VOLVIENDO DE CHINA

Por qué se muere el G-20 y un problema para Macri

La realidad del G-20 debería provocar cambios en la agenda económica de Mauricio Macri más allá del Foro empresarial que ya estaba comprometido con el grupo de comunicaciones WPP. Las inversiones extranjeras que tanto se predicó -una demostración que los organizadores pasaron por el World Economic Forum- comienzan a escasear en días cuando el mundo amenaza con volverse más proteccionista y los países priorizan lo doméstico, superados los fantasmas de 2008. Aquí un contenido denso pero de lectura indispensable para quienes quieran conocer qué está sucediendo en el mundo y su relación con la coyuntura argentina, más allá del cotillón y los espejitos de colores.

El Grupo de los 20 es un foro de gobiernos de 19 países + la Unión Europea, que se reúnen regularmente desde 1999, con rango de jefes de Estado, gobernadores de bancos centrales y ministros de Finanzas. Otra forma de definirlo: son los 7 países más industrializados (Alemania, Canadá, USA, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) + Rusia (G-8) + 11 países de diferente nivel de industrialización + la Unión Europea. Los ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales se reúnen desde 1999 (Berlín). Los jefes de Estado desde 2008 (Washington DC). La Argentina fue incorporada desde un inicio a causa de la buena relación que había con USA en días de Carlos Menem jefe de Estado. Sin embargo, el foro está en crisis y su futuro es incierto.

** Lejos de ser un club ampliado de socios del G7, el G20 le trajo a las grandes potencias varios dolores de cabeza, especialmente, luego de la crisis financiera internacional del 2008 a partir del posicionamiento de muchos “emergentes” que cuestionaron a quienes pretenden hegemonizar ese espacio.

** Suele escucharse como conclusión de todos estos encuentros que el mundo tiene que ir hacia una “gobernanza global” y allí está la discusión, cada bloque propone una gobernanza en función de sus propios intereses geopolíticos.

** Ni China ni Rusia (tampoco Europa) quieren ser funcionales a una estrategia comercial que los ponga en una situación de países secundarios.

** El estancamiento de las economías más industrializadas obliga a concluir que los proteccionismos que se denunciaron  a través de diferentes discursos no son dirigidos, tal como podría suponerse a las economías emergentes, sino a los grandes centros de poder como Norteamérica y Europa. ¿Quién iba a imaginar que China iba a pedirle a Estados Unidos más libre comercio?

** USA piensa esa gobernanza global en 2 grandes acuerdos comerciales: El TTP y el TTIP. El TTP es el acuerdo trans-pacífico que propone una zona de libre comercio que una el Eje Pacífico y construya un cerco sobre China en su propia zona de influencia. Este acuerdo tiene la adhesión del bloque regional aperturista de América Latina conocido como la Alianza del Pacífico y algunos países del sudeste asiático pero importantes resistencias dentro del G20 en China. El TTIP se encuentra en un estado de situación más complejo, ya que la Unión Europea ha puesto en el freezer un acuerdo de libre comercio que genera rechazo entre productores agropecuarios  de Alemania y Francia y envalentona a los ultranacionalismos en dichos países a menos de un año de un nuevo año electoral y en plena crisis del bloque europeo que no termina de relanzarse después del Brexit y los problemas migratorios.

** Del lado de Rusia y China se han consolidado estructuras que buscan fortalecer su zona de influencia. La Organización para la Cooperación de Shangai es una de las más ambiciosas apuestas políticas, económica y militar de China que cuenta con el aporte ruso, el reciente ingreso de India y la posible incorporación de Irán fortaleciendo un gran bloque entre Europa del este y Asia. De esta manera, y sumando la Unión Económica Euroasiática liderada por Rusia, las 2 grandes potencias del bloque emergente pretenden impulsar una multiplicidad de poderes en el orden mundial que dispute o discuta en igualdad de condiciones frente al poder anglosajón. De esta manera, queda claro que la multipolaridad es una realidad y los emergentes, a pesar de sufrir coletazos de la crisis y la baja de los precios de los commodities, mantienen un margen de maniobra en este contexto de un orden mundial en constante movimiento.

** 2 datos que demuestran esta realidad se reflejan en la participación de Mauricio Macri y Michel Temer, los dos principales debutantes de la cumbre que, a pesar de haber tenido discursos complacientes con estadounidenses y europeos  diferenciándose de sus predecesores, terminaron acordando proyectos de inversión con Rusia y China, en su gran mayoría firmados por los gobiernos a los que sucedieron. Es decir, los aliados del bloque anglosajón “padecen” los proteccionismos de occidente y esperan las bondades del libre comercio oriental.

Realizadas estas aclaraciones, es harto interesante leer las conclusiones de Rebecca Liao en la revista estadounidense especializada en política internacional, Foreign Affairs:

En el feriado del Día del Trabajador (N. de la R.: Labor Day, un día festivo federal que se celebra en USA el 1er. lunes de septiembre de cada año), los líderes de los países del G-20 se reunieron en Hangzhou, China, para su junta anual. Su objetivo este año: salvar el buen nombre de la globalización, el cual recientemente recibió un duro golpe. En el auge del Brexit, la candidatura presidencial estadounidense del republicano Donald Trump, el avance de la ultraderecha europea, y el anti-occidentalismo de China, los líderes del G-20 debían renovar su compromiso para un crecimiento económico colectivo y abrir las fronteras del comercio y las inversiones.

El problema consistió en que pocos países miembros, incluyendo China, están interesados en promover estos objetivos a corto plazo. En USA crece el enfoque proteccionista del comercio. Ambos candidatos a Presidente se oponen al acuerdo de comercio Tratado de Asociación Transpacífico porque los trabajadores e industrias estadounidenses terminarían perdiendo posiciones. Los destinos de las inversiones chinas (Alemania, el Reino Unido, USA y África) se niegan cada vez más a acuerdos de alto perfil con empresas chinas a causa de supuestas preocupaciones vinculadas a su seguridad nacional.

Por su parte, China siente que no está en posición de enfrentar el libre comercio a causa de la lentitud de su propia economía para enfrentarse a la competencia global.

Fue irónica la casi metida de pata de China, lujoso anfitrión del G-20, que en un comunicado mencionó todas las soluciones para los problemas globales, destacó como el resultado más importante de esta junta revaluar el rol de la organización. La coordinación de políticas domésticas que se considera como un santo grial tiene severos límites cuando es sometida a prueba por las realidades políticas y económicas.

Después de 2 días de reunión y 1 año de encuentros secundarios entre ministros de Finanzas y otros funcionarios, el Acuerdo de Paris sobre el Cambio Climático fue la única iniciativa con requerimientos concretos que pudo aceptar el G-20. Fue una gran demostración de que los otros temas previamente imaginados como globales en realidad no lo son.

Forjado por la crisis

La tradición del encuentro del G-20 fue establecida a fines de 2008 como una respuesta a la crisis financiera y en reconocimiento de que las potencias económicas emergentes fuera del G-7 podrían ayudar a reestablecer el sistema financiero global.

En un encuentro en noviembre de 2008, los líderes del G-20 aceptaron contribuir con US$ 1,1 billón al FMI y el Banco Mundial. Ese dinero, a su vez, se utilizaría para inyectar capital a países en dificultad económica, previniendo un contagio de la crisis a mayor escala. Los países también aceptaron volver más estrictas las regulaciones de sus instituciones financieras, incluyendo el funcionamiento de sus hedges funds.

Más sorprendentemente, y tal vez como símbolo de la presión que los líderes sentían ante la crisis del 2008, se comprometieron a cooperar con medidas contra la evasión internacional de impuestos, una iniciativa que significaría ceder algo de soberanía en la generación de las políticas de ingresos de cada país.

Entre los contribuyentes del US$ 1,1 billón, el nuevo mercado emergente no llegó con las manos vacías. Del monto total juntado, US$ 43.000 millones vinieron de China. Aparte, Beijing aceptó aplicar un paquete de estímulo fiscal de US$ 586.000 millones. Brasil, Rusia, India y Sudáfrica también irrumpieron en forma prominente en la campaña de reunir capital para el FMI. En la cumbre de Pittsburg, en 2009, los líderes del G-20 aceptaron incrementar el poder de voto de los países en desarrollo en el FMI en un 5% y en el Banco Mundial en un 3%. China superaría entonces a Alemania, el Reino Unido, USA y Francia por atesorar el 3er. lote más grande de acciones y de poder de voto en el FMI y el Banco Mundial.

Este reconocimiento del auge de China como líder global ha sumado otros logros significativos para Beijing: el yuan fue incorporado a la cesta de monedas del FMI (N. de la R.: Derechos Especiales de Giro), y comenzó una fuerte campaña para asegurar que China ganara un statu-quo de economía de mercado en la Organización Mundial de Comercio a principio de 2017. El hospedar la reunión del G-20 por primera vez fue la más reciente manifestación de la nueva talla de China.

Los esfuerzos del G-20 para colaborar ante las consecuencias inmediatas de la crisis financiera del 2008 fueron reconocidos por la mayoría. Para quienes soñaban con una total cooperación y coordinación entre países que permitiera exhibir todo el potencial de la globalización, la esperanza consistió en que continuaran las iniciativas similares.

No obstante, ya sin la presión del desastre, el G-20 revirtió su modo de operación posterior a 2008. En lugar de coordinar la política económica entre los países más ricos del mundo, amplió su alcance para incluir el cambio climático, iniciativas de inversión, y derechos humanos. Ya que sus miembros son en gran parte incapaces de llegar a un consenso sobre tan amplia gama de temas, el G-20 se convirtió en un think tank de ideas.

En conjunto con otras organizaciones multilaterales tales como el FMI y la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, el G-20 produce reportes y promueve becas con recomendaciones de políticas que, con suerte, serán informadas por los líderes en las cumbres y otras reuniones paralelas.

Dolores crecientes

Allá por 2014, los países del G-20 se empezaron a preocupar por la lenta velocidad de recuperación después de la crisis financiera de 2008.

En la cumbre que en aquel año ocurrió en Brisbane, Australia, los líderes accedieron a apuntar a una tasa de crecimiento global del 2.1% para 2018. De acuerdo al FMI y a las proyecciones de la OCDE, un cuarto de este crecimiento sería atribuido a las externalidades positivas de los países del G-20 tras haber implementado las medidas de crecimiento acordadas en conjunto. Estas políticas incluyen: mayor inversión en proyectos de infraestructura, fomento de la competición, reducción de las barreras arancelarias que gravan el comercio internacional y creación de empleo, particularmente para los jóvenes.

2 años después, el FMI ha expresado su preocupación de que el G-20 no alcanzaría sus objetivos 2018, particularmente a causa de que las tasas de crecimiento de las economías industriales avanzadas permanecían bajas. Aparte del cambio demográfico y la baja productividad, el FMI culpó por el bajo crecimiento en estos países a la falta de inversión.

Tema central de la cumbre de 2016 fue el entendimiento general de que, para salvar el proyecto de globalización, las tasas de crecimiento debían ser incrementadas para que las poblaciones no utilicen como chivo expiatorio la globalización. Se volvió más urgente, entonces, volver al camino del 2.1% de crecimiento decidido en la cumbre en Brisbane.

Entonces, la cumbre de este año dio un par de vueltas alrededor de compromisos adicionales destinados a promover el crecimiento colectivo. Entre ellos, el más grande consistía en promover la innovación. Los países prometieron abrir las puertas de sus economías, con el objetivo de fomentar un ambiente amigable para la llamada "nueva revolución industrial". La economía digital en cada país recibiría apoyo a través del intercambio de capital humano, asociaciones trasfronterizas e inversiones de capital. Las economías en desarrollo recibirían una atención especial para atravesar la frontera digital. El comunicado incluyó poco, sugestivamente, sobre la seguridad cibernética o la necesidad de proteger los derechos de propiedad intelectual a nivel internacional. Por otro lado, se alentaron las transferencias voluntarias de tecnologías.

Los países también accedieron a realizar reformas estructurales para reforzar la eficiencia de sus economías. Como siempre, los países prometieron que harían todo lo posible por resistir el proteccionismo comercial que suponen los controles de capital excesivamente estrictos. Antes de la cumbre, el secretario del Tesoro estadounidense, Jack Lew, anunció que había alcanzado un acuerdo entre los países del G-20 para adoptar una expansiva política monetaria y fiscal en lugar de austeridad, al servicio del crecimiento global. Por lo tanto, Canadá, China, Corea del Sur, Japón y otros países de Europa postegarían medidas de incremento de impuestos o de gasto público.

A pesar de encontrarse en la sombra de la crisis otra vez, el G-20 seguramente encontrará que pocas de las medidas de crecimiento a las que se comprometieron en 2014 han sido implementadas, y ciertamente no prevaleció la coordinación entre los países miembros.

Las iniciativas que ahora buscan llevar a cabo son diferentes a la inyección de dinero en efectivo por única vez, en nombre de una política monetaria expansiva a corto plazo, o a las 'iniciativas verdes' para combatir el cambio climático. Esas fueron respuestas a los problemas globales cuyos riesgos pudieron ser reducidos significativamente gracias a la cooperación internacional. Los métodos de crecimiento, ahora, suelen remitirse al ámbito de la política doméstica.

El resultado final consiste en que, a pesar de que los países pueden comprometerse en coordinar políticas y acciones, las realidades políticas y económicas domésticas provocan que cada uno prioriza los intereses propios.

De hecho, la voz de China como nación anfitriona puede identificarse en el comunicado del G-20 de este año gracias a las repetidas variaciones de la frase “de acuerdo a circunstancias nacionales”.

Por ejemplo, las reformas estructurales resultan un dolor creciente ya que suponen el desplazamiento de quienes están atrincherados en el actual escenario institucional. En el caso de China, un retraso económico no sería el mejor momento para implementar semejante itinerario estricto ni para ejecutar mandatos internacionales cuando la situación local puedan requerir una solución diferente.

Se han levantado paredes a las inversiones extranjeras en los últimos años porque los países se han vuelto más conscientes de las consecuencias del asalto foráneo sobre sus preciados bienes nacionales.

La innovación tecnológica también es un proyecto doméstico bastante grande en el cual son cada vez más sensibles las implicaciones de seguridad nacional. Incluso se puede decir que las compañías de seguridad nacionales enfrentan riesgos que impiden que sean capaces de operar libremente en el mundo global o de comprar compañías en el exterior.

Finalmente, el destino del proteccionismo está por verse. Si para fines de 2016 el humor político no cambia significativamente en las industrializadas naciones de Occidente, la apertura del comercio volverá a sufrir. Otra vez, los países hacen estos cálculos para sí mismos, no porque no entiendan qué es posible obtener del libre comercio y las ventajas comparativas sino porque hay evidencias de las ganancias a corto plazo que pueden obtener alentando las industrias locales.

No ver la imagen desde lejos

La preocupación más grande no es que el G-20, o cualquier organización multinacional, se encuentre mal equipada para coordinar las agendas domesticas para el crecimiento sino que todos los miembros del G-20 todavia acepten la ortodoxia que cualquier crecimiento es bueno.

El descontento que lleva a la anti-globalización no viene tanto de la falta de crecimiento sino de la desigualdad. Aunque la apertura económica dirija una parte de la riqueza hacia países en vías de desarrollo, reduciendo la brecha entre estos y el mundo occidental industrializado, la solución a este problema es casi exclusivamente domestica: mayores inversiones en educación, defensa del empleo, programas de recomensas tributarias más agresivos, etc.

Un área en la cual la cooperación internacional es crucial, sin embargo, se refiere a las regulaciones para impedir la evasión de impuestos. Individuos o corporaciones con alto poder adquisitivo son capaces de mover sus ingresos a jurisdicciones con menores alicuotas de impuestos, la mayoría de las veces a través de medios legales.

Esta capacidad de ocultar ingresos obstaculiza programas tributarios, sin mencionar que significa un duro golpe a los gobiernos desarrollados y en desarrollo, por igual. En respuesta a la situación, el G-20 y la OCDE se han asociado para identificar e implementar un plan de reformas impositivas que los países apliquen a un ritmo personalizado. El éxito de esta iniciativa todavía está por verse ya que internacionalizaría una herramienta que está en el corazón de la soberanía económica de un país.

El pedirle a los países que gradual pero progresivamente renuncien a esa soberanía no es un esfuerzo que valga la pena para el G-20, o para cualquier organización multilateral. Serviría más concentrarse en problemas que se reconocen como globales por su naturaleza y alentando a los países a cooperar en otros temas económicos sin estandarizar las iniciativas de crecimiento o sin imponer tasas de crecimiento. Al fin y al cabo, cuando la cumbre del G-20 termina, el trabajo de salvar la globalización sigue esperando a los líderes cuando llegan a sus casas.