ARCHIVO >

Con Irán se juega a la guerra, no se hace

Irán, se sabe, fue el tema clave al cierre del año 2011 y sigue centrando la atención al inicio del año 2012. Los tambores de guerra suenan más fuerte que nunca y no son pocos los que imaginaban un enero 2012 bélico en el Golfo Pérsico. Pero la realidad marca que nadie quiere ir a la guerra. Alcanza con las amenazas, con su mera potencialidad.

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). Nos recuerda Fiódor Lukiánov en su columna semanal en Ria Novosti que la reciente edición de la revista estadounidense ‘Foreign Affairs’ un artículo bajo un título provocador y simbólico salta inmediatamente a la vista: ‘Es hora de atacar Irán. ¿Por qué un ataque es la opción menos mala?’

Irán, se sabe, fue el tema clave al cierre del año 2011 y sigue centrando la atención al inicio del año 2012. Los tambores de guerra suenan más fuerte que nunca y no son pocos los que imaginaban un enero 2012 bélico en el Golfo Pérsico.

De hecho, la guerra está a un paso, sólo hay que cruzar la frontera. Los intercambios propios de una situación pre-bélica están a la orden del día. Por un lado ya están sobre la mesa las intenciones de los países occidentales de imponer un embargo sobre el petróleo iraní que han causado las amenazas de Teherán de cortar el Estrecho de Ormuz, un paso marítimo fundamental para el transporte del petróleo.

Obviamente Washington, ávido por defender el petróleo que tanto necesita su deambulante economía, advirtió de que contestaría con su fuerza militar. Washington jamás dejaría que nadie menoscabe la libertad de navegación, máxime cuando lo afecta tan directamente. De hecho, se puede argumentar que la guerra psicológica ha comenzado donde cada una de las partes sube la apuesta del otro, mostrándose dispuestos a luchar hasta las últimas consecuencias.

Pero ambas partes saben que ni el conflicto armado será fácil. O conveniente, O ganable. O cuales serán sus consecuencias. La verdad es que nadie quiere ir a la guerra. Alcanza con las amenazas, con su potencialidad.

Por lo tanto, hay mucho histeriqueo. Porque ambas partes están, en realidad, intentando evitar la guerra. La permanencia del régimen de Teherán se basa justamente en la permanencia del conflicto; en la amenaza constante sin llegar a materializarse, en la posibilidad de poder victimizarse de un complot Occidental sin llegar a tener que enfrentarlo en términos de un ganador vs. un perdedor.

El presidente de USA, Barack Obama, por su lado, sabe que juega con fuego en un enfrentamiento armado con Irán. Para empezar, estamos entrando en un año electoral. Cualquier decisión de ir a la guerra, especialmente tras la salida de Irak y la promesa de salir de Afganistán (incluso negociando con el Talibán) puede tener un efecto muy negativo en la opinión pública e incluso tirar por la borda la diferenciación que intentó mostrar respecto al gobierno de su predecesor, George W. Bush. También es cierto que se aseguraría el voto judío y de quienes apoyan a Israel. Pero cualquiera que sea el efecto, de algo se puede estar seguro, sólo si el efecto es positivo en el electorado se podrá hacer una incursión militar antes de las elecciones. Si no, tendrá que esperar.

Más importante, Obama ve ciertos signos de recuperación económica y no quiere ni pensar en atentar contra ello. Con el juego psicológico alcanza.

Claro que también hay otros interesados en participar en el tema, como la alemana Ángela Merkel o el británico David Cameron. Este último propugna mayores sanciones e intervención en Irán. La canciller europea, prioriza, sin embargo, la crisis del euro algo de lo que Cameron ya se declaro ajeno a la cuestión. 

En todo caso, esta claro que USA redobla la presión a Europa para boicotear el petróleo y las finanzas iraníes, aprovechando el asalto a la embajada británica en Teherán por los fieles del jefe del Estado Alí Jamenei a finales del año pasado.

Irritados por la sanción londinense al Banco Central iraní y la emisión de la BBC-TV en persa, aquella acción, además pretendía marginar aún más al presidente Ahmadineyad y desautorizarle en la política exterior. Él se desmarcó de la toma de la sede diplomática, y en la víspera de las elecciones legislativas pidió la liberación de los líderes reformistas Hosein Musavi y Mehdi Karrubi. Busca aliados porque teme que su facción no reciba autorización para concurrir a los comicios al igual que lo hace en América Latina para no quedar fuera del concierto de algunas naciones (que no todas). Por otro lado, el incidente fue un alivio para Cameron, que consiguió extender una pantalla de humo sobre la huelga histórica de 2 millones de empleados del sector público que azotaba a su país. Los seguidores de las teorías conspiracionistas ven la mano de MI6 detrás de aquella provocación.

Y luego claro está Israel, quien tiene agenda propia en la región en búsqueda de su seguridad. Con Israel no se trata de negocios sino de fronteras y seguridad.

Sin duda, en Irán la situación se tensa, mientras Occidente prepara la declaración oficial de una guerra que quiere emitir pero no empersonar, y que ya tiene sus versiones mediática, política y económica desde hace años, y a las que ha sumado atentados contra científicos y centros militares iraníes.

Obviamente Teherán sopesa si un buen ataque no sería la mejor defensa. La ocupación de la representación diplomática también fue un mensaje: Irán es capaz de realizar acciones imprevisibles, como por ejemplo, cortar el suministro de petróleo a Europa, elevar su precio (ya bastante ajustado) hasta las nubes, rematando así las agónicas economías de Italia, España y Grecia, que importan el 80% del medio millón de barriles que les envía la República Islámica a diario,. La Unión Europea sigue, se sabe, sin una política exterior propia e independiente de USA, que garantice los intereses de sus ciudadanos.

Y aparte están China y Rusia, grandes clientes (y competidores en el caso del primero) del petróleo iraní que se oponen a mayores sanciones y cuentan con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Un cierre de Ormuz también los afectaría a ellos salvo que Teherán decida a quienes les vende y a quienes no, creando grandes tensiones entre países que de otra manera serían socios.

Sin duda a Teherán no le costaré recolocar su mercancía en Asia. De hecho, China, el principal comprador de su petróleo, recogerá encantada lo rechazado por Europa, y a precio de ganga. Otros beneficiarios de esta crisis serían Rusia, el segundo exportador mundial, que se hará de oro por el incremento de los precios, y la industria nuclear, que publicitará su producto como energía de suministro garantizado.

Esa misma inseguridad energética ha sido uno de los principales factores de las guerras invasoras que se lanzaron sobre Irak y Libia, los países que junto con Arabia Saudí deberán sustituir a Irán en el suministro. Sin embargo, Libia tardará algunos meses en volver a recuperar el nivel de su exportación anterior a la guerra, y Arabia Saudí e Irak carecen de capacidad de producir este extra para evitar el caos en el mercado, además, su crudo distinto al de Irán, debería procesarse, lo que aumentaría los costes.

Y luego está la visita del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad por Latinoamérica en búsqueda de aliados y un poco más de marketing para la guerra psicológica.

Pero si no hay decisión aún adoptada para ir a la guerra ¿por qué el conflicto se agrava precisamente ahora? ¿Será porque Irán logró un gran progreso en su programa nuclear? Es poco probable. Es verdad que el comportamiento de Teherán es provocador: recordemos, por ejemplo, su declaración sobre una pronta puesta en marcha de una nueva planta de enriquecimiento de uranio.

Pero incluso Leon Panetta, el secretario de Defensa de USA, dijo hace unos días que, según la información de que disponía, Irán no estaba construyendo armas nucleares, aunque sí la infraestructura para hacerlo. Hay que decir que los militares estadounidenses, de nuevo, al igual que hace un año en el caso de Libia, no están entre los partidarios más activos en favor de una guerra.

El propio Panetta cree que medidas como la presión diplomática y económica sobre Teherán ya son bastante eficaces. Está claro, nadie quiere una secuela a Irak, porque, cómo se sabe, las segundas partes siempre fueron peores que las primeras.

En realidad, el crecimiento de las tensiones se debe a que por primera vez en largos años de discusiones en torno a las ambiciones nucleares iraníes se combinan 2 factores: uno, global, el planteamiento de no proliferación, y otro, regional, que es la oposición entre los regímenes sunitas de los grandes países árabes y el Irán chiita, agravada a raíz de la Primavera árabe.

USA, ante todo, está resolviendo el problema de carácter global. Un Irán con un arma nuclear perjudicaría seriamente el prestigio de Washington, que lleva 15 años insistiendo en que eso no se puede admitir.

Pero para Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes y otras monarquías árabes lo que está en juego es el predominio regional.

La destrucción del régimen de Sadam Hussein, el principal contrapeso para la influencia iraní, como resultado de la invasión estadounidense en 2003, condicionó el afianzamiento de Teherán. La primavera árabe permite tomar revancha: el régimen de Bashar al Asaad, el principal partidario de Irán en la región y patrocinador del movimiento chiíta en el Líbano, Hezbollah, está cayendo. Si el poder en Siria cambia, el balance regional, ya muy desequilibrado, variará definitivamente.

Lo que implica un problema doble para Washington. Por una parte, empleando la terminología del ex Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, podríamos decir que está apareciendo una coalición de voluntarios: las monarquías árabes, Israel, USA. Cada uno aspira, por sus propios motivos, a cerrar la cuestión iraní.

Por otra parte, Washington corre el riesgo de verse involucrado en una complicada intriga en torno a Irán, en la que el papel de líder pertenece a los países árabes, sobre todo las monarquías ricas del Golfo Pérsico. Pero no es un momento oportuno para verse metido en asuntos iraníes después de que Barack Obama declarara, con mucha solemnidad, que el decenio de guerras ha terminado.

¿Cómo se sigue? Es probable que tras haber demostrado lo convencidas que están las autoridades de Teherán volverán a la nueva "ofensiva pacífica" con nuevas propuestas para la comunidad internacional, dirigidas en primer lugar a Moscú y a Beijing. Así ocurrió en otras ocasiones. Pero nada indica que Rusia sea una defensora activa de Irán en cualquier caso. Así, por ejemplo, el ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia acaba de expresar su disgusto en relación a las declaraciones de Teherán respecto a la puesta en marcha de una nueva planta de enriquecimiento de uranio: no se puede pasar por alto la voluntad de la comunidad internacional.

Dejando de lado los razonamientos de carácter ideológico, así como las simpatías y antipatías, una intervención bélica en Irán puede resultar incluso provechosa para Rusia. Es muy probable que dicha acción retrase la obtención de armas nucleares por parte de Irán. Y es que ni Moscú ni otras partes del conflicto quieren ver un Irán nuclear. La intervención dará un fuerte impulso a los precios del petróleo, lo que está bien para Rusia, por lo menos, a corto plazo.

Además, si USA se entrampa en el conflicto, será mucho más complicado para los estadounidenses entrometerse en lo que ocurre en el territorio de la antigua Unión Soviética. Y cuanto más complicada sean las cosas para USA en Eurasia Central, más dependerá de la ayuda de Rusia. Lo vemos ya en el ejemplo del tránsito por Afganistán. En el caso de Irán puede resultar aun más interesante, convirtiéndose Rusia en un socio indispensable.

China, por su lado, le acaba de dar la espalda a USA en esto de seguir a Washington en su cruzada. Hicieron lo mismo con Libia y con Siria y luego cambiaron su postura. Es probable que cuando las circunstancias cambien, cambie también su postura.

Pero sin embargo, ensordecedor que están los tambores de la guerra, parece que por ahora tanto Teherán como Washington se abstienen de cruzar el límite que separa los debates retóricos de los actos irreversibles.

Pero ojo, que caminando por el límite, uno se puede caer y ahí sí que no habrá vuelta atrás.