unidad SS. Por último, tanto en 1941 como en 1942, los informativos semanales proyectados en las salas de cine incluían un promedio de dos o tres pasajes sobre la Waffen-SS. El fenómeno se acentuó con el correr del tiempo. A fines del año 1941, Goebbels confirmó que aunque las unidades de la Waffen-SS representaban menos del 5Ç% de los efectivos involucrados en el este, ocupaban “por lo menos del 30% al 40%” de los artículos de los diarios y las revistas y se preocupó por las repercusiones que ese desequilibrio podría tener sobre la moral del ejército de tierra que debía “cargar en su conjunto el pesado fardo de la campaña del este”. Estas reservas de Goebbels solo se dieron a conocer después de 1942, cuando la Waffen-SS fue promocionada por el régimen ya acorralado como el modelo militar a seguir.

La recepción del público a esta propaganda no puede entenderse sin considerar algunos símbolos que la Waffen-SS había mostrado en su promoción, empezando por las dos runas SS semejantes a rayos, que representaban una “acumulación de energía y su velocidad”. Además de esa estética gráfica, la Waffen-SS se diferenciaba de otras organizaciones del Partido y de la Wehrmacht por llevar un informe distinto y de mejor calidad. El uniforme negro de los soldados de la guardia personal de Hitler antes de la guerra estaba asociado a la mayoría de las imágenes en las que aparecía el dictador, mientras que la guerrera y el cubre casco camuflados, introducidos en la primavera de 1940, hicieron que el público identificara a las tropas SS como unidades de choque. La manera de filmarlas contribuyo a reforzar esa impresión: mientras los camarógrafos del ejército privilegiaban las imágenes de las interminables columnas de soldados de infantería que avanzaban a través de las estepas rusas en 1941 y 1942, los de la SS filmaban de cerca los combates de los soldados SS sobre un fondo de isbas en llamas. Además, la SS había innovado organizando un sistema de correo que le permitió ofrecerles a los medios de comunicación alemanes, más rápido que la Wehrmacht, artículos, fotos y films destinados a seducir al público ávido de informaciones recientes y de imágenes espectaculares.

La contra-propaganda aliada

Por último, para entender la prolongación del mito del soldado de elite SS después de la guerra, es preciso hablar del papel que desempeño la contra-propaganda aliada. La publicidad de las unidades SS que realizaba el Tercer Reich las convertía en blancos privilegiados de los medios enemigos. Sobre todo, la reputación del elitismo y brutalidad que precedía a las tropas SS llevó a las fuerzas aliadas que combatieron contra ella, y las vencieron, a enorgullecerse naturalmente de ello. En Francia, incluso los maquis, es decir, los grupos de guerrilleros que formaban parte de la Resistencia. Tenían una tendencia a ver formaciones SS entre todas las unidades alemanas que enfrentaban. Pero aunque en el verano de 1944, la tendencia de las tropas SS aún era visible, ya habían perdido una buena parte de su sustancia. Aun así, los servicios de inteligencia aliados parecían tener algunas dificultades para hacer el duelo del valor de sus adversarios SS. Evidentemente, ese fenómeno revelaba una fascinación y un complejo de inferioridad cultivado desde los combates en Normandía.

Surgió incluso cierta decepción entre los interrogantes aliados que vieron desfilar ante ellos a hombres que quizá fanáticos, pero sin gran valor profesional. La novena división SS Hohenstaufen, de la que “una masa helada, destrozada por el cansancio y el hambre” de individuos llegó a los campos de prisioneros en las Ardenas, debió someterse a una requisitoria sin concesiones. El conjunto de los datos disponibles “no permitiría colocarla en su estatus “de elite””. El estudio estadístico realizado sobre los cautivos confirmó ampliamente esa impresión, que se reforzó cuando un estudio similar sobre otra división reveló, en comparación, la diferencia que existía entre esa supuesta elite y una buena fonación de infantería ordinaria del ejército.

Dos meses antes del final de la guerra, los servicios de inteligencia americanos empezaron a revisar su posición con respecto a la Waffen-SS y se produjo una verdadera toma de distancia del mito. Se pudo determinar hasta qué punto había sacado “plena ventaja” la SS de los criterios de selección física de sus integrantes para promoverlos en su propaganda. Asimismo, empezó a aparecer la idea del carácter a menudo exagerado de su importancia militar. Sin embargo, esta confirmación se produjo en forma demasiado tardía. El mito estaba sólidamente instalado.