Nuestro colega y amigo Luis Varela, director de SaberInvertir.com.ar/, volvió maravillado del periplo que hizo por América del Norte, sobre todo cuando palpó lo que suele escribir desde hace muchos años como buen especialista que él es en finanzas: un dólar es un dólar y nadie necesita dar demasiadas explicaciones -ni hoy ni hace 20 o 30 años-, aún con crisis en el medio (como la de 2008 en adelante). En Argentina, en cambio, un peso de hoy no es el mismo peso de ayer, y si pretende retrotraerlo a 30 años habrá que agregarle 13 ceros.
CONTRACARA DE LA INFLACIÓN CRIOLLA
Argentina país carísimo: Shock cultural en un subte en Boston
Los argentinos solemos mirar los ránkings mundiales de inflación del mismo modo que los hinchas de clubes amenazados por el descenso espían la tabla de los promedios. Pero basta con traspasar las fronteras para traducir esa sensación en vivencia, cuando se ve que los precios permanecen inalterables y hasta con un abaco se puede planificar. El año pasado, Argentina hizo podio por ser el tercer país del mundo en tener mayor inflación en 2015. Con un 26,6% se ubicó detrás de Ucrania (43,3%) y Venezuela (273,7) que es el campeón. Lo calculó el director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, Alejandro Werner, y del subjefe de la División de Política Monetaria y Macroprudencial del Departamento de Mercados Monetarios y de Capital del FMI, Luis Jácome. Y hasta el mes pasado, el gobierno de Mauricio Macri hizo méritos para ir por más. Brasil, con toda su crisis a cuestas, recién apareció con dos dígitos en el puesto 15. El director de Saber Invertir, Luis Varela, se hizo una selfie con una lista de precios que luce en el subte de Boston donde sólo un precio en cinco años fue remarcado en 1 peso. El colega amenaza con seguir a Marcel Proust con la búsqueda del tiempo perdido y escribir varios capítulos que terminen convergiendo en una declaración de amor y odio a la inflación.
Pero cuando estuvo en Boston, en el estado de Massachussets, en el norte de la costa este de Estados Unidos, al director de la página Saber Invertir se le ocurrió levantar la vista en una estación de subte, o “tubo” o “T”, tal como se lo quiera llamar, y mirar el cartel prominente en un kiosco típico de metro, con nombre y apellido, no muy jugado, Mr. T, en el que aparece la lista de todo lo que se ofrece, con sus respectivos precios.
Enumera Varela lo que descubrió: soda y chips US$ 1; jugo de naranja o manzana o agua chica o café mediano US$ 1,50; candys (caramelos) US$ 1,65; té y popcorn US$ 1,75; snapple, Gatorade, botella de soda, agua grande, cafe largo, chocolate caliente, pretzel, pancho o patty US$ 2; limonada grande Nantucket US$ 2,25, bebida energizante Red Bull US$ 2,75; torta con café US$ 3,50 y lo más completo de este lugar: 2 panchos y 1 agua saborizada US$ 4,50.
Periodista, de inmediato él hizo la conversión a moneda argentina, a $ 15, paridad que todos afirman quedó relegada respecto de la inflación, y le da que una soda se paga hoy en un subte de EE.UU. $ 15; un jugo un agua o un café $ 23; un Gatorade, un café grande, un submarino, un pancho o un patty $ 31; una Red Bull $ 42, una torta con café $ 53 y 2 panchos y 1 agua saborizada a 69 pesitos. Y el dato que más le llama la atención es el de los candys, es decir los caramelos, cuyo precio original era $ 24 y le pegaron encima $ 25. O sea, fue remarcado.
La primera curiosidad que depara cartel, al menos para argentinos, es que no se trata de un promedio, ni mucho menos, sino apenas una muestra de que en un lugar popular de una de las ciudades más caras de Estados Unidos los precios no están más caros que los que se pagan en los kioscos de los subtes de la Ciudad de Buenos Aires. Confirma así lo que se repite sin cesar, una y otra vez en los diarios, las radios y la televisión argentinas: que los precios de todas estas cosas en Argentina están bastante en línea con los que figuran ese cartel, en más/menos 15%.
Pero la cabeza quemada por los aumentos, como la que tenemos, como buen argentino Varela quedó prendado del precio sobreimpreso de los candys, los caramelos, que resalta en la superficie plastificada del cartel, bastante limpia para el lugar, que mantiene los valores intactos y bien visibles, como fueron puestos la primera vez, lo cual hace destacar el correctivo aplicado en un papel pegado encima, mugriento, humedecido y sucio por el paso del tiempo, al precio de los caramelos.
Estupefacto, el periodista avenido a turista saca a relucir su oficio e interroga a Mr. T; el diálogo fue el siguiente:
-Hola, ¿cómo está?
-Bien, ¿qué necesita?
-¿Es usted el dueño de este local?
-Sí, trabajo aquí desde hace mucho.
-Y dígame, ¿este cartel es nuevo?
-No, tiene más o menos 5 años.
-¿Con los precios sin moverse?
-Sí, quietos, no cambió casi nada desde que salimos de la crisis hipotecaria.
-¿Y el papelito que está sobre el precio de los candys?
-Ese lo puse en Navidad del año pasado, los candys subieron de US$ 1,60 a US$ 1,65.
-¿Y por qué se chamuscó el papelito de esa manera?
-Sucede que aquí hace mucho frío en enero y febrero y la humedad afectó al papel; el cartel está preparado para eso, pero el papel que pegué no.
Como si visitáramos otro planeta, a los argentinos nos conmueve cuando salimos del país y nos encontramos, como en este caso, con que los precios de las cosas no se han movido durante los últimos quince años.
En EE.UU. (o en otros 70 países del mundo) no se habla de inflación, ni de precios para arriba, ni de valores adelantados o atrasados. Por eso los diarios, las radios y los canales de televisión no están con páginas y páginas, minutos y minutos, hablando y calculando diferencias. Eso ahorra un embrollo colosal y, sobre todo, no abre peleas difíciles entre empresas y sindicatos, reflexiona Varela.
Y contrasta con que las vueltas que se le da al asunto por estos lares inhibe de aplicar esas energías en búsquedas de formas de desarrollar la ciencia, las ideas, la producción, los bienes… Que donde no se habla de inflación nadie enloquece por mantener el valor de sus ahorros.
Los precios relativos, versión calle
Casi todo vale hoy, lo mismo, o casi, que mañana. En vez de estar meses discutiendo cuánto hay que subir o bajar salarios o alquileres, la gente sabe que en un trabajo gana X y que por rentar una casa paga X, y que seguirá siendo así.
Con esa estabilidad se abre otra perspectiva, asume el cronista: el equilibrio de precios permite hacer pensar mejor a los individuos si le conviene trabajar en ese lugar, si es bueno vivir en ese departamento... Todo se puede comparar mejor. La estabilidad ayuda a entender.
Imagina a los lectores protestando: ¿qué culpa tenemos nosotros, que no somos los que fomentamos la inflación? La explicación que da gira en torno de un Estado que recauda 82 y gasta 100. Los $18 que faltan, Cristina Kirchner los completaba imprimiendo pesos y Mauricio Macri, bonos, que son pesos futuros. Los dos, de un modo u otro, aumentan la cantidad de dinero por encima de la cantidad de bienes, y a mayor número de billetes, en algún lado de la cadena surge la sobredemanda, desde donde se fomenta la inflación.
Es una parte de la argumentación. Porque llegado a este punto, no escatima palos por lo que entiende es responsabilidad de cada consumidor, que compra igual aunque un precio haya subido hasta las nubes. Es usual escuchar: “¡Qué barbaridad!!! El kilo de manzanas subió de $20 a $35, pero no lo reemplazo por peras, me gustan las manzanas, lo pago igual”… y la ola inflacionaria se multiplica.
De ese modo, en lo que pudo haberse convertido en un punto de partida para poder crecer, fijando la base de un camino estable, terminamos gatillando otra rueda de precios que suben y suben sin parar, fomentando una de las principales enfermedades que mantienen a la Argentina siempre lejos del desarrollo que podríamos tener para nuestras familias, culmina el editorial de Varela.