Eduardo Gutiérrez era sobrino de un compositor folclórico, Bartolomé Hidalgo; también hermano de Ricardo, poeta guachesco y médico de prestigio; y cuñado de Estanisláo del Campo, autor del "Fausto" criollo.
EDUARDO GUTIÉRREZ
Antes de las 29 puñaladas de Moreira a Córdoba
El recuerdo de la muerte de Eduardo Gutiérrez (02/08/1889) permite recuperar a un autor privilegiado de novelas históricas que permiten recuperar algo del origen de la argentinidad. Desde "Juan Moreira" a "El Chaco" (por Vicente Peñaloza), "La Mazorca", "Los Montoneros", "Santos Vega" y "Hormiga Negra", Gutiérrez fue un cronista de su tiempo pero también un agudo analista, y vale la pena rendirle un homenaje:
A los 15 años, Gutiérrez publicaba columnistas con humor en el diario La Nación Argentina, bajo el seudónimo "Benigno Pinchuleta".
A los 19 años, ingresó a la Inspección General de Milicias y fue designado al fuerte sureño "General Paz", dónde sirvió en la frontera como oficial por 10 años, enfrentándose a las fuerzas del cacique Namuncurá. Y escribía y escribía y escribía... en el 1er. año en la pampa comenzó su novela más conocida, "Juan Moreira.
Magnifico cronista, agudo elaborador de historias, vale la pena leer algunos de los textos de Gutiérrez.
Juan Moreira había sido guardaespaldas de Adolfo Alsina, el líder del Partido Autonomista, luego Partido Autonomista Nacional por la fusión con el Partido Nacional, de Nicolás Avellaneda.
Tal como lo recuerdan en Navarro, el pueblo bonaerense donde vivía Moreira, "(...) En esos tiempos, los partidos políticos tenían bases sólidas en personajes como el que nos ocupa, ya que para la convocatoria de votantes era casi indispensable contar con la figura de un hombre de agallas a la hora de “hacer formar fila” ante las mesas electorales donde se expresaba el “voto cantado” y, además, si era necesario, armar tumultos a fuerza de rebenque y cuchillo cuando la ocasión lo requiriera.
Ese servicio, además del de contener a punta de facón a cualquier envalentonado que intentara agredir al caudillo, era lo que convertía a “un hombre de la causa” en una persona de confianza del líder político al que se servía. A Juan Moreira le sobraron esas virtudes. (...)".
El problema con Moreira fue que, luego, se distanció de los autonomistas y se hizo de Bartolomé Mitre, quien utilizaba los mismos métodos que Alsina y Avellaneda. Debe recordarse, para no dejar a nadie afuera, que con esos métodos fue presidente Domingo Faustino Sarmiento también.
Volviendo al cronista Gutiérrez, fue él quien elaboró la hipótesis más importante acerca de los motivos que llevaron a Moreira a pasarse del alsinismo al mitrismo. Obvio que no fue la ideología sino un probable lío de polleras, que lo enfrentó al teniente alcalde de Navarro, Juan Córdoba, el jefe local de los autonomistas, y a quien Moreira dejó tirado en la pulpería de Crovetto luego de darle 29 puñaladas, en julio de 1869. Así había llegado Moreira a odiar a Córdoba, convirtiéndose en prófugo de la ley aunque gozando a menudo del encubrimiento de jueces de paz y policías locales.
Cuando buscaron policías provinciales para dar con Moreira, la historia no terminó en Navarro sino en el prostíbulo “La Estrella”, en Lobos, en el mediodía el 30/04/1874, donde las tropas al mando del coronel Francisco Bosch y el capitán Pedro Berthón, encontraron a Moreira, y éste, acorralado y superado en número, decidió vender cara su vida, y casi consigue escapar si no fuese porque el sargento Andrés Chirino, que estaba escondido, lo sorprendió por la espalda cuando Moreira escalaba el tapial, y lo perforó con la bayoneta de su fusil.
¿Cómo juzgar a Moreira?, se preguntaba Gutiérrez. ¿Acaso no era un engranaje imprescindible de una maquinaria político-electoral-administrativa corrupta? ¿Por qué juzgar en forma más subjetiva a Moreira que a otros? ¿Por las puñaladas a un personaje distinguido como Córdoba, con quien se enfrentó a cuchillo? ¿Moreira era uno de esos personajes que necesita la sociedad para quemar en el altar que le permite justificarse a sí misma?
En una Argentina que sigue ignorando la inclusión social de muchos, y donde urgen reformas política y electoral pendientes (se requieren cambios profundos, no el maquillaje frívolo del voto electrónico), el tema sigue vigente.
Todo esto lo planteó el propio Gutiérrez en la introducción a la publicación de su historia de Moreira en folletines, el 28/11/1879:
"Juan Moreira es uno de esos seres que pisan el teatro de la vida con el destino de la celebridad; es de aquellos hombres que, cualquiera sea la senda social por donde el destino encamine sus pisadas, vienen a la vida poderosamente tallados en bronce.
Moreira no ha sido el gaucho cobarde encenagado en el crimen, con el sentido moral completamente pervertido.
No ha sido el gaucho asesino que se complace en dar una puñalada y que goza de una manera inmensa viendo saltar la entraña ajena desgarrada por el puñal.
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Juan Moreira (1973), de Leonardo Favio
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No; Moreira era como la generalidad de nuestros gauchos; dotado de un alma fuerte y un corazón generoso, pero que lanzado en las sendas nobles, por ejemplo, al frente de un regimiento de caballería, hubiera sido una gloria patria; y que empujado a la pendiente del crimen, no reconoció límites a sus instintos salvajes despertados por el odio y la saña con que se le persiguió. (…)
¿Qué motivo poderoso, qué fuerza fatal fue la que empujó por la pendiente del crimen a un hombre nacido con todas las condiciones de un bello espíritu, y que hasta la edad de treinta años fue un ejemplo de moral y de virtudes?
El gaucho habitante de nuestra pampa tiene dos caminos forzosos para elegir: uno es el camino del crimen, por las razones que expondremos; otro es el camino de los cuerpos de línea, que le ofrecen su puesto de carne de cañón.
El gaucho, en el estado de criminal abandono en que vive, está privado de todos los derechos del ciudadano y del hombre; sobre su cabeza está eternamente levantado el sable del comandante militar y de la partida de plaza a quien no puede resistirse, porque entonces, para castigarlo, habrá siempre un cuerpo de línea.
Ve para sí cerrados todos los caminos del honor y del trabajo, porque lleva sobre su frente este terrible anatema: hijo del país.
En la estancia, como en el puesto, prefieren al suyo el trabajo del extranjero, porque el hacendado que tiene peones del país está expuesto a quedarse sin ellos cuando se moviliza la guardia nacional, o cuando son arriados como carneros a una campaña electoral.
El gaucho viene a ser un paria en su propia tierra, que no sirve para otra cosa que para votar en las elecciones con el juez de paz o el comandante, o para engrosar las filas de los regimientos de línea, a que tiene horror.
¡Y que tiene razón de sentir aquel horror a los cuerpos de línea!
El gaucho marcha a la frontera, enviado por vago (no encuentra trabajo), por falta de papeleta (no votó con el comandante, sino con su patrón), o simplemente porque su mujer es una paisanita hermosa y codiciada.
Va a la frontera con una barra de grillos en los pies, como si fuera un criminal miserable; allí sufre durante dos años de desnudez, el hambre y los horribles tratos de un cuerpo de línea, pudiéndose dar por feliz si al cabo de este tiempo puede obtener su cédula de baja.
El gaucho vuelve a su pago, creyendo olvidar sus sufrimientos en la tranquilidad de su rancho y al lado de su mujer y sus hijos, pero es precisamente allí, en su rancho, donde le espera la desventura, el dolor y la vergüenza.
Sus caballos y sus animalitos se los han repartido como botín de guerra los que han saqueado su rancho; su mujer, sitiada por hambre, vive con el mismo alcalde o teniente alcalde que lo envió a la frontera, engrillado, con este solo objeto, y sus hijitos, sus pobres hijitos, han sido regalados a diferentes familias a quienes servirán de criados sabe Dios hasta cuándo.
El dolor rebosa en su alma al contemplar este cuadro de desolación y dolor supremo, su corazón absorbe todo el veneno que tanta maldad ha derramado en él, y el gaucho se lanza al camino lleno de odio y ansioso de venganza.
Entonces es puesto fuera de la ley que para él no existió nunca, y condenado a pelear en el campo para defender su cabeza que codicia la partida de plaza, con la que pelea hasta morir, porque sabe que una vez rendido será inmediatamente muerto por haberse resistido a la autoridad, o por cualquier otro pretexto.
El alcalde teme que el gaucho venga una noche a cobrarle con su puñal la cuenta de sus desventuras, y quiere deshacerse de él a todo trance para librarse de aquella venganza, tardía a veces, pero segura siempre.
Aquel hombre tiene que vivir huyendo como un bandido; tiene que robar para llenar las necesidades de la vida; empieza por matar defendiendo su cabeza y concluye por matar por costumbre y por placer, porque la vida errante le ha hecho contraer el vicio de la bebida y los que acompañan a este o son engendradas por él.
He aquí por qué este hombre de hermosísimas prendas de carácter, dotado de una inteligencia natural y de un corazón de raro temple, se lanza a la senda del crimen, que recorre paso a paso, hasta sucumbir como Moreira, combatiendo contra una partida de gendarmes ayudados por la tropa, que ha ido directamente a matarlo, o caer entre las manos de la justicia, cuando el sueño y la fatiga lo han rendido, como Julián Andrade.
¿Tenemos nosotros derecho para condenar a este criminal con todo el peso de la ley?".
