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2010 / 2021

27 de octubre, Néstor Kirchner 11 años después

La fecha debería ser '11 años del último Censo' del INdEC, pero el dato es el fallecimiento de Néstor Kirchner.

Néstor Kirchner falleció el 27/10/2010, una bisagra entre la derrota electoral 2009 y las elecciones de 2011 a las que él había decidido presentarse como candidato presidencial, tal como en 2003.

Las encuestas anticipaban que perdería, en caso de realizarse los comicios en octubre de 2010, pero él estaba decidido a presentarse tal como hacía ocurrido en 2009, cuando las encuestas le eran adversas y no pudo corregirlas. La remontada no fue posible en 2009 y obliga a reflexionar cuando el oficialismo, en las elecciones 2021, otra vez está pendiente de una remontada, para muchos tan imposible como aquella.

Al fin de cuentas, las encuestas tampoco le eran propicias en 2003, de hecho obtuvo menos votos que Carlos Menem, pero luego sucedió el retiro de Menem y Kirchner fue Presidente.

De todos modos, había grandes diferencias entre lo que ocurrió en 2003 y lo que podría suceder en 2011, más allá de la incipiente inestabilidad interna del oficialismo, exhibida en los choques de Kirchner con Hugo Moyano, quien intentaba trascender la vida sindical para incursionar en la política, para lo que nunca estuvo preparado -bah, ni siquiera para presidir el Club Atlético Independiente está capacitado el camionero-.

Circunstancias

Kirchner acumulaba no sólo problemas de salud sino también procesos de rehabilitación inconclusos, en un incomprensible desdén por su propio físico. Lo dominaba una ansiedad brutal, algo que no convenía a su recuperación.

Luego, la ausencia de autoridad de su cuerpo médico sobre él, al menos para imponer medidas de prevención como contar con equipamiento imprescindible. Podía utilizarse la flota aérea gubernamental para nimiedades pero no tener un desfibrilador externo automático a mano.

También es cierto que sin Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner, su viuda, tuvo que arremeter con la gestión del Estado, de la coalición gobernante y de los activos familiares, sin olvidar los procesos judiciales pendientes y los emergentes.

La muerte de Kirchner resultó, entonces y por obligación, el inicio del liderazgo de CFK.

El recuerdo de Néstor Kirchner, a 11 años de su muerte

Cuenta regresiva

Algunos recuerdos del libro “Salvo que me muera antes”, de Ceferino Reato:

El 27 de octubre de 2010, mientras se desarrollaba un censo nacional, Néstor Carlos Kirchner falleció en Calafate, en su Santa Cruz natal, provincia que gobernó entre el 10 de diciembre de 1991 y el 24 de mayo de 2003.

A las 9:30 horas, María Inés Ilhero, dueña de una funeraria en Río Gallegos desde hacía más de 70 años, recibió una llamada urgente desde Calafate que solicitaba un cajón presidencial. Uno de madera de cedro con herrajes de bronce. Quince minutos después, una ambulancia que transportaba el cajón partió hacia El Calafate.

Dos semanas antes de su muerte, en un encuentro en la residencia de Olivos con dirigentes oficialistas y encuestadores, Néstor Kirchner fue muy explícito.

—Muchachos, el próximo presidente voy a ser yo salvo que me muera antes —les aseguró.

Uno de los presentes registró la asistencia de los funcionarios Juan Manuel Abal Medina y Diego Bossio, y de los consultores Doris Capurro y Roberto Bacman, entre otros.

—Ustedes dos van a jugar en primera. Quiero patear el tablero y renovar todo —les prometió Kirchner a Abal Medina y a Bossio.

No fue lo que les había dicho a un par de dirigentes bonaerenses que lo acompañaban desde el 2000, con los cuales se encontró en la Casa Rosada dos meses antes.

—Volvemos nosotros, Flaco, los viejitos —le dijo a uno de sus interlocutores, en una alusión crítica a la preferencia de Cristina por rodearse de dirigentes más jóvenes.

Iba con ellos el sindicalista Edgardo Depetri, a quien Kirchner conocía desde Santa Cruz, donde era uno de los referentes de los empleados estatales.

—Ojo que las encuestas le dan mejor a Cristina —alertó Depetri.

—Sí, pero a mí las encuestas me chupan un huevo. ¿Qué carajo tienen que ver las encuestas? ¡El candidato soy yo!

Relatos

Cinco minutos antes de que finalizara su guardia de veinticuatro horas, cuando parecía que el trabajo había terminado y ya se veía en casa tomando mate con su pareja, el doctor Claudio Cirille escuchó el mensaje de una enfermera: “¡Hay una salida urgente!”. Contundentes palabras que a las ocho menos cinco de la mañana lo devolvieron a la realidad. Cirille se alisó la chaqueta azul con el logo del hospital José Formenti y salió a las apuradas en busca de la ambulancia. “Es en la casa de la Presidenta”, le contó el enfermero Pedro Corregidor cuando atravesaban el vallado de álamos y avanzaban por la calle Campaña del Desierto.

No más de mil metros separaban al hospital municipal del suntuoso chalet de los Kirchner, de trescientos veinte metros cuadrados; en los pocos minutos que duró el viaje, Cirille nunca pensó que se trataría de algo muy grave.

La ambulancia del hospital de El Calafate estacionó frente a la puerta principal del suntuoso chalet minutos después de las ocho de la mañana del miércoles 27 de octubre de 2010. El médico Claudio Cirille y el enfermero Pedro Corregidor subieron las escaleras al trote y en un dormitorio del primer piso que les pareció amplísimo encontraron al ex presidente Néstor Carlos Kirchner tendido boca arriba en la cama matrimonial, vestido con un pijama azul. Parecía que dormía plácidamente, salvo por tres detalles: la sábana de la parte superior y la colcha habían sido retiradas y yacían descuidadas a un costado; además, Kirchner tenía un raspón en la frente, a la izquierda de su rostro.

El tercer detalle que completaba ese cuadro irregular era que Benito Alen González, uno de los médicos contratados para cuidar la salud de la familia presidencial, le hacía masajes cardíacos ayudado por un monitor portátil del tamaño de una tablet, que registraba la actividad eléctrica del corazón de la persona más poderosa de la Argentina.

Recién despertado, agitado, visiblemente nervioso, Alen González presionaba el pecho de Kirchner hasta que la voz impersonal del monitor le ordenaba: “¡Detenga maniobra!”. El médico presidencial alzaba sus manos, fijaba la vista en la pantalla, pero nada: se iban las ondas y la línea volvía a estar recta; el corazón de Kirchner no latía por sí mismo, sin la ayuda de los masajes. Y Alen González continuaba con las maniobras de reanimación.

En contraste con el poderío y la riqueza del paciente, el cuidado de su gastado corazón era muy precario: Alen González no era cardiólogo sino especialista en cabeza y cuello, y ni siquiera contaba con un desfibrilador, un aparato portátil para revertir las arritmias cardíacas más comunes que cuesta entre 24 mil y 60 mil pesos. Y era el único integrante de la Unidad Médica Presidencial que esa semana había viajado al sur con los Kirchner, primero a Río Gallegos y luego a El Calafate.

“Creo que eso es lo que más me llamó la atención y lo que aún hoy llama la atención a todo el mundo: en la casa no tenían nada de nada; el monitor era solo eso, un monitor para registrar si había o no actividad cardíaca. No tenían posibilidad de hacerle una desfibrilación o una cardioversión”, recuerda Cirille.

A los cuarenta y cinco minutos de iniciadas las maniobras de reanimación en el shock room del hospital, el doctor Rodrigo Sabio consultó con la mirada a los médicos y a los enfermeros que lo rodeaban. No hubo necesidad de que nadie hablara: todos coincidieron en que Kirchner estaba irremediablemente muerto. Y que había que decirle a su compañera y esposa —a la Presidenta—, que seguía allí, sentada en el suelo de goma.

La médica Patricia Pérez volvió a acercarse donde estaba Cristina Kirchner.

—Doctora, hemos hecho todo lo que hemos podido. Ya no hay nada más que hacer, lamentablemente.

Eran las nueve y cuarto. Cristina la miró, le agradeció y se paró.

A 10 años de la muerte de Néstor kirchner

Final

A pesar de que Kirchner ya había fallecido, y con la esperanza de revertir el cuadro, los médicos decidieron llevarlo al Hospital Formenti, a tres cuadras de donde se encontraban. El cuadro era irreversible. En un auto iban los médicos con el cuerpo, en el otro Cristina con su secretario y su custodia.

Kirchner ya había sufrido varios problemas de salud a causa de dos obstrucciones arteriales ocho meses antes de su muerte. El 11 de septiembre se había practicado una angioplastia por obstrucción de la arteria coronaria.

Cuando llegó al hospital, Cristina Kirchner entró en la habitación contra todo protocolo y se quedó, tomando de los pies el cuerpo de su esposo. A Kirchner lo intubaron, le pusieron suero, le aplicaron tres veces el desfibrilador y le hicieron masajes cardíacos, esperando alguna señal de reanimación. Antes del último intento, Cristina preguntó si no se podía hacer algo más: al cuerpo se le aplicó una última inyección de adrenalina antes de confirmar la defunción.